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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Armonía, silencio, música

A mi edad todavía se puede ser objeto de enseñanzas importantes. Se debe, sobre todo. Pero es que también se puede: sigue habiendo terreno para la siembra.

Como siempre que tengo ocasión repito, si hay algo que lamento es no haber recibido, de niña, una educación que me permitiera entender la música con la inteligencia, no sólo sentirla. Mi amiga Victoria Cáceres, que es intérprete de guitarra clásica, me manda a veces, pacientemente, piezas e instrucciones, e intenta desasnarme. Leo, asimismo, libros que enseñan. No es suficiente.

Oído de picaporte y absoluta falta de educación musical: funesta mezcla, oddio, que cantaría Violeta, a punto de extraviarse por ese populoso desierto que llaman Parigi. No distingo una fuga de Bach de un solo de fagot, y por supuesto confundiría a ambos con fugots (sofocos o calenturas, en catalán), en el caso de que me viera en un brete, o entre dos corchetes. Desconozco qué es un acorde, aunque no ignoro en qué consiste un acuerdo, y no consigo seguir el compás, aunque la compasión no me resulte ajena. Intento construir la armonía, pero a menudo la pierdo de vista, desorientada por el ritmo. Y la melodía me desborda.

"Desconozco qué es un acorde, aunque no ignoro en qué consiste un acuerdo"

En resumidas cuentas, una mutilación. Porque la música, en mi opinión, forma parte de la vida. Como la circulación sanguínea. La música nos proporciona pruebas fugaces -está y ya no está- de la determinación que impele a intérpretes y directores a traer hasta nosotros lo que compositores inspirados decidieron contarse y contarnos. Su música es su voz, su alma. Y si yo, con los ojos cerrados, o incluso abiertos -pero sin la ayuda de una cámara de televisión-, o con el CD en marcha, no distingo entre un arpa y un violonchelo, me estoy perdiendo una parte fundamental, de ese regalo que los músicos me hacen, de ese encuentro con los creadores. A mí me gustaría ser como un amigo que tuve, que entre apreciación acerca de la viola y comentario sobre el tañido de arpa, le daba tiempo a presumir de que sabía de buena tinta que todos los músicos rusos calzan el 42.

Sin música no soy nadie. Entendiéndola a medias, sólo soy media. Media nadie, media alguien.

Por eso le estoy tan agradecida a Daniel Barenboim. En 2007, coincidiendo con el festival de Salzburgo, el gran director de orquesta, bravísimo pianista, excelente comunicador y apasionado enseñante, ofreció, durante tres jornadas, tres lecciones magistrales de divulgación musical. Lo hizo al frente de la West-Eastern Divan Orchestra -formada por jóvenes árabes e israelíes-, que fundó en su día con su amigo el lúcido y añorado escritor palestino (y melómano) Edward Said. Quedó testimonio grabado de aquellos días, y gracias a ello -y a que lo pasaron en Digital Plus-, he podido hacerme con copias, utilizando los servicios de iPlus, sistema al que tanto quiero y al que tanto debo, en orden a poder saltarme todo lo que detesto.

'school for the Ear' le sirve a Barenboim para difundir su hondo conocimiento de la música. Lo hace sin pomposidad, pasando de Beethoven a Schoenberg e incursionando en la Patética de Chaikovski, charlando con el auditorio. Un Barenboim pletórico de conocimientos y del deseo de transmitirlos, lleno de humor, pero severo con la banalidad. Lo mismo hace silbar a uno de sus músicos que empuja a esforzarse a un joven aspirante a director. El diálogo fluye y la música -la tonal y la otra- se va tornando diáfana. Se va convirtiendo en ese "aire sonoro", que a Barenboim es la definición que le parece más ajustada.

Guardaré estos documentales como tesoros. Los pondré una y otra vez, y recordaré sus enseñanzas cuando escuche mis sinfonías predilectas a oscuras, como me gusta, en el salón de mi casa. Y entonces no me limitaré a sentir, a transportarme, a emocionarme. Poquito a poco iré sabiendo por qué me ocurre eso, qué pretendió el compositor. Una pequeña apertura en este cerebro, en la localización auditiva: más cerca del análisis que de los sentimientos.

Según Barenboim, la enseñanza de la música como elemento integrante de la vida ha desaparecido por completo de los colegios. De modo que las nuevas generaciones y yo, lamentablemente, estamos igualadas.

www.marujatorres.com

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