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Columna
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Los enfermos hablan entre sí

Otras veces lo hemos pensado o, incluso, lo hemos dicho en voz alta: la intimidad es un mal rollo.

En Internet prospera una red social titulada PatientsLikeMe (pacientes como yo) en donde los enfermos de cualquier tipo, es decir, todo el mundo, cuentan sus enfermedades, sus dolencias, sus decepciones y martirios, los alivios hallados o prescritos que recibieron con una u otra consecuencia individual.

No se trata, por tanto, de nada profesional en ese lugar de encuentro sino significativamente personal. El intercambio de experiencias de enfermos a propósito de un determinado dolor incluye en ese dolor al dolor del otro y entre muchos se soporta con un menor esfuerzo o un entendimiento ajustado a la experiencia común.

Más que las yerbas o los ungüentos, más que los frascos o las inyecciones, la gente cura a la gente

¿Temores sobre las negativas consecuencias que estas confesiones produzcan en las empresas, ante los chantajistas de ocasión, ante los curanderos sin escrúpulos que nos prometen el cielo? El mal real, el mal del paciente reunido, es mucho más fuerte que el pudor. Gracias a su fuerza intrínseca, el prejuicio y el perjuicio social tienden a cero. La importancia del miedo a morir o quedar personalmente lisiado asciende sin tasa y supera la cincha de las convenciones.

Los seres humanos se han matado entre sí, pero entre ellos se halla la fuente de la curación a lo largo de los siglos. Los diferentes mitos en torno al religioso cuerpo místico tienen su traducción en la verdad (laica y dogmática) de que mediante la relación con los demás las penas se demedian y, al menos temporalmente, se amortizan.

No hay taumaturgia en esta doctrina de aspecto humanitario. En primer lugar, porque, de una parte, gracias a las directas confesiones de gentes muy diversas, alejadas y diferentes, el caudal de conocimiento general aumenta y su multiplicación propicia las posibilidades de un tratamiento mejor. De otra parte, porque, psicológicamente, la agrupación con los demás aumenta las defensas. Cualquier clase de defensas, físicas y anímicas, porque la enfermedad es el denominador común de los seres humanos, el emblema general de su existencia. De este modo, intercambiar las experiencias enfermas eleva poderosamente los niveles de secreciones positivas y la sinapsis primordial que, sin magias ni milagrerías, contribuyen fisiológica o espontáneamente a la disolución de lo peor. Más que las yerbas o los ungüentos, más que los frascos o las inyecciones, es la gente quien cura a la gente.

Es posible también que la gente lapide, maltrate, aplaste o descuartice pero, a la inversa, la gente es capaz, aun metafóricamente, incluso realmente, de procurar un gen (el gen de la gente) que ayuda por sentido común -comunidad de sentido- a la salud.

Una centenaria a la que preguntaban el miércoles por la tarde en Radio Nacional a qué atribuía su larga y aún vigorosa supervivencia respondió solo esto: "Al buen rollo con los demás". "Soy una persona de carácter, pero lo guardo para mí. Para los demás reservo el cariño y la benevolencia común".

Esta condición que se traducía en atender, escuchar, apoyar y empatizar con los otros coincide con el suceso histórico de que los demás siempre nos necesitan. Igual que el pan o el agua incontaminada, las personan necesitan personas limpias y buenas.

Hace unos años, esta clase de discurso radiofónico no podía sonar a músicas celestiales. Idílicas melodías inspiradas por la religión, sus salmos y sus devotos de comunión diaria. Podría parecer, en ocasiones, tan falso este discurso como los que ha redactado una y otra vez la fábrica falaz y burguesa del Opus Dei.

Ahora, sin embargo, la red social, su ascenso digital pone el dedo en la llaga. No estamos solos, no deseamos estar solos a solas. No vale la pena la intimidad a toda costa si ello conlleva la tortura de la soledad. No deseamos el in-dividualismo si esto comporta la división Por el contrario, cuanto consideramos íntimo o muy exclusivo se ha manifestado a la luz como el asunto más comunitario y consolador.

¿Miedo a que nos espíen? ¿Miedos a la luz? Esta clase de reservas es consecuencia de una vieja enfermedad retinal, como la paranoia, y de una época tan aficionada a las telas negras como la burguesía del siglo XIX.

La enfermedad de nuestro tiempo es, en buena medida, la soledad. Y su cura el impulso a no considerarse tan diferente a los otros sino, por el contrario, gozar de la parte común de una marea humana que en lugar de la soledad bracea hacia una extensa grupalidad soleada. Bracea conjuntamente, gracias a las comunicaciones transparentes, hacia una misma natación vital. Nadadores solitarios en el áspero océano salado de antes pero dulces nadadores con su nombre de pila y sus enfermedades pilares bajo el cielo de un despejado cielo común.

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