Verter

El vertido de agua radiactiva al océano Pacífico en la catástrofe de la central de Fukushima es un episodio más de la historia de la humanidad. Tenemos la suerte de que los libros, las películas y las narraciones épicas las fabricamos los humanos y no los peces. De ser al contrario nuestra superlativa grandeza no quedaría tan bien parada. El mar es nuestro cubo de la basura, pero solo porque aún no hemos encontrado la manera de lanzar a la galaxia nuestros desechos.
Como vimos con el vertido de BP, la alarma social también se rige por la nueva ley de tiempos. Todo pasa tan deprisa, que hasta la indignación nos fatiga al cuarto día. Quizá el desecho radiactivo es una de nuestras apuestas más decididas por la permanencia, al menos la permanencia de nuestra huella sobre el planeta. Puesta en duda la eternidad, lo más longevo que conocemos es la basura radiactiva. No será raro que un entregado romántico le esté susurrando en la oreja a su amor, en este mismo instante, te querré hasta que Chernóbil vuelva a ser habitable. Cualquier otra promesa es rácana.
Funcionamos de una manera digna de estudio. Es tal la sumisión al dinero, que los bienes económicos cobran prioridad sobre cualquier otro asunto. Se ha visto en la crisis, las soluciones vienen de lo intocable. Todo lo demás se puede sacrificar. La dependencia energética se suma a una serie de hipotecas que inhabilitan la reacción. El confort es nuestro sueño principal. Por él sacrificamos cualquier otro valor. Huyan de discursos inflamados, nadie quiere límites ni renuncias a lo que de verdad importa. Concedemos, por coherencia, el manejo de nuestra vida a esas empresas que deciden lo que es un mal menor. Como antes te pegaban por tu bien, ahora ellas también toman las decisiones por nuestro bien. Han sustituido a las tiranías militares, a las ocupaciones imperialistas, como una nueva religión. Son los Alejandro Magno de nuestra época. Fíjense en que los políticos, en cuanto pasan al retiro, se convierten todos en ecologistas y reformistas concienciados. Lo que habrán visto durante su vida activa. Que Berlusconi privatice el Coliseo alumbra su pillería, pero también están privatizados los océanos, el aire, la estratosfera, con mucho menos ruido.
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