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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
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Cabreo en el museo

Manuel Rodríguez Rivero

Los británicos, tan aficionados a acuñar rápidamente un nombre para cualquier nueva situación lo llaman gallery rage, que podría traducirse como "furia museística". Seguro que lo conocen: se trata de un trastorno que afecta a los asistentes a las exposiciones que programan los grandes museos, y que se caracteriza por el intenso disgusto que experimentan al constatar que su visita se ve radicalmente entorpecida por el elevado número de personas que se agolpa en las salas. Últimamente lo he padecido con motivo de las exposiciones de Rubens (Prado), Claude Monet (Grand Palais) y Gauguin: maker of myth (Tate Modern). A la primera, y por cercanía, pude acudir dos o tres veces, lo que me permitió hacerme una idea. En las dos últimas, y pese a haber adquirido la entrada con antelación y tener hora asignada, lo único que pude hacer, mientras forzaba las cervicales intentando hacerme un hueco, fue constatar que mi umbral de tolerancia a la frustración se desploma con los años.

Hace ya tiempo que el fenómeno de la muchedumbre ha llegado a los museos

Hace ya tiempo que la muchedumbre, aquel fenómeno de la modernidad diseccionado por Ortega con indisimulada aprensión elitista, ha llegado a los museos. Entre nosotros el hambre colectiva de arte se manifestó espectacularmente a partir de los ochenta, coincidiendo con el celebrado himeneo de los primeros Gobiernos socialistas con la alta cultura: fue la época en que, al tiempo que los intelectuales se reconciliaban con el fútbol y el pueblo accedía masivamente a los museos (estimulado por la incorporación del país al circuito internacional de grandes exposiciones), nuestra burguesía patricia descubría simultáneamente la haute cuisine, la ópera y la "nueva narrativa". Recuerdo, entre otros hitos significativos de la voracidad artística, la antológica de Dalí (1983) organizada al alimón (hoy sería difícil) por el Ministerio de Cultura (Solana) y por la Generalitat (Pujol), la exposición Monet (1986) en el antiguo Museo de Arte Contemporáneo, la babilónica de Velázquez (1990, Prado) o la de Goya (1996, Prado) programada con ocasión de su 250º aniversario.

La furia de museos -gallery rage- es, sin duda, uno de los efectos colaterales del acceso democrático y masivo a la cultura en la época del esplendor (global) de la industria del entretenimiento. Los grandes museos también se esfuerzan a su manera en ofrecer "contenidos" novedosos, lo que les reporta beneficios antes impensables (entradas, catálogos, reproducciones, merchandising, etcétera). Claro que muchos de ellos -fundados en épocas anteriores a que se manifestara el orteguiano "hecho de la aglomeración"- resultan ámbitos no muy adecuados para la expectación que producen sus faraónicas ofertas.

El asunto de la furia de los museos ha vuelto a suscitarse en Reino Unido con motivo de una exposición que, según las previsiones, pulverizará todos los récords. Seis meses antes de su inauguración (el 9 de noviembre) la National Gallery ha comenzado a vender entradas (adultos: 16 libras, unos 18,2 euros) para Leonardo da Vinci: Painter at the Court of Milan, que exhibirá pinturas y dibujos de la época en que el artista del Renacimiento (y hoy icono pop) trabajó para Ludovico Sforza. La expectación es tan enorme, y el temor al poder disuasorio de la gallery rage tan intenso, que el museo ha decidido recortar de 230 a 180 el número de visitantes que podrán acceder a la muestra ¡cada media hora! Se recomienda reservar cuanto antes, y la prensa da consejos anticipados para conjurar el malhumor: acudir a horas insólitas o cuando haga mal tiempo (¡o haya manifestaciones o huelga de transportes!), rehuir las piezas más célebres, no recorrerla en orden, evitar los auriculares explicativos (que aglomeran a sus usuarios). Pero el consejo que más me gusta es el que exhorta a vestir una prenda muy visible "que le haga parecer alguien oficial": así evitará que la gente le empuje. En fin, ars longa, vita brevis. A lo mejor esta vez solo me compro el catálogo.

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