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Un hombre de la cultura, el periodismo y la política

La mejor cabeza de su generación

Javier Pradera ha sido la mejor cabeza de su generación. La inteligencia aplicada a la reflexión cívica y al análisis político. Esas eran sus armas, tan admiradas y temidas. Sin ningún otro apoyo ni ortopedia. Tenía el poder desnudo que proporcionan el talento, la preparación, el rigor, la autoexigencia. Le bastaba y le sobraba. Con renuncia natural, sin impostación alguna, a los atributos de que tanto gusta rodearse quienes buscan impresionar o verse reconocidos. Sus lugares fueron San Sebastián, Madrid y Gandarilla. Origen familiar, dedicación profesional y pasión amorosa. Talento natural nunca discutido. Tampoco malversado en ninguna cucaña. Cristalizaba en las antípodas del manual del trepador, del ventajismo al uso, del arte de medrar.

Por su valor, Semprún le dedicó su 'Autobiografía de Federico Sánchez'

Venía preparado de origen para haber sido usufructuario de la victoria del 39 pero quiso echar su suerte con los vencidos. Entre amigos, en momentos de disentimiento polémico, Pradera gustaba a veces de adelantarse a tranquilizarles con referencias irónicas a sus propias aberraciones. Era entonces cuando les consolaba reconociendo que la posición impugnada de sus interlocutores venía a ser de irrelevancia venial si se comparaba con su propia trayectoria, donde figuraba su condición sucesiva de católico con Pacelli y comunista con Stalin. Pero en medio de esos compromisos generó anticuerpos que le inmunizaron contra las asechanzas del sectarismo. Resultaban incompatibles con una inteligencia como la suya.

Era una cabeza lúcida, desasosegada e irónica, que huía de fiarlo todo a la improvisación. Nunca opinaba, mucho menos si había de hacerlo por escrito, sin haber leído. Porque lo leía y lo subrayaba todo, con la dedicación del escolar que tiene que pasar examen. Tenía una aversión instintiva a la necedad. Y una atracción natural por el talento. Siempre permanecía atento a su descubrimiento para incorporar nuevos valores a sus proyectos intelectuales como el de la revista Claves de Razón Práctica. Fue la piedra de toque del diario EL PAÍS desde su nacimiento. La masa encefálica de su página editorial. Su camarada Jorge Semprún le dedicó su Autobiografía de Federico Sánchez por su valor temerario. Pero ni ese ni otros reconocimientos le indujeron a la vanidad a la que era por completo alérgico. Tampoco le impulsaron a la docilidad de ningún encantamiento.

Pradera se distinguía por la calidad de sus vínculos, ahí están sus amigos. Pero Natalia es la prueba eminente.

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