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CON GUANTES
Columna
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Tiempo al tiempo

El tiempo transcurre más veloz hacia atrás, eso es evidente, y la vida sucede consumiéndose, por eso Zacarías a menudo no termina su café cuando se sienta con Irene a saborear una de las escasas mañanas que Irene le regala. No es su amante nocturno, es su amante del mediodía, y apenas consigue pasar con ella dos noches. Uno sabe mejor quién es y de dónde viene cuando una mujer le regala por fin una mañana. Zacarías se muestra agradecido pero cauteloso. Al fin y al cabo, el cuerpo de una mujer se puede contemplar eternamente y las horas se consumen mejor así y de manera más efectiva que de ninguna otra. No hay mujer en este mundo que no sea dueña de sus propios detalles y en esa tarea se emboba uno con frecuencia desestimando la importancia de otras muchas cosas. Esos dígitos robados del cálculo total permanecen para siempre y recordándolos se puede pasar una vida entera, una vida que Zacarías no tiene.

"Salió al pasillo, abrió la puerta del ascensor y esperó ese último beso que no hubo"

Cuando coinciden, al amanecer, en la mesa de la cocina, Zacarías abandona su café tras un par de sorbitos, para poder así mirarla, mientras maquina cómo demonios olvidarse de ella, lo suficientemente deprisa. Por la ventana ve Finlandia y cómo la gente de Finlandia amanece y cómo corren hacia lo propio, ignorando lo ajeno.

Irene se presenta entonces en la cocina con las uñas de los pies pintadas. ¿Por qué? Se pregunta Zacarías. ¿Por qué detenerse en ese gesto tan de mañana? Pero al segundo piensa que Irene es encantadora, y se arrepiente de haber perdido el segundo anterior dudando.

Quiero decir algo. Dice Irene.

Dilo. Responde Zacarías.

Desde que has llegado de ese tiempo tuyo, y supongamos por un momento que no estás rematadamente loco y que realmente has llegado de otro tiempo que no es este, por más que la idea me parezca descabellada, pero vengas de donde o de cuando vengas, el caso es que no le veo mucho sentido a esto.

No me quieres, dice Zacarías, viendo por fin la puerta de salida.

No es eso, no es eso. La gente tiene una vida más allá de su propia locura, yo también. Por entretenido que esto me resulte, hacen falta muchas cosas más.

¿Qué cosas? Pregunta Zacarías.

Planes.

¿Qué planes?

Planes, los que sean, hacen falta planes para vivir.

Los planes llevan tiempo, dice Zacarías, y el tiempo es precisamente el problema. Yo he viajado hasta aquí para ganar tiempo, no para perderlo.

Tus fantásticas excusas son también una fantástica pérdida de tiempo.

Lo sé. A veces no me termino el café, para recuperar algo del tiempo que pierdo explicando estas cosas.

Si tienes tanta prisa, ¿por qué no te largas de una vez?

No sin cumplir mi misión.

¿Cuál es tu misión?, si se me permite la pregunta, mi absurdo viajero del universo comprimido.

Recuperar el tiempo que pierdo a tu lado.

Sabes cómo entusiasmar a una chica, mi vida ¿Y eso cómo se hace?

No dando nada a nadie más y después quitándote a ti lo poco que te he dado.

Menudo plan, cariño mío. Espero que en el futuro no sean todos como tú...

Irene no quería que Zacarías supiese que se enfadaba, así que trató de exagerar su aburrimiento.

Me aburres muchísimo. Mejor tómate el café o no te lo tomes, y lárgate, que tengo mucho que hacer.

Zacarías no gastó un segundo más y salió de la casita de Irene. Del lugar en el que Irene pensaba que todo era muy importante, menos el tiempo.

Salió al pasillo, abrió la puerta del ascensor y esperó ese último beso. Pero esta vez no lo hubo.

Algo vamos avanzando, pensó Zacarías, y se imaginó que aquellos que habían puesto tanta fe en recuperar el tiempo perdido estarían por una vez más que satisfechos.

Al llegar al portal recordó algo que querría haberle dicho a Irene, pero se dio cuenta de que era también una pérdida de tiempo, y se alegró de no habérselo dicho.

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