Irak teme ahora el contagio de Siria
Bagdad se ofrece a mediar con la oposición al régimen de El Asad para no verse afectado por su conflicto - El arriado de la bandera oficializa la retirada de EE UU
Irak ha invitado a la oposición siria a Bagdad para tratar de mediar antes de que el país vecino se suma en una guerra civil. El sorprendente paso, aceptado por los opositores, pone de relieve la enorme preocupación que la crisis siria suscita en el frágil Gobierno iraquí, justo cuando las tropas estadounidenses están a punto de completar su retirada. El Ejecutivo teme que el país se convierta en campo de batalla de una nueva edición del enfrentamiento histórico entre suníes y chiíes. El gesto supone además marcar cierta distancia con Irán, de quien algunos críticos le consideran dependiente.
Desde la distancia, la recién estrenada democracia iraquí debiera congratularse de que los sirios aspiraran al mismo objetivo. Sin embargo, al acercarse al entramado de etnias y sectas que salpican esta parte del mundo aparecen otros matices. El derrocamiento de Sadam Husein puso fin al monopolio del poder por parte de los árabes suníes y dio paso a un Gobierno controlado por la comunidad árabe chií (a la que pertenecen dos tercios de los iraquíes). La situación en Siria es la contraria. Un sistema democrático arrancaría el control a la minoría alauí (una rama del chiísmo) en favor de la mayoría suní, y los mandatarios (chiíes) iraquíes temen que ese país sirva de base para los desafectos.
El dilema ha quedado claramente reflejado en unas declaraciones que el primer ministro iraquí, Nuri al Maliki (chií), ha realizado durante su visita a EE UU esta semana. "Sé que los pueblos deben obtener su libertad y ejercer su libre arbitrio para alcanzar la democracia y la igualdad. Estamos a favor de esos derechos porque nosotros mismos los hemos logrado. Pero no tengo derecho a pedir que un presidente dimita", afirmó Al Maliki, refiriéndose al sirio Bachar el Asad y dejando clara la diferencia en ese asunto con su anfitrión, Barack Obama.
Siria está apenas a 350 kilómetros de Bagdad y tras la invasión estadounidense cientos de miles de iraquíes buscaron refugio en el país vecino. Hoy, todavía quedan allí cerca de medio millón, incluidos muchos baazistas (el régimen de El Asad también está bajo la égida de un partido baaz, como en su día el de Sadam). De desatarse una guerra civil en ese país, es previsible que la marea cambie de dirección y las fuerzas iraquíes no tendrían capacidad para controlar los 600 kilómetros de frontera común. Y, sobre todo, una revuelta suní podría reavivar la insurgencia de esa comunidad en Irak, donde se siente no solo desplazada sino objeto de la venganza chií.
"La llegada al poder en Siria de fundamentalistas y partidarios de la línea dura [en referencia a los islamistas suníes que lideran las protestas] representaría una gran amenaza para Irak y todos los países de la región", ha manifestado abiertamente el general Fadhil Birwari, jefe de la fuerza antiterrorista.
Bagdad se había alineado con Irán en el apoyo al Gobierno de Damasco. En consecuencia, se abstuvo en la aprobación de las sanciones que la Liga Árabe decretó contra el régimen de El Asad el mes pasado. Sin embargo, el paso de invitar a los disidentes señala un deseo de actuar con independencia en la defensa de sus intereses. Aunque Irán e Irak son los únicos países gobernados por chiíes en la región, sería este -por su situación geográfica y su mayor porcentaje de suníes- el que se encontraría en primera línea de un eventual enfrentamiento entre ambas comunidades, cuyas diferencias tienen sus orígenes en los albores del islam.
"Los iraquíes saben que si cae Siria, su país va a convertirse en el camino de Irán hacia el Hezbolá libanés y el Hamás palestino, algo que sin la presencia de los americanos no están en condiciones de resistir", interpreta un diplomático occidental. De ahí que les interese contribuir a una salida negociada y, en última instancia, abrir un canal de diálogo con quienes pueden convertirse en los próximos dirigentes sirios.
Durante los ocho años de ocupación, los Gobiernos iraquíes han mantenido un difícil equilibrio entre la necesaria cooperación con EE UU y la anhelada buena vecindad con Irán. Ahora, ante la retirada de las tropas estadounidenses, numerosas voces han alertado del peligro de que Irán ocupe el hueco que dejan. Pero junto a las afinidades culturales y religiosas entre los dos países asiáticos, existen también suspicacias y recelos recíprocos que añaden complejidad a la relación.
"Seguiremos al lado de los iraquíes"
El secretario de Defensa de EE UU, Leon Panetta, puso ayer fin oficial a la ocupación militar estadounidense de Irak. "Tras mucha sangre derramada por iraquíes y norteamericanos, la misión de un Irak que puede gobernarse y mantenerse seguro por sí mismo se ha hecho real", declaró Panetta durante la breve ceremonia de arriado de la bandera en el aeropuerto de Bagdad.
Los soldados bajaron la enseña nacional, la doblaron con esmero y la introdujeron en una funda con un estampado de camuflaje, como el que ha inundado Irak durante estos casi nueve años. La discreción del evento decía tanto o más que las palabras de Panetta sobre el balance de una misión que se ha saldado con al menos 120.000 civiles iraquíes y 4.484 soldados de EE UU muertos, además de millones de desplazados dentro y fuera del país.
"Irak va a ser puesto a prueba en los días venideros por el terrorismo, por quienes buscan su división y por problemas económicos y sociales", admitió el secretario de Defensa, quien prometió que "EE UU estará al lado de los iraquíes". Significativamente, solo soldados y funcionarios de la Embajada asistieron al acto.
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