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Reportaje:2000 | LA CARRERA HACIA EL OSCAR

Diario de campaña

Nunca había escrito un diario, y reconozco que la redacción de este me ha resultado más fácil y divertida de lo que esperaba. Y sobre todo me ha oxigenado y ayudado a romper con la rutina diaria y a tomarme menos en serio lo que hacía. He tomado las notas mientras los hechos ocurrían, y las he desarrollado sin mucha reflexión porque lo que me interesaba era la pincelada rápida, intensa y absorbente, corriendo incluso el peligro de resultar banal. Espero no haber pecado de excesiva autocomplacencia y tampoco de hermetismo. En este aspecto aclaro: cuando digo "marzo ataca", me refiero a la cita de los Oscar, que acontece en marzo; en inglés tiene más sentido y se confunde con la película de Tim Burton. ¡Ojalá que lo que ocurra en marzo me lo tome con la misma desenvoltura como lo ocurrido en enero!

"Que te den premios en el extranjero es maravilloso: lo malo es que uno tiene que ir personalmente a los sitios"
"Nos hallamos en el piso 106 de una de las torres gemelas. Es como si no tuviera cerebro ni oído"
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8 de enero. Siempre que tengo en perspectiva un viaje, largo o corto, la noche anterior duermo mal y poco. Y empezar un viaje previamente cansado es una de las cosas más tristes del mundo (madame De Stael dijo que viajar era uno de los placeres más tristes).

Aeropuerto de Barajas. Hago mi entrada en el hall principal exhausto, con gafas oscuras y dos grandes maletones, además del bolso de mano, regalo de Louis Vuitton. Me dirijo al estand de Iberia. En el corto camino, varios pasajeros con inexplicable cara de fiesta popular me gritan entusiasmados: "¡A por el Oscar!". Les dedico una sonrisa idiota, no me atrevo a decirles que las nominaciones no se hacen públicas hasta el 15 de febrero, no creo que aceptaran la explicación. La cosa se repite como una consigna durante todo el tiempo que paso en el aeropuerto. Incluso el policía que controla los pasaportes me dice, como si revelara un secreto que yo intento ocultar, pero que a él naturalmente no se le pasa por alto: "¡A por el Oscar, ¿no?!". Yo vuelvo a sonreír con cierta aprensión. Los policías todavía me intimidan; ya se sabe, el efecto Pavlov.

Antes de pasar el control de pasaportes tenemos que chequear el equipaje; el plural incluye a mi asistente para todo (y productor asociado) Michel Rubén. Un dulce colombiano polivalente que habla un inglés perfecto (lo cual me viene de perlas, aunque ponga en evidencia las deficiencias del mío. Pero es que él estudió allí, en Estados unidos, y yo en Extremadura, con los salesianos. Y claro, no hay color). (...)

Me gustaría dejar una cosa clara, y no quiero ser aguafiestas: no voy a Estados Unidos a recibir ningún Oscar; de hecho, no estoy ni nominado. Las nominaciones se harán públicas el día 15 de febrero, y la entrega de las estatuillas se llevará a cabo a finales de marzo.

Esta es la cruda y lenta realidad, pero también es cierto que la razón de mi inmediato y zigzagueante viaje es la de recibir varios premios, todos ellos confirmados e importantes (si uno se dedica al negocio de las películas). (...) Reconozco que la perspectiva es estupenda y no debería quejarme. Pero la idea de este viaje me preocupa y me agobia.

Que te den premios en el extranjero es maravilloso: lo malo es que uno tiene que ir personalmente a los sitios, emocionarse, ser sincero y expresarlo. Todo esto en inglés. Desde fuera parece sencillo, especialmente si, como yo, eres hombre de mundo. Pero no es fácil. Recoger un premio implica mucho más que el hecho físico de recoger algo. Significa tomar un avión, con la incertidumbre que esto supone en los tiempos que corren. Significa que te siente bien el traje que compraste hace tres meses, teniendo en cuenta que estoy en pleno desarrollo y mi talla cambia casi cada semana. Dado que tengo mal un oído, viajar no es lo ideal para mi endolinfa (un líquido que se aloja en la profundidad de mi oreja y que es esencial para el equilibrio). Y por último el discurso. Yo no sé mentir, y menos en inglés. Y uno no puede decir solo gracias, que es lo que el corazón te pide. Ustedes dirán que con tanta complicación por qué no paso de todo y me quedo en casa. Sería la solución más fácil, pero a mí las soluciones fáciles nunca me han gustado. Por otra parte, es cierto que quiero agradecer personalmente el detalle que están teniendo los medios americanos distinguiendo a Todo sobre mi madre como la mejor película extranjera y una de las 10 mejores estrenadas el año pasado (algunos la colocan en primer lugar), y me gustaría hacerlo bien, como un profesional del agradecimiento. De paso le ayudo a Sony Picture Classics, la distribuidora de la película, en su campaña para los Oscar.

Nueva York. (...) Nos alojamos en pleno Soho. The Mercer es el último hotel de moda, está en Mercer St. con Prince. La ambientación es de tipo minimalista, pero cálida, aunque parezca contradictorio. (...) Nada más entrar nos chocamos con Sofia Coppola; al día siguiente me la presentarían, pero de momento no nos decimos nada. (...)

9 de enero. Es muy agradable despertarse en pleno Soho. Hasta ahora, siempre he ido a hoteles situados en la parte alta de la ciudad (el Mercer es el primero que abren en la parte baja). La parte alta tiene su punto, pero prefiero el toque bohemio y la tranquilidad del sur.

El invierno de Nueva York es precioso, siempre que haya un rayito de sol. Hoy es uno de esos días. Hay poca gente por las calles y nada estresada (arriba, todo el mundo parece tener cosas importantísimas que hacer y poco tiempo para hacerlas). Esto es lo bueno del Soho; sus habitantes, además de tener buena pinta, dan la impresión de ser dueños de su tiempo. (...)

La tarde la dedico a preparar el primer discurso de mi campaña de agradecimientos. No quiero improvisar. No en inglés y con jet lag. Y sobre todo no quiero improvisar cuando a bote pronto no se me ocurre nada que decir.

Tengo sesión de creatividad con Michel, en mi habitación. Llegamos a la conclusión de que Nueva York ha sido siempre mi hogar, nunca me he sentido extraño, etcétera; esa será la base del pequeño discurso. Desechamos lo de que vengo de un país democrático y esa es la primera razón por la que hago el cine que hago, etcétera. Tampoco puedo dedicárselo al público que tanto me quiere porque es un premio que concede la crítica.

Acerca de la ceremonia hay un pequeño detalle que Michel aborda a medias. Termina de hablar por teléfono con Sony y se ha puesto pálido.

-La ceremonia va a ser en un piso alto -me dice como dejándolo caer.

-¿Cómo de alto? -pregunto.

-Lo más alto que has estado en tu vida... Mejor que no lo sepas.

Guardamos un instante de silencio. Tengo tan buen rollo que no le monto ningún número, pero no entiendo por qué no me lo han dicho antes, cuando todavía estaba en Madrid. Pero estoy en América, y faltan dos horas para la ceremonia. Decido que yo también prefiero no saber la altitud de mi condena.

Pero seguimos rumiando el asunto. Los de Sony conocen de sobra mis problemas de vértigo, han trabajado conmigo en otras ocasiones y saben que nunca me instalo por encima del octavo piso. (...)

Llegamos a las Torres Gemelas. Entramos en el ascensor. Cierro los ojos, no veo nada, pero a mi oído no le engaño. Y mi oído indica que subimos a la velocidad de una nave espacial. Cuando el ascensor se detiene y abre sus puertas, me cojo al brazo de Michel, camino muy despacio, los oídos se me han llenado de aire, todos los sonidos me llegan desde la distancia y mi cuerpo parece pesar mucho más de lo que pesa, que ya es decir. Me siento muy mal, como si fuera en un barco embestido por las olas, a punto de naufragar.

Nos hallamos en el piso 106 de una de las Torres Gemelas, no sé cuál de las dos. Hago las peores entrevistas de mi vida en el hall de la fiesta, aunque en realidad no siento dolor; es como si no tuviera cerebro, ni oído, ni capacidad locomotriz. También mi vista se ha alterado como si hubiera tomado alucinógenos.

Es muy probable que estemos en la cima del mundo, como decía James Cagney en Al rojo vivo. Hay mucha gente estupenda. Camino dando tumbos, pero nadie me mira raro. Estamos en Nueva York, una ciudad donde se domina el arte de la hipocresía. En el camino a mi mesa me encuentro con Sofia Coppola. Alguien me la presenta. Su gran nariz sobresale por encima de una sonrisa dulce y tímida. Nada de pecho. A mí me cae muy bien. La felicito por su primera película como directora, Las vírgenes suicidas. (...)

Se acerca a nuestra mesa Richard Corliss, el crítico de la revista Time, con su mujer. Este buen hombre ha proclamado desde su prestigiosa tribuna que All about my mother es la mejor película del año. Encabeza su lista junto a nueve más. Acaba diciendo que el espectador que no se sienta emocionado al verla debería ir al cardiólogo, porque su corazón no está bien. Cuando por fin me entero de quién es (Michel me lo tiene que gritar varias veces al oído) me lanzo a los brazos del crítico y con todos los gestos posibles le muestro mi agradecimiento. Agradecimiento sincero, pero torpe y atropellado. El buen hombre achaca mi estentórea torpeza al jet lag y a la bebida, y no parece molesto, todo lo contrario.

Pedro Almodóvar, junto al cartel de <i>Todo sobre mi madre </i> en un cine estadounidense. La cinta logró el Oscar a la mejor película extranjera.
Pedro Almodóvar, junto al cartel de Todo sobre mi madre en un cine estadounidense. La cinta logró el Oscar a la mejor película extranjera.FOTOGRAFÍA DE PEDRO ALMODÓVAR Y PEDRO LAGUNA

Recuerdos del oscar

En la cima. Pedro Almodóvar, desde su jet lag neoyorquino -allí se encuentra promocionando La piel que habito-, recuerda aquel otro desfase horario de 2000, en su carrera americana hacia el Oscar; el viaje le llevó, por ejemplo, hasta el piso 106 de una Torre Gemela. "Estaba aterrado, no suelo hacerlo, tengo vértigo, pero agradecí haber subido". Se vio embotado, en una nube. Al año, las dos torres desaparecieron. Él aún no ha bajado de la cima. "En este país he mantenido el momento álgido toda la década".

¡Pedro! En el escenario le esperaban Antonio Banderas y Penélope Cruz, y él aún recuerda su discurso ("Howard, I'm going to tell you...") y cómo no escuchó la música que anunciaba el final de sus 45 segundos ("No oigo de un oído") y cómo Banderas le cogió del brazo...

Tercer acto. Era el primer Oscar. El de mejor película extranjera, por Todo sobre mi madre. En 2003 le concedieron el de mejor guion por Hable con ella. Y luego llegó el enfado y la reconciliación con la Academia Española de Cine. Y otras cinco películas, tres de ellas con Pe y Antonio. Retazos de lo que él llama, orgulloso, el "tercer acto de Billy Wilder".

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