Coto de caza
Marès esculpió en 1967 un grupo de ciervos y perros por encargo de Alfonso Escámez
Como mostró Luis García Berlanga en su película La escopeta nacional, la caza fue una de las actividades más apreciadas entre las familias enriquecidas por la rapiña franquista. No había ministro, subsecretario, cardenal, jefe de negociado o antiguo estraperlista que no se reuniese en el monte los fines de semana para disparar a todo lo que se moviera. Hasta el propio dictador gustaba de darse un garbeo por las fincas de sus allegados, para cobrar ciervos, perdices o lo que le viniera en gana. ¡Pum!
Aquí en Barcelona, sin ir más lejos, tuvimos diversos ejemplos de aquella afición desmedida por los acechos, las batidas y los ojeos. Basta con acercarse a la Diagonal, para ver el conjunto de estatuas que realizó en 1967 Frederic Marès -seguramente el escultor catalán que moldeó más estatuas de animales-, a instancias de Alfonso Escámez, en ese momento director del Banco Central y consumado tirador. Inicialmente, este grupo de animales en piedra y bronce estaba situado en el llamado parque Colonial, que la Inmobiliaria Colonial SA estaba edificando en lo que hoy son los jardines Vicenç Vives. Todavía en su emplazamiento original, es un conjunto de esculturas que recoge las principales especies venatorias de la península Ibérica, como si fuesen aquellos cuadros de perros persiguiendo al ciervo que tenían nuestras tías viudas en el comedor. Da un poco de grima advertir cuál era el gusto estético de aquellos nuevos ricos, que no sabían sacarse del brazo la escopeta. Pero hoy quisiera hablarles de otro enclave cinegético de nuestra geografía, un territorio con reminiscencias a lo Félix Rodríguez de la Fuente, urbanizado con grandes dosis de humor negro. ¡Pim, pam!
En la Guineueta muchas de las calles llevan nombre de animales: Gasela, Isard, Castor y Esquirol Volador
En el cine Paladium de la rambla del Cazador se estrenó, en 1978, 'La escopeta nacional', de Berlanga
En 1952 se celebraba el famoso Congreso Eucarístico, en una ciudad que comenzaba a poblarse de emigrantes llegados del sur. A fin de buscarles alojamiento las autoridades crearon una serie de nuevas barriadas, convertidas más tarde en el actual distrito de Nou Barris. Se trataba de pequeños enclaves periféricos, promovidos por distintas cooperativas y por la Obra Sindical del Hogar, pensados para dar cobijo a los empleados de grandes empresas como la FECSA, la Telefónica y la Catalana de Gas. Uno de aquellos proyectos fue el polígono de La Guineueta -situado donde había estado la finca de Can Guineueta-, entre la Via Favència y el paseo de Valldaura, frente al antiguo nosocomio de Horta.
En junio de 1960 se ponía la primera piedra, con la asistencia del ministro de la Vivienda José María Martínez y Sánchez-Arjona, marqués de Paterna del Campo y también aficionado a las monterías. La cooperativa La Puntual se encargó de la construcción de unos modestos bloques de cuatro pisos, que en 1964 ya estaban terminados. La broma vino cuando los vecinos se apercibieron de los nombres de aquellas nuevas calles. Si se dan una vuelta por ese lugar verán que las placas del callejero están dedicadas a animales como Guineueta (zorrita), Gasela (gacela), Castor, Isard (rebeco) y Esquirol Volador (la ardilla voladora), cuya denominación original de Esquirol a secas fue cambiada al existir otra vía de igual nombre en Ciutat Vella. En uno de aquellos raptos macabros que tenía la Administración de Porcioles, todas esas vías van a morir (y nunca mejor dicho) en la vecina rambla del Cazador, que parece aguardarles agazapado tras un árbol. ¡Pam, pum!
En esa rambla se abrió en 1968 el Grupo Escolar Francisco Franco y la iglesia parroquial de San Mateo. También abrió un cine, el Paladium, que en 1976 pasó a ser uno de los pocos de estreno que había en toda la periferia barcelonesa. En aquella misma sala se estrenó, en septiembre de 1978, La escopeta nacional, la primera parte de la trilogía que Berlanga le dedicaría a la saga de los Leguineche. Los espectadores, al salir a la calle, podían hacer toda clase de paralelismos con el lugar donde les había tocado vivir. Un cazador anónimo rodeado de sus presas, que también eran ellos; habitantes de una finca campestre que solo existía sobre el plano. Aquellos descampados cubiertos de bloques de pisos no fueron ajardinados hasta los años noventa. Y justo al lado apareció el moderno parque de la Guineueta, como un pulmón verde donde el bosque se espesa. Con tanto árbol, este entorno aún mantiene su sabor a coto de caza, aunque ahora solo sea en forma de metáfora. ¡Pam!
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