Al bingo no le salen las cuentas
El bombo y los cartones viven horas bajas con una clientela envejecida que echa de menos fumar en las salas - La patronal augura el cierre del 20% de los locales
La estocada final a muchos bingos de CatalBuña podría haber llegado de la mano de la Ley Antitabaco. El volumen de negocio de estas salas de juego se ha desplomado desde 2005 y ahora, con el humo fuera de cualquier espacio público cerrado, la facturación ha caído otro 21% respecto al primer trimestre del año pasado, según la Confederación Española de Empresarios del Juego del Bingo (CEJB). Los asiduos a este juego coinciden en señalar que las salas están cada día más vacías: "Ya solo entran algunos jubilados y asiáticos", comenta Jordi Palomares, un vendedor de lotería apostado a las puertas de un local de bingo del centro de Barcelona.
La Generalitat recaudó en 2005 130,3 millones de euros en impuestos del juego relacionados con el bingo, una cifra que se ha reducido hasta llegar, en 2010, a 83,4 millones. El negocio de casinos y las tragaperras se mantiene estable. De acuerdo con el presidente de la CEJB, Fernando Henar, el bingo vive una crisis desde mucho antes que empezara la que afectó a todos. "Tenemos un problema de base en nuestra actividad por una evidente falta de innovación, pero también por una gravosa fiscalidad y demasiada rigidez normativa", lamenta. Si no se le pone remedio, vaticina, "cerca del 20% de las salas que hay en Cataluña se verán obligadas a cerrar a corto plazo".
La recaudación de impuestos por este negocio ha caído el 36% desde 2005
"Aquí solo entran jubilados y asiáticos" dice un vendedor de lotería
Las salas tratan de atraer al público joven. "Pero los jóvenes que vienen lo hacen para beber alcohol", se quejan los habituales de los locales. Y es que los combinados salen por entre cuatro y siete euros. Los menús también son otro reclamo de este tipo de sitios. "Yo vengo a comer por 3,5 euros y me quedó a jugar por la tarde", cuenta Antonio Rodríguez.
Para atraer nuevos clientes, los bingos también han empezado a introducir otros juegos además de modificaciones en los clásicos, como pantallas electrónicas y partidas en múltiples salas a la vez, con premios mayores. La CEJB, no obstante, se queja de que la rigidez de la normativa que regula el juego no les permite actuar con la libertad suficiente para "garantizar el futuro del modelo de negocio y de los puestos de trabajo que dependen de él".
"El bingo tendría que ir más hacia la decadencia porque arruina a familias enteras", manifiesta Anna L., jubilada y jugadora habitual. "Es un vicio", recalca, mientras no para de tachar números en dos boletos al mismo tiempo con un rotulador rojo. No obstante, a diferencia de los que "se apuestan hasta la camisa", dice que el juego no le ha ocasionado problemas. Otros, en cambio, reconocen haber cometido excesos.
"Empecé a jugar cuando me jubilé, tenía que llenar el tiempo", explica Antonio Rodríguez, de 68 años, sentado solo en una mesa. Acude con frecuencia a una sala de la Gran Via de Barcelona. A las seis de la tarde de un viernes el ambiente ya está cargado. Se puede jugar desde la una del mediodía hasta las tres de la madrugada. Sin parar. Antonio se ha llegado a gastar 400 euros en una semana y arrastró a su hijo a la adicción. "Vino a buscarme y lo que empezó como una partida inocente acabó en la sala de terapia".
La prohibición de fumar vigente desde principios de año ha mermado la asistencia a unas salas en las que el humo era protagonista. "Para mucha gente, antes, ir al bingo era sinónimo de fumarse unos cuantos cigarrillos. Muchos no se han acostumbrado y han preferido dejar de venir", explica un jubilado de 69 años que se resiste a dar su nombre. Continúa jugando porque le "distrae", aunque se apresura a añadir que es consciente de que es un tipo de juego que "te lleva a ti y a tu familia a la ruina". Mientras detalla sus vivencias con el juego, una mujer canta bingo. Como si nada, levanta el dedo y pide otro cartón. Se le adivina la costumbre.
El vendedor de lotería del bingo aún recuerda la tarde en la que un hombre le compró tres tiras y le prometió que si se llevaba el bote le compraría todos los billetes. "Salió a las pocas horas y se gastó 1.200 euros en mis números", detalla entre sonrisas.
Cuando un jugador compra un boleto en el bingo (que suele rondar los dos euros), el 25% de su desembolso va a parar a las arcas de la Administración catalana. del 75% restante salen los premios, los gastos del local, otros impuestos y el beneficio empresarial. Cataluña tiene los segundos impuestos más elevados de España en este sector por detrás solo de Baleares. Madrid, que se queda el 15% de cada boleto, es la región que menos grava. Según Henar, esos impuestos se traducen en que el dueño del bingo solo obtiene el 40% de lo que vale el boleto, unos margenes "insoportables para cualquier actividad".
Los retos a que se enfrentan los empresarios del bingo no acaban ahí. El público joven opta más por los portales de juego en Internet, con mayor capacidad para generar publicidad y no sometidos a leyes españolas (tienen sus sedes en el extranjero, ya que en España no hay una regulación para ellos). Han copado la cuota juvenil del mercado de jugadores con una actividad que la patronal del bingo califica de "ilegal".
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