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Reportaje:NUEVA YORK | 2002 | TESTIMONIOS EN PRIMERA PERSONA

Año uno

1 IMPACTO. Se llama Chuck Allen, pero podría llamarse como usted o como yo. Esta mañana, que muchos describirán más tarde como la más radiante y luminosa que se recuerda en mucho tiempo sobre los cielos de Nueva York, Allen se encuentra en su despacho del piso 83 de la torre norte del World Trade Center. Su reloj marca las 8.43 cuando Allen alza la vista a su ventana y advierte un punto creciendo en el horizonte a la altura del puente George Washington, que une el extremo norte de la isla de Manhattan con las costas de Nueva Jersey. Se le ocurre que tal vez sea un avión, pero pronto descarta la idea porque ningún piloto en su sano juicio enfilaría la isla de Manhattan volando tan bajo. Sin darle más importancia, Allen devuelve la mirada a su ordenador. Sus ojos están todavía prendidos en el monitor cuando, dos minutos más tarde, oye un estruendo como no lo ha escuchado jamás, un estruendo que más tarde describirá como el de dos trenes chocando a toda velocidad. El vuelo 11 de American Airlines, con 92 personas a bordo, se acababa de incrustar en la torre a una velocidad de casi 600 kilómetros por hora. Una cascada de escombros y papel se extiende en el cielo. El edificio se inclina a un lado como un buque en el oleaje, como si la torre fuese a doblarse en dos. El miedo le paraliza. En ese mismo instante, cientos más como él escuchan los primeros gritos y contemplan aterrados cómo los muebles de sus oficinas se deslizan hacia un lado, cómo los lápices ruedan sobre las mesas, cómo sus tazas de café se derraman. Cientos de conversaciones telefónicas se congelan a media palabra, extraviadas para siempre. Para muchos, ese será su último contacto con el mundo exterior.

"Al penetrar en la torre, los tanques se desgarran e inyectan 32.500 litros de queroseno Jet A, muy volátil y letal"
"Sobre el suelo de mármol del vestíbulo, los bomberos encuentran carne, pelo y ropas humeantes, carbonizadas"
"Piccioto calcula que le quedan unos diez segundos de vida. Un huracán ensordecedor le arrastra sin piedad"

Varios pisos más arriba, un Boeing 767 se ha clavado como un dardo, destruyendo completamente las plantas comprendidas entre los pisos 90 y 99. El avión se ha estrellado en el centro de la fachada, blandiendo sus alas rebosantes de combustible como guadañas. Al instante, una tormenta de fuego exhala desde las fachadas este y oeste. Una inmensa bola de fuego emerge de la monstruosa caverna de cinco pisos desgarrada sobre la fachada norte. Las alas del Boeing han asestado un hachazo de unos cincuenta metros que rebana 35 de las columnas de acero -casi la mitad- que sostienen la fachada exterior. El resto, al estar tan juntas unas con otras, sostienen la torre e impiden su colapso inmediato. La razón de esta particularidad arquitectónica, inusual en edificios de oficinas en Manhattan, es que el creador de las Torres Gemelas, el arquitecto japonés Minoru Yamasaki, irónicamente, sufre de vértigo. Embargado por la náusea de contemplar Manhattan desde las nubes, Yamasaki optó por una retícula exterior de columnas muy próximas que brindasen a los ocupantes una sensación de seguridad, de estructura sólida y no solo de muros de cristal. Lamentablemente, el hecho de que casi todas las columnas que sostienen el peso de las torres sean exteriores hace que la planta interior de cada piso sea una superficie virtualmente limpia, sin columnas estructurales que puedan obstaculizar el avance del avión. Sin encontrar barreras, la avalancha de metal avanza a toda máquina arrasando vidas, oficinas e hiriendo de muerte a la torre. (...)

En el momento de apuñalar la torre, el 767 lleva suficiente combustible para cruzar el país entero desde Boston hasta Los Ángeles. Al penetrar en la torre, los tanques situados en las alas se desgarran e inyectan unos 32.500 litros de combustible que se esparcen a cerca de 600 kilómetros por hora. No es un combustible cualquiera; es un tipo especial de queroseno denominado Jet A, particularmente volátil. Letal. El queroseno se pulveriza instantáneamente al contacto con el aire. Los circuitos eléctricos del edificio se convierten en espoletas mortales. La explosión resultante es indescriptible. La fuerza desatada escupe restos del avión por el extremo opuesto del edificio. Noventa pisos más abajo, unos transeúntes se tropiezan con un gran cilindro de metal humeante en mitad de una calle del sur de Manhattan. Lo que a sus ojos parece un meteorito es en realidad la turbina de un avión de pasajeros.

Pero no todo el combustible se consume en esta tremenda explosión que sacude la torre. Una parte considerable crea una hemorragia interna de queroseno que recorre túneles de escaleras, ascensores y oficinas empapando a su paso todo lo que encuentra. Piso tras piso, la marea negra impregna alfombras y moquetas, muros y cortinas a una velocidad aproximada de 160 kilómetros por hora. Prende al momento en una tempestad de fuego. En menos de un segundo, cualquier ser humano en su camino queda simplemente vaporizado por las llamas. A partir de este instante, toda persona atrapada por encima del punto del impacto está condenada a muerte. Es solo cuestión de tiempo.

2. TRAMPA MORTAL. En el momento del choque, Virginia DiChiara, una auditora de 44 años que trabaja para la firma Cantor Fitzgerald, se dispone a subir a un ascensor que la llevará desde el sky lobby del piso 78 a su despacho en el piso 101. El ascensor se retrasa unos segundos porque un hombre llega tarde y las puertas vuelven a abrirse para acogerle. Sin saberlo, estos segundos robados le salvan la vida. Empieza el ascenso.

Una terrible sacudida golpea la cabina del ascensor. Los cables de acero que la sostienen sobre un abismo de casi 80 pisos han sido cortados. Una lluvia de chispas es el preludio al pánico. Las luces del ascensor se extinguen. En la tiniebla, Virginia vislumbra un resplandor azul por la grieta de la puerta. Es la lluvia de combustible que cae en cascada por el hueco del ascensor y que se filtra en la cabina. Uno de los ocupantes consigue abrir la puerta y trepar al piso, desierto. Virginia siente el combustible empapándole las manos, el pelo, la cara y la ropa. Prende en llamas. Lucha por apagar el fuego que la devora con sus manos, dejándose la piel en el empeño. Pese a la conmoción, acierta a ver cómo una marea espectral se esparce gelatinosamente por todas partes. Humo. En ese instante, alguien la reconoce. Virginia siente que varias manos la sujetan. Alguien le echa agua en las quemaduras. La punzada de dolor es atroz y pierde el sentido. Entre varias personas consiguen llevarla hasta las escaleras. Allí recobra el sentido y, medio moribunda, emprende un descenso de 70 pisos. (...)

3. ÉXODO. Se inicia la escapada. Entre los miles de personas que luchan por salvar la vida está Jan Demczur, un inmigrante polaco que lleva 10 años limpiando ventanas en el World Trade Center. Tiene 48 años y esa misma mañana ha estado puliendo las ventanas del piso 93 frente a las oficinas de Fred Alger Management. Los cuerpos de los 69 empleados que hace apenas unos minutos contemplaban Manhattan a través de sus impecables cristales son ahora vapor, y las ventanas que Jan ha limpiado con tanto esmero, apenas una lluvia de puñales de vidrio flotando sobre la ciudad. Cuando el Boeing 767 se estrella en la torre, Jan viaja en un ascensor ubicado 30 pisos por debajo del impacto con otras seis personas. La cabina se sacude violentamente y parece precipitarse al abismo. Un diminuto hombre de unos 60 años es el único con la serenidad y claridad mental necesarias para gritar al resto que aprieten el botón de STOP. Solo entonces consiguen escapar del ascensor y atravesar un laberinto de escombros, humo y fuego tras el cual ganan acceso a las escaleras y emprenden el descenso. No están solos. Las escaleras están abarrotadas de gente aterrada, perdida, extrañamente silenciosa.

4. HUIDA DE WALL STREET. El World Trade Center está poblado por jinetes financieros que cabalgan las bolsas del orbe en busca de recompensa. Cada uno de estos cowboys de despacho emplea una media de seis pantallas en su escritorio alimentadas con información financiera proveniente de los cinco continentes. El precio de una cosecha de uva en la Provenza o el de los recambios de aire acondicionado en Buenos Aires puede influir en decisiones de compra y venta que en apenas segundos generan comisiones que para otros supondrían el sueldo de un año. Para no fallar en el momento clave y precipitar una pérdida billonaria, estos monitores y terminales necesitan de una experta niñera digital. Steve Miller es una de las mejores. Trabaja para el Fuji Bank, con oficinas en el piso 80 de la torre sur. (...) A las 8.44 de esa mañana, Miller ha sentido la mesa vibrar en su despacho del piso 80 de la torre sur. Al levantar la vista ve una tormenta de papel en el aire y algo le hace pensar en esas nubes de papeletas que tiñen el cielo en los desfiles de victoria y gloria. A los pocos segundos, uno de los directivos del banco empieza a gritar que alguien ha hecho estallar otra bomba en el WTC. Miller suspira. Como otros muchos, temía que algún día esto volviera a pasar. Se dirige con otros muchos a las escaleras. A la altura del piso 65 oye por la megafonía el siguiente anuncio: "El fuego solo está en la torre norte. Pueden volver a sus mesas y continuar trabajando". "Y una mierda", piensa Miller. Varios de los ejecutivos del banco, empleados entusiastas, deciden regresar a la oficina. No lo sospechan, pero ya están muertos. Miller solo sabe que tiene que escapar, pero las escaleras están bloqueadas por la marea humana. (...)

5. FAHRENHEIT 2000. (...) A las 9.03, el Boeing 767 de United Airlines ensarta la esquina sureste de la segunda torre destruyendo al instante seis pisos y proyectando una descomunal bola de fuego hacia los flancos. Justo antes de estrellarse, el avión efectúa un giro brusco y de este modo penetra en la estructura justo por encima de la oficina de Stanley. El ángulo de choque y el giro desesperado en el último momento sugieren que el terrorista a los mandos del 767, envenenado de odio, ha estado a punto de fallar en su objetivo. Probablemente no lo sospechaba al pulverizarse rumbo al paraíso de los kamikazes enloquecidos, pero este golpe lateral resultará todavía más mortífero. (...)

Stanley emerge de una pila de escombros agradeciendo a Dios que le haya salvado la vida y se dispone a ir en busca de una salida. Otros tienen menos suerte. En el momento del impacto, el Boeing desplaza unas 112 toneladas. Su avance a través del interior de la torre dura unas seis décimas de segundo, cabalgando en una ola de 30.000 litros de queroseno. Algunas de las piezas más pesadas que se desprenden en la explosión (un motor, un trozo del tren de aterrizaje y una rueda) atraviesan la torre y aterrizan a seis manzanas de allí. A diferencia del primer avión, que se ha hundido en el centro de la fachada de la torre norte, el segundo jet golpea la esquina de la torre sur con una fuerza de unos 32.600 kilonewtons, una energía próxima al umbral de un huracán. (...)

6. HUIDA. John Ottrando es uno de los primeros miembros del cuerpo de bomberos de Nueva York en llegar al escenario de la tragedia. Cuando aparca su camión al pie de la torre norte, todavía nadie sabe muy bien lo que ha sucedido. Se apresura a seguir a los cuatro hombres de su compañía 24 y a otros ocho bomberos de otra unidad a través del vestíbulo. Ninguno de ellos sospecha que el avión ha cortado los cables de acero de algunos de los ascensores, precipitándolos al vacío. Sobre el suelo de mármol del vestíbulo se encuentran con lo que ha quedado de sus ocupantes: carne, pelo y ropas humeantes, carbonizadas por las llamas y escupidas de los ascensores al estrellarse contra el suelo. Los miembros del cuerpo de bomberos están preparados para enfrentarse al horror. Los próximos minutos pondrán más que a prueba su preparación. Mientras los primeros bomberos empiezan a ascender las escaleras de las torres, se cruzan con rostros quemados y sangrantes. Alguien les dedica una bendición. Van a necesitarla.

Abajo, en la plaza, Ottrando está intentando conectar varias mangueras desde su camión a las torres cuando ve una tormenta de fuego explotar en lo alto, en el flanco de la torre sur. El segundo avión acaba de estrellarse. Ottrando contempla la lluvia de acero y cristal precipitarse sobre las calles. Algunos de los objetos que caen todavía se están moviendo. Son personas. Le rodea una lluvia de cuerpos y escombros en llamas abalanzándose a velocidad vertiginosa. La imagen que se le graba en el alma es la de las corbatas de los hombres que llueven del cielo, tiesas en el aire como sogas. (...)

7. LA LUZ DEL DÍA. (...) Mientras los bomberos entran, Chuck Allen, una eternidad después de haber avistado aquel punto inicial en el horizonte, consigue llegar a la plaza que hay al pie de las torres tras un descenso agotador y terrorífico. Apenas la reconoce. La plaza, uno de sus rincones favoritos, está cubierta de lo que parecen escombros. Excepto que no lo son. Son cuerpos. Decenas de ellos. A Allen le cuesta calcular con precisión cuántos porque lo que ven sus ojos son solo trozos de cuerpos. Torsos extrañamente tocados por un cinturón negro, como si vistiesen un macabro uniforme. Solo entonces comprende que está observando a algunos de los pasajeros del avión estrellado contra la torre, que todavía llevan el cinturón de seguridad. No hay sangre. No hay el polvo y la tiniebla que luego flotará y enmascarará el horror. Todo se ve con una claridad cristalina, dolorosa. Oficiales de policía inundan la plaza con el rostro crispado. "No miren ahí", ordenan.

Mark Oettinger, un carpintero que acaba de escapar de la torre norte, se detiene a contemplar la tundra de cadáveres llovidos del cielo. Los cuerpos parecen haber estallado al impacto con el suelo como sandías maduras. Un hedor similar al amoniaco envenena al aire. (...)

8. ENTRE TINIEBLAS. Poco antes de las diez de la mañana, un grupo de supervivientes está cruzando el centro comercial que ha quedado inundado bajo las torres por el agua de los aspersores de incendios. Al cruzar frente a la librería de la cadena Borders encuentran una marea de libros flotando como los restos de un naufragio. El grupo sigue avanzando en busca de una salida al exterior cuando el estruendo de una explosión indescriptible rompe el mundo. Aterrados, contemplan cómo las puertas de los ascensores y de las tiendas inundadas se encogen como acordeones. Los marcos de las entradas a comercios y restaurantes salen volando por los aires hacia ellos como cuchillas. Un viento huracanado recorre la galería comercial, derribándoles sobre el agua y los escombros. Algunos tienen que sujetarse a las columnas para no ser arrastrados por la fuerza del viento. De repente, el tornado se extingue. Se hace la oscuridad absoluta y un silencio sepulcral les envuelve. El aire se hace sólido, irrespirable. La torre sur acaba de desplomarse a sus espaldas. (...)

9. CARRERA CONTRA LA MUERTE. Tan pronto el segundo jefe de bomberos, Rick Picciotto, comprende lo que significa el colapso de la torre sur, ordena a sus hombres en la torre restante que lo abandonen todo y salgan a toda prisa. En estos momentos, casi todos los civiles que estaban por debajo del piso 90 en el momento del impacto en la torre norte han podido ser evacuados. Los bomberos ya no pueden salvar a nadie más, excepto a ellos mismos. Cada segundo cuenta. Los bomberos se baten en retirada apresurada llevando consigo a los últimos supervivientes. Al llegar al piso 12, Picciotto abre una puerta para encontrarse con cerca de setenta personas ordenadamente sentadas en sus mesas de oficina. No se lo puede creer. Les grita que salgan de allí inmediatamente. Solo entonces advierte las sillas de ruedas y las muletas. Son minusválidos. Picciotto y sus hombres se apresuran a rescatar a los minusválidos y a llevarlos escaleras abajo como pueden, en brazos o a peso. Algunos consiguen llegar al vestíbulo y salir del edificio. Piccioto está todavía en el piso 5 cuando oye el terrible rugido de nuevo. Pero esta vez sobre él y sus hombres. Veintinueve minutos después de que su gemela cayese para siempre, la torre norte se empieza a desplomar sobre sus cabezas. Picciotto calcula que le quedan unos diez segundos de vida. Al instante, un huracán ensordecedor desciende del cielo a toda velocidad, arrastrando a Picciotto y sus hombres sin piedad escaleras abajo. (...)

Cuando Picciotto recobra el sentido está sumergido en una oscuridad absoluta y no sabe si muerto o vivo. Trescientos cuarenta y tres de sus compañeros en el departamento de bomberos ya no podrán hacerse esa pregunta. Aturdidos, Picciotto y algunos de sus hombres no sospechan que han sido salvados por un milagro. Mientras algunos habían conseguido ganar el vestíbulo de la torre, ellos iban rezagados a causa de una víctima que escoltaban, Josephine Harris, una abuela que había conseguido descender desde el piso 73. Al desplomarse los 110 pisos sobre ellos se ha formado milagrosamente una caverna de escombros que albergará a 11 personas. No pueden encender una cerilla porque el olor a gasolina les rodea. Tienen que esperar en la oscuridad. La espera puede ser de minutos, horas o eterna. Cuando finalmente sean rescatados y vean la luz de nuevo, comprenderán que deben la vida a haber intentado salvar a aquella pobre dama lenta y exhausta que apenas podía con su alma escaleras abajo. (...)

10. HIJOS DEL 11 DE SEPTIEMBRE. Al caer la noche del 11 de septiembre de 2001 -el día más largo en la historia de Manhattan-, más de 2.800 personas habían perdido la vida. Entre ellas se encontraban bomberos, policías y ciudadanos de más de sesenta nacionalidades de todo el mundo. En el día de hoy, la oficina del forense de Nueva York ha podido identificar a algo más de 1.100 víctimas a partir de los casi 20.000 fragmentos de cuerpos encontrados entre las ruinas del World Trade Center. Desde el primer momento, los familiares y allegados de muchos de los desaparecidos cubrieron la ciudad de carteles con fotografías y números de teléfono, suplicando información a quien hubiera podido verles o saber de su paradero, quizá tan solo de sus últimos minutos. Al año de la tragedia, la fisonomía de Nueva York, y quizá de nuestra conciencia, ha quedado para siempre mutilada. En su desesperación, muchos han visto en esta explosión de odio y muerte la negación de nuestra humanidad más básica. Quizá todos hemos sentido esa tentación. Se me ocurre que tal vez esa sea la mayor de las derrotas. Mientras recopilaba información para escribir esta historia averigüé, casi por casualidad, que cuando se cumplían los nueve meses de aquel día fatídico, numerosas madres empezaron a llegar en masa a las maternidades de este país y sobre todo de Nueva York. Una oleada de bebés concebidos en las horas que siguieron a la tragedia, nacidos del ansia, del miedo y la fuerza de vivir, llegaban al mundo. Si serán hijos de la tragedia o de la esperanza es algo que está en las manos de todos y cada uno de nosotros.

Tras el impacto del primer avión, el analista financiero William Núñez salió corriendo a la calle para comprar una cámara desechable. Volvió a tiempo a su oficina para fotografiar el otro avión camino de la segunda torre.
Tras el impacto del primer avión, el analista financiero William Núñez salió corriendo a la calle para comprar una cámara desechable. Volvió a tiempo a su oficina para fotografiar el otro avión camino de la segunda torre.WILLIAM NÚÑEZ

Década oscura

El mundo en guerra. Coincidiendo con el décimo aniversario del 11-S, la Universidad de Brown publicó un estudio demoledor sobre los costes de las guerras en las que se enfrascó Estados Unidos en su posterior persecución global del terrorismo en suelo iraquí, afgano y paquistaní: 236.000 muertos (casi un 60% de ellos civiles), entre tres y cuatro billones de dólares de gastos económicos, cerca de 7,8 millones de desplazados y más de 7.000 soldados estadounidenses caídos en Irak y Afganistán.

Aniversario en sangre. Como queriendo recordar la alargada sombra de la batalla, el día exacto en que se cumplían 10 años de la caída de las Torres Gemelas, un camión bomba talibán mató a cinco trabajadores afganos e hirió a 77 soldados estadounidenses en Afganistán.

'In memoriam'. Ese mismo día, a las 8.46 en punto de la mañana, sonaron tres campanadas en la Zona Cero de Nueva York, el instante preciso en el que el primer avión se clavó contra la torre norte 10 años atrás. Se guardó un primer minuto de silencio junto al recién inaugurado memorial en recuerdo de las 2.983 víctimas de los atentados de Al Qaeda en Estados Unidos, el primer y único ataque extranjero sufrido en su territorio continental. El presidente Barack Obama, junto a su predecesor, George W. Bush, invocó: "Dios es nuestro auxilio en las tribulaciones". Un mes después anunció la retirada de sus tropas en Irak. Igual que un par de meses antes había anunciado el principio del repliegue en Afganistán.

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