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Crítica:UN 'PURGATORIO' PARA VIGGO MORTENSEN Y CARME ELIAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tú y yo somos cuatro

Marcos Ordóñez

Para no destripar el argumento de Purgatorio he empapado el texto en tinta hipnótica, de modo que cuando acaben de leerlo olvidarán que los nombres secretos de los personajes quizá sean Jasón y Medea. No olvidarán, en cambio, las siguientes informaciones: la ha escrito Ariel Dorfman, el autor de La muerte y la doncella, la ha dirigido Josep Maria Mestres en el Matadero, y sus protagonistas son Carme Elias y Viggo Mortensen, en un regreso a las tablas que ha suscitado una comprensible expectación.

Purgatorio es un melodrama original y profundo: podría haberlo firmado Anouilh. O Sartre. O, en sus más altos vuelos, la Duras. El asunto de la obra no es tanto la culpa, sino la búsqueda de redención. El lugar donde se encuentran los protagonistas recuerda al sheol judío, en el que las almas pasan por un túnel de lavado espiritual llevado por expertísimos profesionales: no se trata de prepararse para ver a Dios, sino de poder ver a Dios en el interior de uno mismo.

El asunto de la pieza no es tanto la culpa sino la búsqueda de redención

En la primera escena, una mujer que mató a sus hijos es interrogada, afable pero intensivamente, por uno de esos expertos. En la segunda, que transcurre en un tiempo anterior (o paralelo, a decidir), una interrogadora cuestiona al amante de la asesina, que parece curado de su odio: para probarlo, deberá sanar el alma de quien más daño le hizo y a la que traicionó. Cláusula de esta misión casi imposible: si revela la menor traza de su identidad se borrará el disco duro y habrá que reiniciar todo el proceso. La tercera escena es, obviamente, el encuentro entre ambos, pero con ese bonus track de información, que, insisto, ustedes olvidarán en cuanto vuelvan a sus quehaceres. En las tres escenas hay un cuchillo sobre la mesa. Un cuchillo carnívoro, como diría Umbral. Esto que les cuento es esquelético: lo importante es la carne que le echan Dorfman y los actores.

Esa carne, que atrapa y apasiona, podría calentarnos mucho más: Purgatorio bordea la caza mayor de no ser por algunos enfriamientos. Dorfman tiende, a ratos, a un lenguaje un tanto engolado, con "voluntad poética" ("tan joven yo y tan joven la mañana") y algunas expresiones redichas: los personajes no "vuelven" sino que "retornan", no "ven" sino "divisan", no dicen "tal vez" sino "acaso". Son molestias ocasionales, pero como el texto es hermoso y ceñido se notan más.

Me convence poco Carme Elias en la primera escena, donde su personaje se comporta como una interna del pabellón de ninfómanas (o, si prefieren, como una loca de Tennessee Williams) en marcado contraste con lo que escuchamos: esa mujer salvaje aún tiene el poder de atravesar y derretir con la mirada. La actriz, pues, todavía no parece haber hecho suyo el rol: se perciben los puentes, las costuras de las asociaciones mentales de un cerebro plurirrevolucionado, y Mestres le marca (o le permite) una gestualidad redundante, como si a cada paso tuviera que apoyar sus palabras en acciones. Acciones que nos distraen, y que a menudo no parecen mostrar una ordalía anímica, sino el temor de un director o un intérprete hacia los meandros del texto. A ratos, también, parece tintinear la subrayante autoconciencia de estar haciendo un gran personaje trágico. Quizá esto se deba a que Carme Elias exhala una luminosidad y una calma que no permiten, por el momento, la afloración del lado oscuro del personaje salvo en el tercio final: no es poco, pero no es bastante.

Si Viggo Mortensen resulta mucho más convincente es porque, de entrada, logra surfear sobre las incrustaciones retóricas del texto: tampoco debe ser fácil decir con naturalidad cosas como "cuando hayan extraído mi verdadera cara de mi interior más oculto". En su perfil actoral coexisten, vaya novedad, una extrema sensualidad, un peligro latente y una intensa pureza. A ningún actor le gusta que le comparen con otros, pero a mí me hace pensar en un cruce entre el poderío del joven Kirk Douglas (barbilla incluida) y la inocencia de Woody Harrelson o de John Savage. Hay una gran sobriedad en su trabajo, aunque también gestualiza demasiado lo que siente. Por ejemplo, la tendencia a encorvarse para mostrar su fragilidad y el peso que soporta: eso resulta afectado y le resta fuerza y misterio.

En la segunda escena, donde Carme Elias pisa con más firmeza, refulge un pasaje soberbio, tan bien escrito como servido: el relato, contado desde la noche, del arrebatamiento amoroso de la pareja, que Mortensen hace flamear como si fuera un corrido de José Alfredo Jiménez: puro tequila, seco y perfumado. Poco después, en cambio, hay un fragmento (el episodio del jarrón) que llega cuando la situación estaba empezando a girar un poco sobre sí misma. Cuando decimos que una obra es demasiado larga a menudo queremos decir que hay partes en las que la atención se vuelve vagabunda porque falta tensión en el texto o en la actuación. Creo que ese episodio (que quiere ser un poco el equivalente de la cinta robada de Rousseau) podría acortarse y la pieza ganaría en pegada.

La tercera escena, cuando los amantes malditos se reencuentran, es una belleza. Carme Elias se lanza sobre la estremecedora confesión y alcanza su cota emotiva porque atrapa la dualidad de esa mujer devastada e indómita que quiere empezar de nuevo pero volvería a hacer todo lo que hizo, y Viggo Mortensen está inmejorable de humanidad, de dolor contenido, de pasión soterrada. La noche del estreno, el viernes, hubo grandes aplausos para la pareja protagonista, para Ariel Dorfman, para Josep Maria Mestres y para todo el equipo.

Carme Elias, en una escena de <i>Purgatorio.</i> Detrás, Viggo Mortensen.
Carme Elias, en una escena de Purgatorio. Detrás, Viggo Mortensen.TEATRO ESPAÑOL

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