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Reportaje:Vida & Artes

Derecho al pantalón

Las empresas pueden decidir los uniformes, pero no discriminar a las trabajadoras - El traje masculino empieza a provocar quejas

Un paso atrás en el túnel del tiempo, recién compensado con otro adelante. Al fondo, el debate falda-pantalón, y, sobre todo, el derecho a la igualdad plasmado en que las mujeres puedan trabajar con la prenda antaño exclusiva de los hombres. El pantalón fue el siglo pasado una conquista femenina: facilita los movimientos y viste la igualdad. Pero la falda sigue asociada al sexo desde la tierna infancia: en muchos colegios, incluso públicos, es obligatoria para las niñas. En estas estábamos cuando, esta semana, el Tribunal Supremo quitó la razón al Tribunal Superior de Justicia de Andalucía en un caso de faldas; en realidad, de derechos y libertades.

Los magistrados acaban de fallar a favor de las enfermeras de la clínica privada San Rafael, de Cádiz, que pleitearon por tener que ejercer con falda, delantal, cofia y medias en lugar de con un pijama sanitario, como sus compañeros varones y las féminas que ejercen en quirófano. Para sorpresa de muchos, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía había tumbado la reivindicación de las trabajadoras -cuya puesta en práctica les supuso sanciones de la empresa-.

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Ahora el Supremo abona una jurisprudencia ya abundante contra la discriminación por motivo de sexo -en este caso, vestida de uniforme-, una conducta que el alto tribunal andaluz no había apreciado en el caso. En su sentencia, recuerda además la doctrina del Constitucional: "La libertad de empresa no legitima que los trabajadores hayan de soportar limitaciones injustificadas de sus derechos fundamentales y libertades públicas".

"Uf, es antediluviano hablar todavía de esto", exclama Carmen Bravo, secretaria de la Mujer del sindicato Comisiones Obreras, el que apoyó a las enfermeras gaditanas. "Lo desconcertante es que el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía lo hubiera dado por bueno", reflexiona en el mismo sentido que otros muchos expertos consultados. Y es que, coinciden, la igualdad entre mujeres y hombres ha dado pasos de gigante. Pero aún así esta responsable tiene una queja: el Supremo no ha atendido uno de los argumentos de la demanda, el de la higiene y seguridad en el trabajo. "Para una enfermera, ejercer con falda no es seguro ni cómodo", afirma Bravo.

La artillería del alto tribunal es la del artículo 14 de la Constitución, el que establece que todos los españoles son iguales, sin que quepa ninguna discriminación. De ahí que la imposición de falda a las enfermeras "resulta discriminatoria por contener ilícita distinción entre hombres y mujeres y no permitir a estas la utilización de la prenda de uniforme que utilizan los hombres en las mismas dependencias".

Y va más allá: "La uniformidad femenina que existe en la empresa tiene un cierto componente tradicional o antiguo, que se vincula con una serie de valores próximos a una posición no equilibrada de la mujer en relación con la de los hombres".

Todo un varapalo a la falda, la cofia, el delantal y las medias para atender a los enfermos. Con esa indumentaria se pretende "proyectar al exterior una determinada imagen de diferencias entre hombres y mujeres que no se corresponde con una visión actual que el usuario pudiera percibir de los servicios sanitarios", según la sentencia cuyo ponente ha sido Jesús Gullón.

Y sí, las compañías tienen derecho a imponer uniforme a sus empleados, recuerda el Supremo, pero dentro de un orden. "Un contrato de trabajo no puede restringir los derechos fundamentales", plantea Almudena Fontecha, secretaria para la Igualdad del sindicato UGT. "El uniforme lo determina la empresa, pero no puede vulnerar el derecho a la propia imagen, al honor ni establecer un trato discriminatorio entre trabajadores y trabajadoras", añade esta responsable.

Lo que sí abunda en estas prendas obligatorias que se asocian a la imagen de una empresa o institución es el estereotipo: ellas falda, ellos pantalón. "Frente al avance de las mujeres en el ámbito laboral, aparecen elementos que no son profesionales y que las mantienen en un registro de lo femenino, como la obligación de llevar falda", observa Isabel Martínez-Benlloch, profesora de la Universidad de Valencia experta en género. "Negar a las trabajadoras la posibilidad de elegir la prenda que llevan perpetúa los estereotipos y las hace aparecer como objeto sexual", añade a grandes rasgos.

Pero la falda goza de buena salud en la uniformidad. Ni siquiera el Ministerio de Defensa lo ha fulminado pese a la creciente feminización de sus filas: las militares están obligadas a llevarla cuando visten uniforme de gala y el pantalón solo es preceptivo cuando portan armas. En las situaciones intermedias pueden elegir entre una y otro, explican en el departamento.

Mayor flexibilidad existe en el Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil, que siguen idéntica pauta para sus funcionarias: pantalón obligatorio excepto en el uniforme de gala, cuando pueden elegir entre este y la falda, informa F. Javier Barroso. En una policía local como la de Madrid las agentes solo llevan pantalón, incluso en el uniforme de la gala.

En la vida civil, los sectores más propensos al uniforme -"traje peculiar y distintivo que por establecimiento o concesión usan los militares y otros empleados o los individuos que pertenecen a un mismo cuerpo o colegio", según la Real Academia Española- son aquellos que realizan actividades de cara al público. Permiten identificar al empleado responsable de un servicio y, de paso, forman parte de la imagen empresarial.

En la gran patronal CEOE carecen de estudios o posición sobre ello y remiten a las organizaciones sectoriales. En ANGED, que agrupa a grandes superficies comerciales donde el uniforme es moneda corriente, se limitan a señalar que carecen de "un planteamiento común sobre la uniformidad". "En general, la falda es optativa, aunque antaño fue obligatoria", se limita a decir una portavoz. Bien lo recordarán los clientes de El Corte Inglés, por ejemplo.

En un sector estrella en lo que a uniformes se refiere, el de la organización de actos públicos institucionales, empresariales o grandes reuniones, se limitan a dar gusto a los clientes a la hora de vestir a sus azafatas... y a los cada vez más abundantes azafatos. "Fui la primera en introducir pantalones, y me los comí", dice gráficamente Mónica del Valle, al frente de la empresa madrileña CoolVintage I&E. Cocinero antes que fraile, la directora de esta firma debutó como azafata de congresos hace 25 años, cuando esa tarea era coto de "niñas bien con buena presencia e idiomas". Ahora es un trabajo menos exclusivo socialmente, pero sigue siendo una tarea de altura: por debajo del 1,70 las posibilidades de contrato son mínimas. Y, al contrario que en otros ramos, las mujeres tienen más oportunidades que los hombres, aunque unos y otras deben tener educación y ser atractivos. La buena percha es imprescindible.

Pese a una puesta al día que da sus primeros pasos con la presencia de azafatos, los clientes de Del Valle piden mujeres "en un 80%". Y con falda. De ahí que los novedosos uniformes de traje pantalón que encargó la empresaria madrileña a mediados de los años noventa sigan sin estrenar. "Te contratan azafatas porque quieren ver chicas, y la gente identifica azafata con falda. Si ven una con pantalones, ni se fijan", afirma. ¿Y si son azafatos? "Los nuestros van con un traje gris oscuro y muchas veces no los identifican, porque creen que son un participante más", señala la empresaria, especializada en eventos institucionales y presentaciones de firmas de lujo. La demanda más frecuente que recibe es la de lo que se denomina "azafatas de imagen": al menos 1,82 de altura (que Del Valle aumenta con tacones de 10 centímetros), talla 36 o 38 y buena presencia. Algunas compañías piden un color de piel o de pelo concreto. "Los clientes prefieren un pibón que llame la atención", afirma Del Valle. Aunque la factura suba al menos en un 30%.

Pero estas pautas no sirven en todas partes. "En Barcelona, sí es más normal que las azafatas trabajen con pantalón", afirma Del Valle. "Los clientes, tanto hombres como mujeres, suelen pedir azafatas con traje pantalón, sobre todo para actos protocolarios", corrobora Magda Segarra, al frente de la firma catalana Particular Agency. Ni una ni otra saben cuál es la razón de la diferente demanda que se registra en las dos principales ciudades de España. Lo que sí queda claro es que los usuarios tienen distintos registros.

A tenor de las explicaciones de Del Valle, la propia exigencia de los clientes adictos a la falda ha abierto la puerta a los azafatos. Las mujeres que contrata suelen ir con un uniforme con falda tubo oscura por encima de la rodilla y tacones de al menos 10 centímetros; una vestimenta vistosa pero que abona el cansancio. "Los clientes se han dado cuenta de que una mujer que pasa 12 horas con los tacones se queda agotada". Y los azafatos, con zapato bajo, aguantan mejor la atención y presencia a pie firme. "Desde hace unos cinco años, las empresas han empezado a pedir más azafatos. Incluso para la Feria del Automóvil, donde antes era impensable: tenían que ser chicas", apunta Segarra. Cree que la diversificación tiene al menos dos motivos: la creciente presencia de mujeres entre los encargados de contratar los servicios de atención y la constatación de algunas firmas de que los clientes se atreven más a preguntar a otros hombres que a mujeres.

¿Los uniformes como termómetro de la igualdad? En cierto sentido, sí. "Han tendido a igualarse entre hombres y mujeres", recapitula Fontecha. Esta sindicalista cree que el problema va a cambiar de protagonista: "Muchos empleados, de banca por ejemplo, nos plantean que sus compañeras pueden ir vestidas como quieran, mientras ellos están obligados a llevar traje y corbata. Es algo sobre lo que debemos empezar a reflexionar. En muchos sectores los uniformados son ellos, con inevitable traje azul gris". Tampoco los hombres se libran de los estereotipos, aunque sí de la falda.

Las enfermeras Adela Sastre (derecha) e Inmaculada Villegas, en la clínica gaditana de San Rafael.
Las enfermeras Adela Sastre (derecha) e Inmaculada Villegas, en la clínica gaditana de San Rafael.EDUARDO RUIZ

Faldas polémicas

- La compañía aérea Air Nostrum fue denunciada este mismo año por prohibir a las azafatas el uso de pantalón. La compañía aseguró que la prenda "se eligió de forma democrática".

- En 2009, un juez dio la razón a la empleada de una óptica madrileña, Delgado Espinosa, que pleiteó contra la obligación de trabajar cara al público con bata y sin ropa debajo.

- Iberia permitió a sus empleadas de vuelo que eligieran entre falda o pantalón en 2005. Sus compañeras de Air Europa podían optar desde 2003.

- Las azafatas del AVE dejaron de llevar falda obligatoria en 2004. Su caso llegó hasta el Tribunal Supremo de la mano del sindicato CGT después de que la Audiencia Nacional lo desestimara en 1999.

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