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Reportaje:MÚSICA

Un tipo listo de Nueva York

Andrea Aguilar

La primera vez que cruzó el umbral del mítico Brill tenía 14 años y le acompañaba un amigo de la escuela. Este edificio neoyorquino art déco situado en el cruce de la calle 49 con Broadway, alojaba decenas de estudios de grabación y sellos discográficos. En el vestíbulo y los pasillos se concentraban músicos como Neal Sedaka y su Breaking hard is hard to do o Carole King con Caroline, cuyas melodías animaban esta escena al norte de Times Square. Corrían los años cincuenta y la osada pareja de escolares decidió probar fortuna en el Brill. Hubo suerte. Sacaron su primer álbum. Tenían 16 años.

Sentado en su oficina, situada en la quinta planta del mismo edificio una tarde del pasado febrero, Paul Simon (Newark, 1941) sostiene la portada de aquel primer disco, Tom & Jerry, que grabó con Arthur Garfunkel. Han pasado más de cinco décadas. El próximo 12 de abril saca a la venta su nuevo trabajo, So beautiful or so what, el undécimo que graba en solitario. Con 13 grammys a sus espaldas y más de treinta discos de oro y platino, Simon es uno de los grandes cantautores norteamericanos de todos los tiempos, que ha sabido unir la tradición musical del folk, doo wop o el góspel... Sus memorables éxitos con Garfunkel en la brillante escena pop de los sesenta pusieron música a las dudas adolescentes de una generación, con temas como Bridge over trouble waters o Mrs. Robinson. Desde principios de los setenta continuó con su carrera en solitario: grabó con músicos jamaicanos el tema Mother & child reunion; interpretó el afrobeat sudafricano con el grupo Ladysmith Black Mambazo en el histórico Graceland e incorporó ritmos brasileños en Songs of rythm. En los noventa fracasó en Broadway su primer musical, Capeman, con libreto del premio Nobel Derek Walcott. Una nueva generación de grupos indies, con Vampire Weekend a la cabeza, reivindican los primeros trabajos en solitario de Simon. "Nadie inventa nada. Todo el mundo saca de un pozo que ya existía. Yo también lo hice", afirma un circunspecto Simon, que ha soportado durante años críticas por beber de fuentes ajenas. "Estas bandas indies han escuchado cosas mías que les han gustado y, luego, en el estudio lo han usado a su modo particular. No siento que me estén imitando".

"La música está muy fracturada. El pop no habla de nada y el 'hip-hop' se queda en sus temas habituales"

De corta estatura y constitución compacta, Simon guarda cierto parecido físico con el alcalde Michael Bloomberg. Desde pequeño ha tenido fama de serio y cuentan que sus padres cuando era un bebé le apodaban con el nombre de un juez. Todavía hoy cuesta arrancarle una sonrisa. Habla de los problemas compositivos como puzles, describe las canciones no como buenas o malas, sino como "interesantes", y si tiene que pensar en una analogía al describir su trabajo de compositor habla de pintura, nunca de cocina. "Pienso en qué color o textura quiero ir añadiendo. Se trata de engañar al oído que espera escuchar algo y deduce que la canción va a seguir por un camino determinado. Si lo cortas, cuando regresas a él, vuelve a sonar fresco". Las letras, confiesa, siempre son lo último en llegar. "Luego tienes que intentar que no lo parezca. Pero si empiezas con las letras, las palabras dictarán el ritmo. Y no tiene que estar limitado, debe ser jubiloso y contagioso. El reto es que la letra encaje".

En el primer hit de su nuevo álbum, Getting ready for Christmas Day, incluye el sermón original grabado en 1941 del reverendo J. M. Gates, predicador y cantante de góspel. En la letra, Simon alude a las guerras de Afganistán e Irak. ¿Qué ha pasado con la canción protesta en Estados Unidos? "La música está muy fracturada. Las canciones pop no hablan de nada y el hip-hop se queda en sus temas habituales. Puede que en la escena alternativa haya algo. Es difícil saberlo. Vietnam dividió el país más que las guerras de ahora". Las palabras de Simon apuntan a un cambio significativo en la escena cultural de EE UU desde los sesenta hasta ahora: la política ocupa hoy, en gran medida, un espacio marginal. "En los sesenta, los chicos más listos querían hacer pop, ahora piensan en el programa American Idol".

Simon ha querido retomar la forma en que componía antes de grabar Graceland a mediados de los ochenta. Es decir, meterse en un cuarto y sentarse a solas con la guitarra. "Sentía que tenía que sobreponerme al miedo que me daba hacer esto que no hacía desde hace 20 años. Antes me irritaba, pensaba, 'venga, dónde está la idea', pero ahora sé que casi con toda probabilidad llegará, está en algún lugar de mi subconsciente", explica.

Desde los ventanales del amplio despacho de Simon se ven los luminosos de Times Square. Un pequeño altar dedicado al equipo de béisbol de los Yankees con fotografías firmadas da paso a la amplia sala dominada por un piano. El bajo que su padre tocaba está en una esquina. Las guitarras, dice, las tiene en los armarios. La leyenda cuenta que fue en el colegio, tras ver la admiración que Garfunkel causó al cantar, cuando Simon también decidió que quería ser cantante. La música, en cualquier caso, ya estaba metida en su casa familiar de Queens. Hijo de inmigrantes judíos húngaros, su padre, Louis, tocaba en varias orquestas y fue quien le regaló su primera guitarra. Paul ha hecho lo propio con sus hijos, fruto de su tercer matrimonio con la también cantante Edie Brickell. "En vez de mandar tarjetas navideñas, cada año hacemos una canción: mi mujer y mi hijo tardan 10 minutos en componerla, yo luego relleno con la guitarra y cantamos", cuenta.

Icono de la cultura popular, Simon actuó en la película Annie Hall y conquistó a la hija de Eddie Fisher y Debbie Reynolds en Studio 54: Carrie Fisher, la princesa Leia de La guerra de las galaxias, con quien tuvo un tormentoso matrimonio en los ochenta. Este compañero de generación de Bob Dylan representa en cierta medida la otra cara de la moneda. Frente al espíritu rebelde, desenfadado, poético y carismático de Dylan, Simon era el trovador bueno, el chico educado y estudioso con ganas de gustar, perfeccionista y meticuloso. En 1999 los dos artistas hicieron una gira juntos.

El próximo mes de julio, el cantante actuará en España. A principios de la década de 2000, Simon también volvió a la carretera, esta vez con su compañero de la escuela. Según dice, evita cantar las canciones que no han pasado el test del tiempo, excepto con Garfunkel. "Eso es distinto. No tocamos como lo hacíamos realmente, sino como la gente nos recuerda. Aunque en el disco había muchos sonidos, la gente se acuerda de dos tipos con un guitarra". Hace tiempo que no asiste a conciertos: "En los sitios demasiado grandes solo se escucha el bajo. Además, vivo en Connecticut y me levanto a las 7.00 para llevar a los niños al colegio". Cuando conduce prefiere escuchar las noticias o el béisbol. En cuanto a la música, Simon habla con cierto optimismo de las corrientes más independientes. "La música parece que va en una dirección más inteligente. Muchos chicos van a la universidad y estudian las teorías. Gente más formada está entrando en escena y, por tanto, debería subir el nivel. El indie que echa la vista atrás es interesante. ¿Pienso que es tan bueno como los Beatles? No, ni siquiera cerca".

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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