El gran James Ellroy debuta inútilmente como guionista
La escritura de ese individuo excesivo, arrogante y provocador llamado James Ellroy sería reconocible para cualquiera de sus fervorosos lectores aunque no llevara firma. Es una de las mejores cosas que le han ocurrido a la literatura norteamericana en mucho tiempo. Etiquetarle como un especialista del género negro no falta a la verdad, pero es insuficiente. Digamos que es un gran escritor a secas, un estilista que siempre fue poderoso y lírico pero que en sus últimos libros, la alucinada trilogía de América, está llevando su lenguaje y su estética hasta lo conceptual. Aunque todo lo que ha escrito posea fiebre, dinamita expresiva, negrura y ambigüedad moral, creo que su prolongado estado de gracia lo alcanzó con el cuarteto de Los Ángeles. Y el cine estuvo a la altura en arte y espíritu de una de esas magníficas novelas cuando Curtis Hanson adaptó L. A. Confidential, una película que me sigue deleitando aunque la haya visto infinidad de veces.
En 'Rampart', del director Oren Moverman, todo es gratuito e impostado
En Rampart, James Ellroy ha accedido por primera vez a coescribir un guión para el cine en compañía del director Oren Moverman. Ignoro si se debe a razones crematísticas, para asegurarse de que el cine no va a traicionar a sus criaturas literarias, o porque creía firmemente en este proyecto. Y viéndola, pero sobre todo escuchándola, reconoces que Ellroy está detrás de una parte considerable de esos diálogos. También reconoces en ese policía llamado Dave Brown a un genuino personaje del mundo de James Ellroy. Un corrupto que se mueve por las calles de Los Ángeles como si fueran suyas, salvaje en sus métodos, convencido de que no se le puede acusar de racista ya que él odia a todo el mundo y de que el verdadero protector de la sociedad y del orden no necesita normas ni reglas morales, lo que implica asesinar a los malos, borracho, drogota y follador, acorralado finalmente por políticos y policías que le acusan de haber violado sistemáticamente la ley, solo vulnerable anímicamente a lo que sientan hacia él dos hijas adolescentes y traumadas, temerosas ante la volcánica personalidad de su padre. Sobre el papel este argumento puede resultar atractivo, complejo y morboso pero al desarrollarlo en imágenes todo desprende gratuidad y una impostura que a veces se acerca al ridículo.
Al director le preocupa más ejercer caprichosos numeritos con su cámara que hacer verosímiles personajes y situaciones; la desesperación, la violencia y el nihilismo que pretende mostrar es de plástico. La inquietante mezcla de grandeza y tinieblas de tantos personajes de Ellroy ha desaparecido, por muchas y ácidas peroratas que se largue el protagonista ofreciendo su cínica visión de las personas y las cosas. Woody Harrelson, un buen actor tantas veces aunque con una vena histriónica muy peligrosa, parece encantado de conocerse a sí mismo, sobreactúa, se cree irresistible y chulísimo en su pose de desdeñoso y bronco Llanero Solitario, está lamentable. Pero el director también se las ha ingeniado para que actrices tan dotadas como Robin Wright y Sigourney Weaver, o el siempre excelso actor secundario Ned Beatty participen en su monótono circo dando vida a personajes involuntariamente caricaturescos. Rampart también inventa uno de los finales más lerdos que he visto en mucho tiempo. Siempre espero con ansiedad el último libro de Ellroy. Pero no tengo ninguna prisa por ver cómo evoluciona su arte escribiendo guiones.
A diferencia de Rampart la película portuguesa Sangre de mi sangre y la argentina Los Marziano no me irritan, pero tampoco me provocan nada apasionante. La primera adopta la estética y el espíritu de los culebrones para contarte la historia de una familia muy drogota que vive en un barrio de las afueras de Lisboa. La segunda apela al costumbrismo y a un humor muy leve describiendo la necesidad de reencontrarse de unos hermanos que llevan tiempo mosqueados. El público parecía pasarlo muy bien con esta anécdota alargada. Será que no he pillado el punto humanista de Los Marziano.
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