"Sin escribir no soy nada"
Ana María Matute, la tercera mujer que recibe el Cervantes en más de tres décadas de historia del premio, ensalza el papel de salvavidas de la literatura
Los días previos a la entrega del Premio Cervantes tienen dos tradiciones. La primera consiste en preguntarle al galardonado por el contenido de su discurso. La segunda consiste en que este responda con una evasiva. Ambas se cumplieron ayer en la Biblioteca Nacional durante el encuentro -otra tradición- entre la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, y Ana María Matute, que mañana recibirá en Alcalá de Henares el máximo galardón de las letras españolas.
"Fundamentalmente, lo que haré será dar las gracias", dijo la escritora, que añadió que no había comparado su discurso con el de ninguno de sus predecesores. "Solo he mirado si había alguno tan cortito como el mío", aclaró. Aunque este año la ceremonia ha pasado -cosas de la Semana Santa- del día 23 al 27, otro clásico de estas fechas es hablar del Quijote.
"Tuve una depresión mala y dejé de escribir. 'Olvidado Rey Gudú' me salvó"
Matute, que en julio cumplirá 86 años, lo leyó por primera vez a los 14: "Me aburrí muchísimo. No entendí nada". Más tarde, con 20 años e "instalada en escritora", volvió a leerlo. Ella era ya otra persona y la novela también parecía otra: "Me enamoró. Fue la primera vez que lloré leyendo un libro. Y no solo porque muere don Quijote, también por lo que se moría con él. Esa muerte trae consigo un desencanto".
Ana María Matute pasa sin perder la sonrisa de la silla de ruedas que empuja su hijo a apoyarse en una muleta que sirve de pareja al brazo de alguna de las autoridades. Ayer, la jornada en la biblioteca de la autora de Primera memoria tuvo también dos partes. Al encuentro con la ministra y la prensa le siguió una tertulia con Juana Salabert y Elena Medel presentada por Carmen Amoraga.
Por supuesto, se habló de la mínima presencia de las mujeres en el palmarés del Cervantes desde que arrancara en 1976: la filósofa María Zambrano (1988), la poeta cubana Dulce María Loynaz (1992) y la propia Matute, que llegó al coloquio con la respuesta ya dada a los periodistas. "Me gustaría que el premio tuviera larga vida y que lo ganaran muchas mujeres, pero también me gusta que lo gane un hombre que se lo merece". Cuando le preguntaron si su premio fue un acto de justicia fue igual de rotunda: "Yo no soy la persona indicada para decirlo. Injusto no ha sido, creo. Es como si me hubieran dicho: '¿Sabes? Esto a lo que te dedicas ha valido la pena. No has suspendido'. Pues yo tengo la sensación de que he aprobado la vida".
Cuando la sociología dio paso a la literatura, la homenajeada subrayó que, pese al tópico, la infancia no es el eje de su obra. "Es recurrente porque nos marca", aclaró, "pero hay otros temas que me hacen pensar y escribir: el amor-odio entre hermanos, la incomunicación, la soledad del hombre actual...".
La autora de Los Abel insistió en su felicidad, pero no dudó al afirmar que "a la literatura grande se entra con dolor y con lágrimas. Escribir es una forma de protesta siempre, un modo de expresar nuestro malestar en el mundo". De un largo dolor, dijo, salió con la ayuda de una de sus novelas más populares, Olvidado Rey Gudú: "Tuve una depresión mala y dejé de escribir. No me interesaba nada. Ese libro me salvó. Volver a escribir fue volver a ser yo misma. Sin escribir no soy yo, no soy nada".
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