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Columna
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Cataluña cambia

Josep Ramoneda

El conjunto de las consultas sobre el derecho a decidir habrá sumado 900.000 votos. Difícil lo tienen los que se aferran a las cifras para minimizar la experiencia. Y sin embargo, el debate de las cifras no es el más importante, porque confunde deliberadamente el instrumento con el fin. Esta consulta no es el fin, es el instrumento propagandístico escogido para reivindicar un referéndum de verdad. Se ha consolidado un movimiento social que ha sabido estar por encima de la psicopatología de las pequeñas diferencias que enfrenta al independentismo de partido, con serios efectos autodestructivos, y que ha demostrado una muy respetable capacidad de comunicación, de movilización y de organización. Si se quiere romper la cultura de la indiferencia, si se quiere recuperar la política, si se quiere contribuir a la participación de los ciudadanos en la vida pública, si se quiere acortar la distancia entre clase política y ciudadanía, por aquí se empieza: creando cauces para que la voz de los ciudadanos llegue a las estructuras partidarias y a las burocratizadas instituciones de Estado. Sería muy interesante que aparecieran otros movimientos de estas características.

Ahora empiezan las mayores dificultades para los promotores: la transformación política de un movimiento social

Desde las abrumadoras cifras del paro juvenil hasta los inmisericordes ajustes impuestos por poderes ajenos a las instituciones políticas, pasando por la impunidad del sistema financiero, hay mil razones para que la gente se organice, se manifieste, haga política. Todo lo que significa presión sobre los poderes políticos y sobre los poderes fácticos es positivo si no queremos vivir agobiados por una merienda de intereses de la que somos sufrientes y pasivos espectadores.

Evidentemente, la consulta consolida la normalización de la independencia en la oferta política catalana. En la medida en que es algo que afecta a la estructura política del país, no puede ser patrimonio de un solo partido político. Desde la evolución de la democracia en España hasta algunos epifenómenos del proceso de globalización, pasando por la transformación de la sociedad catalana, diversos factores han contribuido al despegue de la cuestión independentista. Los cambios sociales en Cataluña son especialmente relevantes: los sectores empresariales más activos han reducido su dependencia del mercado español, han constatado que el futuro económico de Cataluña está en el exterior, al tiempo que se consolidaba un cierto poder económico catalán; a su vez, se ha producido el relevo generacional en la población catalana que tiene sus orígenes en el resto de España. Los hijos y nietos de los inmigrantes que llegaron en los sesenta tienen otra relación con el país. Y parte del descenso electoral del PSC tiene que ver con que no ha sabido captar este cambio: los descendientes de los electores del PSOE de hace 20 años no tienen por qué votar como sus padres.

Superados los miedos de la transición, consolidada a través de la educación una perspectiva más propia de las cosas, el independentismo ha dejado de ser un radicalismo. Ahora empiezan las mayores dificultades para los promotores de las consultas: la transformación política de un movimiento social.

Si la consulta pilla a contrapié a algunos partidos es en parte por la dificultad de asumir los cambios antes citados. El sistema político catalán había sido muy estable hasta la ruptura que supuso la creación del tripartito. Esta ruptura era ya en sí un aviso de que la sociedad había cambiado y ya no servían las pautas instaladas sobre el eje CiU-PSC. No es casualidad que haya sido durante el tripartito cuando el independentismo ha dado el salto. La izquierda no ha sido capaz de consolidar su alternativa, pero el país es diferente. Por eso el PSC se equivoca al tratar de minimizar y despreciar las consultas. Se niega a asumir que son síntoma de un nuevo marco nacional en el que el PSC debe encontrar su sitio si no quiere quedar reducido a un papel simétrico al del PP.

CiU, fiel a la herencia del pujolismo, ha optado por su estilo propio: la ambigüedad, sí con el corazón, no con la razón, al modo del presidente que voto a escondidas y dirá no a la luz del Parlamento. Pero los tiempos han cambiado también para CiU. ¿Hasta cuándo podrá prolongar la ambigüedad de la que Pujol hizo virtud política, precisamente el Pujol que ahora acaba de dar un paso en la dirección del independentismo? Todo dependerá de que CiU pueda seguir identificando su imagen con la del país, porque en política gana el que consigue esto. Así ha ganado CiU casi siempre en las autonómicas así ganó el PSC siempre en Barcelona y así se gana en todas partes.

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