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Columna
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El fin del ciclo municipal progresista

Enric Company

El fin del largo ciclo de gobiernos progresistas en el Ayuntamiento de Barcelona ha superado el ámbito estricto de la ciudad y ha provocado un cambio del signo general de las elecciones municipales en Cataluña, que hasta ahora ganaban las izquierdas. Se ha puesto punto final así al modelo catalán de comportamiento electoral vigente desde 1977, según el cual la izquierda ganaba siempre en las elecciones municipales y generales, y el centro derecha nacionalista ganaba en las autonómicas. Este modelo se sustentaba sobre la idea de que en cada una de estas convocatorias se votaba según su específica lógica de ámbito local, catalán o español, que arrojaba distintos resultados en cada caso.

En Barcelona la inflexión se produjo cuando Portabella dejó en minoría al gobierno local

Esto ha pasado a la historia. El 22 de mayo se impuso una lógica política más amplia que la local, impulsada con gran eficacia por las derechas interesadas en convertir unas elecciones municipales en otras cosas: en un castigo para el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, en el caso del PP; en una ratificación del apoyo al recién instaurado Gobierno de Artur Mas, en el caso de CiU.

Les ha salido redondo. Les ha permitido recoger una gran cosecha en forma de concejales, alcaldes, diputados y Gobiernos de casi todas las comunidades autónomas. Por una parte, la apuesta derribó Gobiernos de izquierdas cuya gestión en sus respectivas comunidades contaba con muy amplia aprobación, como en el caso de Aragón, por ejemplo; por otra parte, avaló políticas y Gobiernos de derechas con trayectorias indefendibles, es el caso de Valencia, por ejemplo. En Cataluña, liquidó la mayoría de izquierdas que gobernaba el Ayuntamiento de Barcelona desde nada menos que 1979 y validó el reparto desigual e injusto de los costes de la crisis emprendido desde la Generalitat por el Gobierno de Artur Mas en beneficio de las clases altas y adineradas.

La izquierda municipal estaba en retroceso en Cataluña desde 2003 y en retirada desde 2007. En la ciudad de Barcelona, que marca el tono al conjunto, el punto de inflexión se produjo hace cuatro años, cuando Jordi Portabella, de Esquerra Republicana (ERC), decidió dejar en minoría al gobierno municipal de Jordi Hereu. Abrió así un periodo de debilidad de la alcaldía con la ilusoria idea de que eso le reforzaría a él. Se equivocaba, lo que dinamitaba era la estabilidad y la imagen de buen gobierno acreditada durante tres décadas, como pronto se vio y ahora se ha comprobado en las urnas. Luego, las izquierdas fueron ya derrotadas en las autonómicas de 2010. El voto de castigo a los socialistas por la gestión de la crisis económica por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha sido, en Cataluña, el segundo en medio año. Sin ánimo alguno de minusvalorar otras causas de ambas derrotas, puede afirmarse con justicia que el primer castigo a Zapatero lo pagó el presidente José Montilla y el segundo lo ha pagado el alcalde Jordi Hereu.

Ahora queda por ver si ya basta con ambos castigos y cuando lleguen las próximas elecciones legislativas el electorado catalán retorna, o no, a su comportamiento habitual y mantiene la mayoría de izquierdas en las elecciones a Cortes. La lógica del momento político apunta a un tercer castigo. Si se produce, colocará a las derechas catalanas en un cuasi monopolio del poder. Será, si llega, una situación bastante mejor que la disfrutada por los socialistas cuando, en 2003, accedieron al Gobierno de la Generalitat al tiempo que participaban en el Gobierno de España y dirigían todos los principales Ayuntamientos catalanes. La diferencia está en que el PSC llegó a esa cima de su poder institucional apoyado en una alianza con una Esquerra Republicana que traía, en sí misma, algunas de las condiciones esenciales para las futuras derrotas, como el mantenimiento de la radiotelevisión de la Generalitat en manos nacionalistas. En cambio, en el caso de CiU todo apunta a que los apoyos del PP en el Ayuntamiento de Barcelona y en el Parlament no serán en esta nueva fase tan onerosos para los nacionalistas como lo fueron para el PSC los que recibieron de los independentistas.

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Lo que se ha configurado con las elecciones del día 22 es, pues, la apertura de un ciclo de hegemonía política total de las derechas, basada por vez primera en el dominio absoluto de las Administraciones locales y autonómicas, y en la perspectiva de ser completado con un retorno del PP al Gobierno de España en el plazo de un año o menos. Que eso suceda sobre el fondo de una crisis económica no debiera sorprender.

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