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Reportaje:

Una noche de rock en la favela

La que fuera una de las comunidades más violentas de Brasil, Ciudad de Dios, se convierte estos días en escenario alternativo del Festival Rock in Rio

Iker Seisdedos

El domingo fue un gran día para Marco y Adriano, habitantes de la favela Cidade de Deus (Ciudad de Dios), al oeste de Río de Janeiro. No es ya que ganase el Flamengo por 2 a 1, según contaba el primero golpeándose sobre el pecho el emblema de su equipo de fútbol, es que su amigo, ataviado con una camiseta negra de El Castigador, iba a ver a Metallica, su grupo favorito, actuar aquí, en el corazón de una barriada de medio millón de personas de infausto pasado violento y futuro esperanzador.

La angostura de las calles de esta favela (en adelante, comunidad; sus vecinos prefieren llamarla así) es incompatible con cualquier plan de entrada de los tráilers de la banda de heavy metal más grande del mundo, que cerró ante 100.000 personas el primer fin de semana de la vuelta de Rock in Rio a la ciudad donde nació en 1985. Por suerte, la señal de televisión de la cita puede incluso con esta edificación invasiva, cuyos inicios deben buscarse en los sesenta, cuando el sueño de recolocar a miles de habitantes de los morros del sur de la ciudad tras una serie inclemente de inundaciones en Río de Janeiro se tornó en pesadilla de urbanismo de aluvión.

En 2009 el Estado le arrebató al 'narco' el poder que ejercía sobre el barrio
La ciudad se prepara para el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos

Los conciertos del escenario grande del festival se retransmitieron a través de pantallas gigantes en la plaza de Caraté, centro de la vida en Cidade de Deus, gracias a una asociación entre los afanes solidarios de Roberto Medina, fundador del festival, la Central Unificada de Favelas (CUFA), la Prefectura de Río y una serie interminable de patrocinadores cuyos logotipos lucieron desubicados en este entorno.

Antes de caer el sol y de que los grupos de heavy de la tercera jornada, día grande dos metaleiros, desplegaran sus desgañitadas maneras, la comunidad mostraba allí al visitante sus rutinas de tarde de domingo: los vendedores ofrecían cervezas por la tercera parte de lo que se pagaban en Barra da Tijuca, el cercano recinto del festival, los chicos trataban de impresionar a las chicas con sus motos mil veces rescatadas del desguace y un grupo de chavales corría tras una pelota deshinchada, como en la secuencia inicial de la película y fenómeno planetario de Fernando Meirelles, Ciudad de Dios.

A diferencia de uno de los protagonistas de aquella historia que narraba con las trazas irreales del videoclip décadas de exclusión social, los niños no temen ya a los hombres armados que dominaban la comunidad hace no tanto. Esta favela fue pacificada en 2009, lo que equivale a decir que el Estado arrebató el poder que el narco ejercía de facto sobre la vida de sus habitantes.

El edificio más reluciente de la plaza, que ha recibido visitantes tan ilustres como el presidente Obama, está ahí para recordárselo a todos. Apoyados en sus coches a las puertas de la Unidad de Policía Pacificadora, los agentes supervisaban la buena marcha de la tarde, que arrancó con un concierto de Cidade Negra, uno de los grupos de reggae más queridos del país. Su líder, Toni Garrido, criado en la favela del norte de la ciudad Baixa de Fluminense, resultó elocuente al término del espectáculo en el camerino improvisado: "Hemos ayudado a la clase de gente que éramos ayer a soñar con el Brasil del mañana".

En ese viaje hacia el futuro, acelerado por la necesidad de adecuar la ciudad a las exigencias de la organización de un Mundial de Fútbol (2014) y unos Juegos Olímpicos (2016), la guerra también se libra en términos de imagen. Cuando este marasmo de viviendas a medio hacer quedó bajo el control del Estado, cayó todo un símbolo del viejo y caótico Río. "Era la demostración del poder que ejerció la extrema violencia de la droga sobre la ciudad durante décadas", explica Elaine, trabajadora de CUPA, que advierte de que los objetivos logrados en la lucha contra el hambre del expresidente Lula deben mirarse en el horizonte de la educación, aún un privilegio en estas malas calles.

"Sencillamente, si esta zona no estuviese pacificada, no estaríamos aquí", añade Tita Tepedino, responsable desde Rock in Rio de la iniciativa de la retransmisión poco antes de que la conexión desde la Ciudad del Rock trajese los sonidos duros de grupos como Motörhead, Slipknot o Metallica a los vecinos de la favela, que obviamente no tienen para pagar los 145 reales de la entrada (60 euros, en un país en el que el salario mínimo apenas sobrepasa los 200).

La plaza, que ha albergado hasta a 2.000 personas cada día de conciertos, era el domingo la viva imagen del choque cultural. La vibrante música local se sacude aquí al ritmo del favela funk, estilo que popularizaron internacionalmente artistas como Diplo o M.I.A. Obsesiva celebración de la clase de placeres terrenales que permiten olvidar la miseria, esta música se sitúa ética y estéticamente en las antípodas del heavy metal. A diferencia de los millonarios compositores de las bandas del tercer día de Rock in Rio, esta gente no le ve ningún sentido a subrayar sus desdichas.

La noche de rock en la favela de Ciudad de Dios, en Río de Janeiro.
La noche de rock en la favela de Ciudad de Dios, en Río de Janeiro.JORGE PADEIRO
JORGE PADEIRO
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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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