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DANZA

Ángeles caídos y otros experimentos

La pieza de Duato, que ya añeja once años, es la que sale mejor parada de esta función, aún con sus costuras bastante presentes, pues se corresponde a una época de transición del coreógrafo valenciano, entre el tenebrismo y su etapa manierista, a la que se aferró para intentar cristalizar un estilo más propio en la génesis del sustanciado dancístico.

Pega mucho entonces la recurrencia formal que hace a Alessandro Scarlatti y esa pieza tenida en su tiempo por maldita, pues Il primo omicidio cuenta lo de Caín y Abel. Duato invierte la estructura de los fragmentos cantados, con lo que se arroga una tensión adicional efectiva. El título del ballet juega a la ambivalencia, pues ese viaje o ascensión en dúo del final algo tiene de angélico. Las cuatro parejas ejercen un ilusorio da capo a base de aforamientos y salidas sutiles que se encadenan sin cesar: es la óptica del tardobarroco, de alguna manera cercando el ámbito contemporáneo.

ÓRBITAS Y DERIVAS

Arcangelo: Nacho Duato / A. Corelli y A. Scarlatti; Órbitas y derivas: Angels Margarit / Joan Saura; Flockwork: Alexander Ekman / Martin Schmidt, Drew Daniel y otros. Compañía Nacional de Danza. Teatro de La Zarzuela. Hasta el 26 de junio.

Sigo preguntándome horas después de caer el telón de la calle Jovellanos si lo de Margarit era un homenaje al papel Albal. Acompañada de un inútil vídeo a medio camino entre el anuncio de pasta multicolor y el salva-pantallas lírico, realmente la catalana no ha hecho una obra, no hay un resultado coherente y aceptable sino una sucesión alambicada, torpe y mal presentada. La música cuestiona lo que se gesta en escena y viceversa y la dinámica es interrumpida por una brusca intención de choque y rechazo, acción no justificada que hace rechinar la propuesta y de la que emerge el fallo principal: no hay el menor entendimiento entre la plantilla y un material carente de fraseo y calidades; el material coréutico no se expresa porque sencillamente no existe.

La obra de Alexander Ekman (Estocolmo, 1984) se mueve en el terreno del experimento, pero hace una pinza de honestidad sobre la anterior. El creador sueco está buscando, otea en varios sistemas formales a la vez y los mezcla con osadía, usa del aparato teatral con ironía y produciendo una frotación chispeante, agresiva por momentos, con toques de contagiosa hilaridad. No estamos ante una pieza de pretensiones trascendentes, sino ante una estructura de juego que varía de lo constructivo al caos, como una metáfora de la reacción entre grupos ya sea de iguales o de distintos.

Una pieza como esta llega a buen puerto gracias a unos bailarines como los de la Compañía Nacional de Danza, que una vez más han mostrado versatilidad y mucha energía bien dosificada. Si en Duato dan una lección de modulación del estilo, en Flockwork redondean una faena que les deja en muy buen lugar.

Este es el último programa que veremos bajo la dirección actual. La compañía se prepara para un cambio profundo en el que hay muchas incógnitas, la principal y que atañe a esta misma entrega, es qué sucederá con el repertorio de la compañía. Hay cosas que directamente y por lógica no veremos nunca más, pero las piezas de Duato deben ser preservadas.

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