Nueva York también quiere
Por extraño que resulte, España, Holanda, Bélgica y Canadá, además de seis Estados de EE UU, le habían ganado esta vez la partida a Nueva York en el reconocimiento de los derechos civiles; los de los homosexuales. Seis años después de que Carlos y Emilio (los primeros en acogerse a la ley) se casaran en Tres Cantos, la Gran Manzana vivió el domingo un día de fiesta a cuenta de las 823 parejas que legalizaron su vida matrimonial. Dicen los datos oficiales que las primeras fueron dos mujeres: Kitty Lambert, de 54 años, y Cheryle Rudd, de 53, que se casaron un minuto después de la medianoche del sábado junto a las cataratas del Niágara. Pero el grueso de las ceremonias tuvo lugar en los registros civiles de Nueva York a partir de las 8.30 del domingo, y la emoción era tan grande que algunos hicieron cola durante horas para poder celebrar su unión antes que el resto. Así es Nueva York. Todo a lo grande: 823 bodas en un día, lágrimas por parte de la presidenta del Consejo Municipal, Christine Quinn, activista homosexual; un eslogan, NYC I do (Ciudad de Nueva York. Sí, quiero) y un retorno financiero anual de 150 millones de dólares.
Lo llamativo es que la ciudad más liberal de Estados Unidos haya tardado tanto tiempo en aceptar el matrimonio gay. Fue allí donde se produjeron los disturbios de Stonwall, en 1969, un hito en la historia de la liberación homosexual que desembocó con el tiempo en las marchas del Orgullo Gay, en conmemoración de aquellas revueltas contra la habitual represión policial. Algunos de los contrayentes del domingo se confesaron dolidos por la tardanza. Que Iowa o Connecticut hayan tomado la delantera a Manhattan es casi una afrenta.
Una vez reparado el retraso, las bodas homosexuales pueden convertirse en un nuevo y rentable atractivo para la ciudad. Entre las parejas que se casaron el domingo había alguna incluso de California, Estado que, a pesar de su merecida fama progresista, aún no se ha sumado a la iniciativa. Por eso cruzaron el continente. Tienen prisa. Algunos, como Connie Kopelov, de 85 años, y su amada Phyllis Siegel, de 77, llevaban dos décadas y media esperando este momento.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.