Farsante Asad
La implacable represión del régimen sirio convierte en burla sus promesas reformistas
Bachar el Asad culpó de nuevo el lunes -rompiendo dos meses de silencio- a saboteadores y conspiradores internacionales y extremistas islamistas de la revuelta popular que le acorrala progresivamente desde marzo. Y, como de costumbre, el tirano sirio ha vuelto a recurrir a vagas promesas reformistas y al anuncio de otra amnistía, la segunda en tres semanas, en un nuevo intento de acallar las imparables protestas de un pueblo que está pagando un elevadísimo precio para acabar con 40 años de absolutismo familiar.
Poco y demasiado tarde. El presidente sirio, cada vez más aislado pese a las manifestaciones de adictos que paga el partido Baaz, carece a estas alturas de cualquier credibilidad, dentro y fuera de su país, salvo entre la camarilla familiar que controla el Ejército, la policía y los negocios de Siria. No puede ser de otra manera cuando la represión implacable que sigue a cada promesa reformista -al menos siete muertos ayer- se ha cobrado casi 1.500 vidas inocentes desde marzo, abarrota las cárceles y está provocando una estampida de refugiados hacia Turquía, un aliado frustrado que hasta hace poco jaleaba a Damasco y ahora urge reformas decisivas.
Aferrado ciegamente al poder, El Asad, que preside una sociedad rota y un país arruinado, no ha entendido bien la magnitud de la crisis y el cambio en el mundo árabe. El error de cálculo se extiende a su propia fortaleza como peón indispensable del statu quo en Oriente Próximo. La revuelta siria, que los espadones del régimen creían poder liquidar en pocas semanas, avanza hacia su cuarto mes, alimentada por la sangre derramada. El salvajismo de las tropas de élite y fuerzas de seguridad, bajo control directo de la dinastía familiar alauí -bombardeo de poblaciones, francotiradores, indiscriminadas torturas-, ha fortalecido más que debilitado a la difusa oposición y a quienes entre la abrumadora mayoría suní se juegan la vida para obtener la cuota de dignidad que les ha sido denegada durante generaciones por la dictadura perfecta.
Ni EE UU, ni Europa, ni el Consejo de Seguridad, con su retórica y sus simbólicas sanciones, están dando la talla en la convulsión más desigual y sangrienta del mundo árabe. Las medidas contundentes de presión deben sustituir sin demora a la hipocresía de seguir aguardando el milagro de la conversión del tirano. Los ciudadanos sirios tienen derecho a esperarlo.
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