Un circo en el Ministerio de Cultura

La chapuza como deporte nacional, la no asunción de culpa como vocación irremediable y, en general, el desprecio al tiempo y a las agendas de gente bastante ocupada han caracterizado la atribución del Premio Nacional de Cine 2011 ganado ayer -con todo merecimiento, porque es dueño de una de las trayectorias más arriesgadas e intransferibles de este país- por Agustí Villaronga. Todo empezó el lunes con un director general del Gobierno anunciando a los miembros de un jurado que nada, que habían venido para nada y que se tenían que ir, porque no se daban las circunstancias de cumplimiento de paridad reflejadas en la Ley de Igualdad. Y eso, pese a que una semana antes los nombres de los jurados habían sido publicados en el BOE.

Aunque estas reuniones no son públicas, parece fácil imaginar la cara de póquer de los allí presentes -presentes en los salones de todo un Ministerio de Cultura, recuérdese- cuando fueron conminados a volverse a sus casas o a donde fuera menester. Entre ellos, por citar algunos nombres, el presidente de la Academia de Cine, Enrique González Macho; el director y guionista Agustín Díaz Yanes o el presidente de los productores, Pedro Pérez.

El motivo esgrimido era que en la composición del jurado debía cumplirse la paridad, o sea, que hubiera no menos del 40% de mujeres en el jurado, que las había: estaban allí tres señoras y siete señores. Así que las deliberaciones podrían haberse desarrollado con todas las garantías que marca la ley. Mejor dicho, que recomienda la ley: recuérdese que, en el caso de un Premio Nacional, lo reflejado en la Ley de Igualdad de 2007 (ese 60%-40%) adquiere naturaleza de recomendación, no de obligación pura y dura (para las listas electoprales sí que la hay).

Pero como algunos son más papistas que el Papa, pues tienen a bien disolver jurados cuando les vienen en gana, y aquí no pasa nada, y no pasará nada, porque en este país nunca pasa nada. Eso sí: había que oír -y leer, por ejemplo en estas mismas páginas- a algunos de los afectados, como González Macho o Díaz Yanes. Por cierto, en el caso del primero de ellos, ayer mismo seguía perplejo, preguntándose cómo era posible que, pese a ser todo un recién estrenado presidente de la Academia del Cine, al final le pitaran fuera de juego y tuviera que ser sustituido por una de sus vicepresidentas, a la sazón la directora Judith Colell.

Hay tres verdades en este sainete. Una de ellas es una verdad deseable: que las mujeres tengan las mismas (ni más ni menos, aunque por ahora casi siempre son menos) oportunidades que los hombres. Las otras dos son verdades irrefutables: una, que lo que debe definir a un jurado es la solvencia de sus miembros y no las 'X' y las 'Y' de sus cromosomas. Y dos, que el circo montado por el Ministerio de Cultura y su director general de turno (perdón, de Cine) debería tener consecuencias. Y seguramente las tendrá.