El rescate final
La petición de auxilio financiero de Portugal no debe afectar a la estabilidad de la deuda española
El gobierno portugués se rindió ayer a la evidencia. José Sócrates, primer ministro en funciones, anunció que presentará una petición de ayuda financiera a la Unión Europea. El grueso de esa ayuda provendrá del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera; con la suficiente antelación, Bruselas ya había mostrado su disposición a acudir al rescate de Portugal.
La petición portuguesa de auxilio no ha sorprendido a nadie. La situación de la solvencia del país era insostenible, pero la petición de rescate se venía demorando por razones políticas. Concretamente por el deseo de José Sócrates de soportar la presión de los mercados para que fuera el Gobierno que se formará tras las elecciones el que formalizara el requerimiento. Pero ayer se dieron dos hechos demoledores. Por una parte, el tesoro portugués logró colocar en el mercado 1.005 millones de euros, pero con un interés que prácticamente duplicaba lo pagado en la subasta anterior. Después, los grandes bancos portugueses anunciaron al Gobierno del país que dejaban de comprar deuda pública lusa durante los próximos meses. Fue el empujón definitivo hacia el rescate.
Los primeros cálculos suponen que el rescate de Portugal tendrá un coste de unos 75.000 millones de euros. La sociedad portuguesa se enfrenta ahora a una situación paradójica. Porque la ayuda financiera de la UE no significa que los problemas económicos del país hayan terminado; sólo que se evita la situación peor para la solvencia de un país, que es el impago. A cambio del rescate europeo, la economía lusa tendrá que aplicar un programa drástico de ajuste, similar o más duro al Plan de Sócrates rechazado por el Parlamento. La primera moraleja del rescate es que las maniobras políticas no han servido para evitar lo inevitable: un recorte radical de rentas durante el próximo lustro y un rosario de reformas estructurales.
Los mecanismos de rescate están para ser utilizados; por lo tanto, la decisión de Sócrates es razonable. Evita una larga agonía de subastas de activos con rentabilidades crecientes que el país no podía pagar ni soportar. Pero, al hilo de la petición de rescate, las autoridades europeas tienen una tarea urgente: reformar el sistema de financiación del Fondo, de forma que los países que acuden al mecanismo no tengan que pagar tipos de interés elevados por la financiación recibida. Cualquier tasa superior al 5%, como es el caso, limita el margen de recuperación del rescatado.
La reacción de los mercados de deuda durante los próximos días confirmará si es correcta la teoría de las fichas del dominó. De serlo, las convulsiones especulativas se centrarían ahora en la deuda española, dado que la banca española acumula activos portugueses. En contra de esa teoría despunta el hecho de que la solvencia española se ha desmarcado claramente de Portugal y de Irlanda. El plan español de austeridad fiscal y las reformas económicas están en marcha. Y consiguen resultados. Por lo tanto, lo más probable es que la crisis de la deuda europea acabe en Portugal.
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