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Crítica:FERIA DE ABRIL | La lidia
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¡El hundimiento!

Antonio Lorca

La tonta bondad del sexto, que tuvo la virtud de enseñar a torear por naturales a Salvador Cortés, no salva del naufragio la corrida de Victorino Martín. Un triste fracaso produjo la lidia de seis ejemplares de una ganadería mítica, pero que atraviesa, como todas, una epidemia de mansedumbre, invalidez, sosería y falta de casta. Qué imagen tan penosa ofrecían esos toros guapos, hundidos en la más pura miseria del descastamiento; amuermados, tullidos y paralizados por su propia falta de fuerzas y de raza. Todos hijos de un mismo tronco podrido, imposibilitados para la emoción. Ninguno acudió a los caballos con codicia -es más, a excepción del cuarto, ninguno fue picado-, midieron en banderillas y llegaron a la muleta sin un hálito de vida y sin capacidad de movimiento. Lo peor es que los victorinos no eran ni deslucidos, ni tobilleros, ni broncos... No eran nada. Pura basura. Carne de matadero.

MARTÍN / PADILLA, EL CID, CORTÉS

Toros de Victorino Martín, bien presentados, mansos, descastados, muy blandos y sosísimos.

Juan José Padilla: casi entera tendida (silencio); estoconazo (ovación).

El Cid: pinchazo y estocada (ovación); gran estocada (silencio).

Salvador Cortés: media baja (silencio); pinchazo y gran estocada (vuelta tras leve petición).

Plaza de la Maestranza. 28 de abril. Quinta corrida de feria. Casi lleno.

Los victorinos no eran ni tobilleros ni broncos... no eran nada. Pura basura

Pero hubo historia, aunque parece imposible; ráfagas, destellos y algunos detalles toreros.

El sevillano Cortés tuvo en sus manos una oreja y la perdió al errar con la espada. Hubiera sido barata, no obstante, porque siendo, como es, un torero con vergüenza profesional al que nadie le ha regalado nada, no está tocado por la fibra del sentimiento. A su primero, tan soso como los demás, incierto y reservón, lo muleteó siempre al hilo del pitón, muy despegado, sin cruzarse nunca, y su insulsa labor no despegó porque era imposible. Se encontró con el sexto, con escasa codicia y de una calidad bobalicona, y comenzó del mismo tenor. Y fue el toro, ya la muleta en la izquierda, el que arrastró el hocico, le indicó cómo debía colocar la franela, pegada al albero, y templándola con suavidad para no tocarla. Así, surgieron naturales largos, lentísimos, extraordinario alguno, rematados con pases de pecho ejecutados sin mucha confianza. Cortés toreó bien, pero muy por debajo de la nobleza que le presentó su oponente. Lo más emotivo, sin duda, es que ese toro se lo brindó a su hermano, Luis Mariscal, aún convaleciente de la gravísima cornada que sufrió en esta plaza el 15 de agosto del pasado año.

Aunque parezca mentira, hubo más. Y el protagonista fue Juan José Padilla. Salió el cuarto con muchos pies, y el jerezano se fue hacia él, pegado a las tablas del tendido 7, y allí aguantó la tremenda acometividad del animal en cuatro verónicas intensas que supieron a gloria, y las remató con una, dos, tres, cuatro medias y una larga, todo ello embarcando al toro en el capote, con templanza, seguridad, gracia y empaque. La plaza saltó como un resorte porque aquellos instantes fueron una pura vibración. Banderilleó bien y muleteó muy mal; colocado con ventajas siempre, muy despegado, un horror... Y llegó la hora de matar: se perfiló con parsimonia, se recreó en la preparación de la suerte, casi a cámara lenta, se volcó sobre los pitones, y enterró la espada hasta la mano en el mismo hoyo de las agujas. Como sería la cosa, que en menos de diez segundos estaba el toro patas arriba, muerto sin puntilla. Un estoconazo en toda regla. Su primero fue una nulidad total, que pretendió cogerlo con total descaro.

Y también estuvo El Cid. El picador Manuel Jesús Ruiz Román hizo la suerte como mandan los cánones y se le agradeció justamente. El matador se estrenó en un quite por verónicas, elegante, pero muy despegado. Brindó al respetable, y el toro lo engañó. Le propinó una voltereta sin consecuencias, y todo se empañó de desconfianza. Toro y torero, a menos. Algunos derechazos rápidos y adiós muy buenas. El quinto se paró, como todos, y cuando embestía, lo hacía como una burra, en el caso de que esta especie embistiera. Pero El Cid hacía su desplante torero, como si el asunto no fuera con él. Insistió tanto que la gente, cansada de estar harta, le pidió a voces que acabara. Qué triste que una figura no entienda que a eso no hay que llegar nunca. Y va y mata muy bien, cuando ayer no le hacía falta...

Salvador Cortés, en el sexto toro de la tarde.
Salvador Cortés, en el sexto toro de la tarde.GARCÍA CORDERO
La invalidez, la falta de casta y la sosería de los toros de Victorino Martín dieron al traste con la quinta corrida de la Feria de Abril de Sevilla. Juan José Padilla protagonizó un estoconazo espectacular; Salvador Cortés perdió una oreja, y El Cid pasó inadvertido.<a href="http://www.elpais.com/toros/feria-de-abril/"><b>Vídeos de la Feria de Abril</b></a>

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.
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