Los demonios de Montjuïc
Según la tradición, santa Madrona impidió a los diablos derrumbar la montaña
Seguro que alguno de ustedes, al leer el título de esta crónica ha fruncido el ceño. Los demonios no son animales, y ni tan siquiera existen en la naturaleza. Vale, cierto. Pero un bestiario sin ellos es como un guisado sin pimienta, o un domingo sin tortel. Tradicionalmente, los diablos han sido vistos como personajes estrafalarios, metidos en apuestas absurdas y vencidos por pastorcillos inocentes o por santos varones que les obligaban a construir puentes y demás infraestructuras en una sola noche. Lejos del maligno personaje que propagaba la Iglesia -y que han recogido el cine y la literatura-, la relación entre los seres infernales y la cultura popular ha sido, sino cordial, por lo menos satírica y socarrona.
La capillita en los jardines de Joan Maragall es muy poco conocida
A la gruta a medio excavar se la llamó durante muchos años el Forat del Diable
En Barcelona, Satanás aparece tentando a los constructores de las iglesias del Pi y de Santa Maria del Mar, en aquel entonces picadas por la altura de sus campanarios. Otro lugar diabólico era el Tibidabo, bautizado así por la frase que dijo Lucifer al tentar a Cristo: "Todo esto te daré". Sin olvidar la casa del Diablo de Gràcia, la verdagueriana casa de los Exorcismos de la calle de Mirallers y la calle del Infierno, aquella vía angosta desaparecida bajo la avenida de la Catedral. No obstante, la más antigua narración con demonios que conserva la ciudad está relacionada con un minúsculo edificio situado en los jardines de Joan Maragall -entre el Museo Etnológico y el Museo Nacional de Arte de Cataluña-, que seguramente es uno de los lugares menos conocidos por el barcelonés de a pie. Si van se encontrarán con la modesta capillita de piedra de santa Madrona.
Cuenta la leyenda que cuando la nave que transportaba el cuerpo de la santa pasó frente a Barcelona se desencadenó una gran tormenta. Temiendo por sus vidas, los tripulantes depositaron los restos en la ermita de Sant Fructuós, en Montjuïc; que en el siglo XV fue rebautizada en honor de santa Madrona. Junto a la capilla, en el siglo XII se edificó un convento que quedó muy deteriorado tras la batalla de Montjuïc -el 26 de enero de 1641-, cuando los catalanes masacraron a los tercios españoles en su primera derrota histórica. En Hostafrancs siempre ha existido la calle del 26 de Enero conmemorando esa hazaña. Cuentan que cuando los legionarios y los moros entraron por la Bordeta -el 26 de enero de 1939-, todos se quedaron de piedra al pasar por esta calle. "¡Estos catalanes son tan previsores que ya tenían la placa preparada para cuando llegásemos!", parece que exclamaron. El convento sería, finalmente, destruido a cañonazos en el sitio de 1714, y la capilla restaría abandonada hasta 1907 -cuando la restauraron-, y posteriormente incorporada al palacete Albéniz.
Para entender la importancia de este lugar hay que tener en cuenta que santa Madrona todavía es la copatrona de la ciudad junto a santa Eulalia, y desde mucho antes que la Mercè. Su capilla era lugar de peregrinación para pescadores y marineros, que subían a ofrecerle como exvoto pequeñas reproducciones de barcos. Seguramente por este motivo dice la tradición que el diablo acabó cansándose de tanto ajetreo y decidió llamar a demonios de todos los rincones del mundo para que vinieran a destruir la montaña. El contingente infernal se reunió en las antiguas huertas de Sant Bertran, donde hoy se encuentra parte del barrio del Poble Sec y el Paral·lel. Y se pusieron a excavar una gran mina que socavase los cimientos de estos montes y causase su derrumbe. Pero la santa salió de su capilla y al hacer la señal de la cruz les obligó a marcharse a toda prisa.
A aquella gruta a medio excavar se la llamó durante muchos años el Forat del Diable o el Cau del Diable, una antigua pedrera hace mucho tiempo abandonada, por la que se suponía que estuvieron a punto de entrar los demonios. Siglos después el lugar fue urbanizado, convirtiéndose en el actual Teatre Grec, en el paseo que lleva el nombre de la santa Madrona.
Algunas noches, entre los ecos de los coches y de los visitantes nocturnos, se oye un ruido sordo, subterráneo, como si algo golpease contra la piedra a mucha profundidad. Podría ser simplemente una reverberación del jaleo que genera la ciudad, aunque quizá sea una cuadrilla de demonios regazados, que siguen con su tarea de destruir la montaña, impasibles e ignorantes a lo que ocurra fuera. Quién sabe si para toda la eternidad.
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