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Columna
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Nostalgia del futuro

Lluís Bassets

Antes de la jubilación suele aparecer un síndrome curioso. Se trata de una especie de nostalgia del futuro. ¿Cómo será el mundo sin nosotros? ¿Cómo se regirá cuando quien esté sentado al volante no haya vivido las circunstancias históricas en las que se crearon los artefactos que ahora habrá que seguir conduciendo? ¿Qué quedará de nuestras ideas?

Helmut Kohl y François Mitterrand expresaron esta nostalgia respecto a la reconciliación franco-alemana, que clausuró un siglo de guerras entre Francia y Alemania y fue clave de la estabilidad y de la paz en Europa desde 1945 y, a la vez, uno de los fundamentos de la exitosa construcción europea. A la vista del estado actual de la Unión Europea, la nostalgia de futuro del presidente francés y del canciller alemán iba más allá de la mera sensación subjetiva sobre la imprescindible presencia de quienes habían sufrido la guerra europea para garantizar la buena marcha de Europa.

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Robert Gates, el secretario de Defensa, acaba de ofrecernos otra muestra del mismo síndrome en su discurso de despedida ante el Consejo Atlántico, el pasado 10 de junio en Bruselas. "En realidad, si no se frenan ni se revierten las actuales tendencias en el declive de las capacidades de la defensa europea, los líderes de Estados Unidos del futuro, que no han contado ni individual ni colectivamente con la guerra fría como experiencia formativa, como lo fue para mí, pueden considerar que los retornos de las inversiones estadounidenses en la OTAN no valgan la pena".

Las palabras de Kohl y Mitterrand tenían algo de advertencia profética, una señal para futuras generaciones que, a la vista está, ha sido poco atendida por sus sucesores. El discurso de Gates añade una admonición más inmediata, que interpela las actitudes y decisiones actuales de los aliados atlánticos de Washington, datos en mano.

Aunque los países miembros tienen dos millones de soldados en uniforme, son enormes sus dificultades para levantar y desplegar una fuerza de combate de entre 25.000 y 40.000 soldados. El gasto europeo en defensa desde el 11-S ha caído en un 15%, mientras Washington lo duplicaba. Durante la guerra fría, EE UU aportaba la mitad del presupuesto de la OTAN, mientras que ahora, con la Alianza incluso ampliada y Francia integrada en la estructura militar, la aportación es del 75%. Solo cinco de los 28 países socios cumplen con el mínimo del 2% del PIB en Defensa acordado en el marco de la OTAN.

Nada ha subrayado de forma más dramática las advertencias de Gates como la guerra inconclusa de Libia, donde la dirección de las operaciones está en manos de los europeos. Los 28 socios estuvieron obligadamente de acuerdo en la intervención, que de otra manera no hubiera podido hacerse dada la exigencia de unanimidad. Pero menos de la mitad han aportado fuerzas y solo un tercio ha participado en los bombardeos, las únicas acciones directamente bélicas acordadas. Y ahora están todos agotados, sin dinero e incluso sin munición y sin claro horizonte en cuanto a su desenlace.

Las grietas de la OTAN no se deben únicamente a las tensiones que vienen desde Europa. La advertencia de Gates se dirige también a EE UU, donde a la obligada reducción del déficit público, con sus inevitables consecuencias en los presupuestos militares (400.000 millones de dólares hay que ahorrar en los próximos 12 años), se añade ahora una brutal decantación de la opinión pública republicana, con la mayoría de los candidatos a las primarias incluidos, hacia posiciones aislacionistas.

Justo cuando Obama, estimulado por la primavera árabe, se mueve hacia un intervencionismo democrático que para muchos le convierte en un émulo de Bush, los republicanos regresan a la inhibición en los asuntos del mundo y le piden explicaciones por su compromiso en la guerra libia. Ahí están esos futuros líderes que no han vivido la guerra fría temidos por Gates. Si Europa no quiere hacer de gendarme, EE UU se ha cansado de hacer de gendarme y regresa, de momento, a sus cuarteles.

Fácilmente la guerra de Libia puede convertirse en la última jugada con los actuales jugadores e instituciones. Para EE UU era una guerra optativa, aunque para los europeos, al menos algunos, apareciera como de necesidad. A partir de ahora, y con las arcas vacías, desde Washington habrá que concentrar todos los esfuerzos en las guerras absolutamente necesarias. No se sabe muy bien qué habrá que hacer desde Europa, donde ninguna guerra se verá como necesaria. Lo fue en su origen la de Afganistán; pero si atendemos al pacto con los talibanes buenos que se prepara, y el repliegue que se anuncia, ha dejado de serlo, aunque el vecino polvorín paquistaní que la retroalimenta siga más activo que nunca.

Gates quiso dejar el pabellón de la OTAN bien alto, incluidos los socios europeos, declarando cumplida y acabada la tarea. Puede ser. La liquidación de Bin Laden es un buen argumento en su ayuda. La pregunta que queda en el alero es si va a quedar algo de la disuasión convencional en caso de que la Alianza siga en esta pendiente. Leon Panetta, el sucesor de Gates formado todavía en la guerra fría, quizás tendrá ideas al respecto.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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