_
_
_
_
_
Reportaje:2009 | LA LUCHA DE MARAGALL

Un sueño en la cabeza

Juan José Millás

De Maragall habría que decir que, además de eficaz, fue un gestor insólito. Quizá fue eficaz por ser insólito. Su singularidad le salvó de caer en los desenfrenos propios de la corrección política, pero constituyó un arma que sus adversarios más mediocres utilizaron con vigor, y a veces con resultados prácticos inmediatos; a la larga, sin embargo, ninguna de las infamias con las que se intentó socavar su prestigio ha quedado en pie. Incluso el término "maragallada", inventado como sinónimo de algo sin pies ni cabeza, ha adquirido con el tiempo unas connotaciones amables. (...)

A nadie extrañó, por tanto, la repercusión de la rueda de prensa que ofreció el 20 de octubre de 2007 para informar públicamente que padecía alzhéimer. Acompañado por Diana Garrigosa, su mujer, confirmó ante los medios el diagnóstico y anunció que dedicaría todas sus fuerzas a combatir esa enfermedad. "Hicimos los Juegos Olímpicos, hicimos aprobar y refrendar el Estatuto, y ahora iremos a por el alzhéimer", aseguró.

"Si a una persona con problemas de memoria y de identidad la sacas de su entorno, la estás acabando de matar"

"Ahora iremos a por el alzhéimer". Dicho así parece otro delirio, pero lo cierto es que la fundación que lleva su nombre ha puesto en marcha un proyecto enormemente ambicioso que aspira a convertirse en una referencia universal sobre la investigación de esta enfermedad neurodegenerativa. (...)

Primera jornada. Nos encontramos por primera vez en un restaurante de Barcelona donde, tras las presentaciones, (...) comimos un arroz mientras evocábamos su trayectoria política y vital. Quince años intensos de alcalde de Barcelona y tres años turbulentos de presidente de la comunidad dan mucho de sí, de modo que el tiempo pasó volando. Al llegar a los postres, y como hubiera hecho una demostración increíble de buen juicio y de excelente memoria, me pregunté dónde estaba la enfermedad. Yo había acudido a aquel encuentro como quien viaja a un territorio fronterizo denominado alzhéimer. Esperaba encontrar en él a un individuo con un pie en el lado de acá y otro en el de allá, pues me gustaba la idea de que el recuerdo y el olvido, la memoria y la desmemoria, fueran regiones vecinas, comarcas colindantes, pero claramente diferenciadas. Y pretendía que ese hombre me contara la relación entre esos territorios. (...)

-¿Dónde está el alzhéimer? -le pregunté entonces directamente (quizá brutalmente), sin ser capaz, creo, de reprimir un tono de decepción, de queja.

Maragall sonrió y continuamos hablando de política hasta la llegada del café. Entonces, confortados nuestros cuerpos por la comida, y ya entrados en confianza, sacó del bolsillo un móvil que acababan de conseguirle en el mercado de segunda mano y que era, según dijo, idéntico al que había venido usando hasta que se le estropeara. Estaba feliz con él porque se ajustaba perfectamente a sus necesidades y a sus aptitudes. Me pidió que sonriera, sonreí, y me sacó con el móvil una foto que en ese mismo instante envió por SMS al mío, donde sonó enseguida la alarma. Abrí el mensaje, vimos el resultado y no nos gustó, por lo que repetimos la operación. Ahí estaba yo, en fin, viajando de un móvil a otro, quizá también de un lado a otro del alzhéimer. Se trataba de un juego inocente con el que pasamos un buen rato, pero me pareció advertir en él (¡por fin!) un aspecto sutilmente inquietante, también un punto de desinhibición atribuible, según el gusto del consumidor, al carácter de Maragall o a su enfermedad (cada uno encuentra lo que busca). Tras esa breve excursión a lo que decidí que era el otro lado de la frontera, regresamos a este, donde insistí en que me hablara de su relación con la enfermedad:

-Una cosa que yo he descubierto -dijo con paciencia- es que la actividad es buena. Crear nuevos proyectos, moverse. Cuando tú estás diagnosticado de algo, ¿qué hace la gente? Etiquetarlo, clasificarlo. Este es un demente, este es un tipo sin memoria, etcétera. Pero todos estamos un poco locos, un poco sin memoria. Esa manía clasificatoria hace que se pierda una de las cosas claves del pensamiento: la interacción. Los problemas no están aislados, se relacionan. ¿Son todos los enfermos de alzhéimer iguales? No, cada persona es cada persona. Los que tratan las enfermedades tienen que catalogarlas, homologarlas, hacer paquetes. Pero no hay dos enfermos iguales. (...)

Le preocupaba la idea -muy extendida- de que la pérdida de memoria fuera acompañada de una pérdida de sensibilidad. "El alzhéimer", me diría más de una vez, "borra la memoria, no los sentimientos". De ahí su interés por programas que cuidaran los aspectos emocionales del paciente.

-Ahora -me dijo hablando de la importancia de los pequeños gestos cotidianos- yo tengo una pelea, porque hay estudios según los cuales con alzhéimer no puedes conducir, y mi hijo, con ese argumento, me ha robado el Ford Escort.

Se refería a un viejo automóvil que le ha acompañado a lo largo de media vida y al que profesa un apego casi cómico. Al hablarme de él en los términos en los que lo hizo, tuve por un momento la sensación de que en esos instantes se dirigía a mí desde el otro lado de la frontera, sobre todo porque propuso que yo telefoneara a su hijo a fin de averiguar con cualquier excusa dónde se encontraba el Ford Escort, para ir a buscarlo. (...)

Segunda jornada. (...) Al abandonar el hospital, decidió que iríamos andando hasta su casa, donde habíamos quedado con Diana para desayunar. El calor aún no era excesivo, y Maragall, estimulado por el reciente masaje, se encontraba pletórico (aún no nos habíamos dado cuenta de que ese era su estado natural), de modo que comenzamos a caminar en la creencia ingenua, por nuestra parte, de que haríamos el recorrido de un modo lineal y en un tiempo razonable. Pero andar con Maragall por las calles de Barcelona es una aventura, no ya porque todo el mundo se acerca a hablar con él como si se tratara de un amigo, sino porque él mismo puede detenerse frente a una anciana y reconvenirla cariñosamente por ir tan cargada, ofreciéndose a echarle una mano con las bolsas de la compra. Daba la impresión de que se sentía responsable de cuanto ocurría cerca de él. (...) Milagrosamente, logramos llegar a su casa, un piso acogedor y modesto en el que solo vivía la pareja, ya que los tres hijos están independizados. (...)

-Esta casa -dijo Maragall- es la mejor de España, y eso se debe a que tiene una señora que se llama Diana a la que se le ocurren ideas como esta.

La idea como "esta" era un gran recipiente de cristal lleno de avellanas, almendras y nueces junto al que encontramos una tabla y una maza de madera para partirlas, a lo que se puso con entusiasmo. Al poco se levantó, fue al interior y volvió con un aparato de radio encendido.

-Adoro esta radio -dijo mostrándonosla- porque la compré en mi época de América y me ha acompañado media vida. Es una Sony, y esto que estáis oyendo es Radio Gladys Palmera, que va cambiando de frecuencia porque es ilegal. Me encanta porque ponen música cubana. (...)

Me di cuenta de la importancia que tenían los objetos familiares para este hombre aquejado de alzhéimer. Primero fue el móvil. Después fue el Ford Escort que le había acompañado a lo largo de media vida y que le había "robado" su hijo. Ahora era la Sony que compró en su época americana. Por si fuera poco, Maragall estaba sentado en una mecedora -otro objeto familiar, quizá otro fetiche- que se había traído de un viaje a Costa Rica y sobre la que se balanceaba con placer asegurando que quitaba el alzhéimer. No era todo: la casa en la que nos encontrábamos era la misma en la que había nacido 68 años antes. (...)

Entonces cobró sentido otra de las frases que había pronunciado el día anterior, al contarnos la historia de una amiga enferma de alzhéimer a la que había visitado aquella mañana en una residencia: "Si a una persona con problemas de memoria y de identidad la sacas de su entorno y la metes en un almacén de enfermos, la estás acabando de matar".

A la hora de sentar las bases de su fundación para luchar contra el alzhéimer, Maragall ha defendido que cada persona es distinta y cada uno tiene sus peculiaridades: "Se tiende a hacer paquetes, pero no hay dos enfermos iguales".
A la hora de sentar las bases de su fundación para luchar contra el alzhéimer, Maragall ha defendido que cada persona es distinta y cada uno tiene sus peculiaridades: "Se tiende a hacer paquetes, pero no hay dos enfermos iguales".JORDI SOCÍAS

Una colosal batalla

"Un reportaje excelente". Así recuerda el texto Diana Garrigosa, mujer de Maragall: "Juanjo [Millás] describió perfectamente lo que le sucedía a mi marido".

Un hombre muy activo... "Su salud se mantiene parecida a entonces porque le mantenemos muy activo. Por suerte, tenemos mucha familia, unos hijos estupendos y grandes amigos que le llevan de aquí para allí", explica Garrigosa.

... y muy positivo. Maragall ha hecho de su vida actual una oportunidad: "Él siempre ha sido capaz de positivar cualquier cosa. Es su carácter", cuenta su mujer.

Documental. Bicicleta, cuchara, manzana (2009) es el título de la película que cuenta los esfuerzos de Maragall contra el alzhéimer. La cinta fue premiada con un Goya. Maragall y su mujer subieron a recoger el premio. Él le dijo a ella: "Sin Diana no hay Pasqual". Garrigosa recuerda ahora, con una sonrisa en la boca: "Si algo tiene esta enfermedad es que te desinhibe. Me emocioné muchísimo con su piropo en público".

La cifra. Unas 650.000 personas están afectadas en España por la enfermedad.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_