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HISTORIA

El álbum privado de la amante de Hitler

Era coqueta, pero insípida, intelectualmente mediocre y tímida. Amaba el deporte y le preocupaba mucho su aspecto físico. Era sumisa y depresiva. Tenía facciones nórdicas, correctas, pero transparentes como su personalidad, aunque no encarnaba precisamente el estereotipo de la belleza aria que propugnaba el nacionalsocialismo. Era bien proporcionada, pero bajita, aunque en las fotos parecía más alta, como les sucede a muchas actrices de cine. Eva Braun (Múnich, 1912-Berlín, 1945), la segunda de las tres hijas del matrimonio formado por el maestro de escuela Fritz Braun y la modista Franziska Kronburger, la amante y breve esposa de Adolf Hitler, era simplemente una mujer banal. Aparte de la fotografía, que, junto a la ropa y los zapatos, era su pasión, y los perros -tenía dos terrier escoceses negros llamados Stasi y Negus- no tenía otros intereses particulares.

Solo después de dos intentos de suicidio, Hitler le compró una casa. Pero siguió escondiéndola
Las grandes damas del régimen la ignoraban o la desairaban. Eva se aburría soberanamente
"Es demasiado joven para ser la esposa de un hombre de mi posición. Pero un día, cuando me retire, me casaré con ella", dijo Hitler
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Había sido educada en una escuela católica y en el seno de una familia de clase media baja. No fue especialmente brillante en los estudios, pero con 17 años se graduó como secretaria y encontró trabajo de asistenta en el estudio de fotografía de Heinrich Hoffman, el fotógrafo oficial de Hitler y del partido nazi. Fue allí donde conoció al Führer en 1929, que se hacía llamar Herr Wolf y se encaprichó de aquella chiquilla. Pronto empezaron a tener relaciones: ella no había cumplido los 18 años y él pasaba de los 40. Pero no fue hasta la muerte, por suicidio, en 1931, de su sobrina Geli Raubal, con la que según todos los indicios el líder nazi mantenía una relación que iba más allá de lo platónico y había derivado en lo posesivo, cuando Hitler convirtió a Eva Braun en su amante. Tuvieron que pasar 14 años -los que duró el III Reich- para que la hiciera su esposa en el búnker de la cancillería, en Berlín, y 24 horas más para que ambos se suicidaran; ella, con una cápsula de cianuro, y él, de un disparo en la boca.

Los primeros tiempos fueron duros para esta jovencita, más que enamorada, fascinada por el personaje que en aquellos momentos estaba labrando su irresistible ascenso al poder total. Eva vivía obsesionada, pendiente de la atención de ese ser superior, celosa de todas las mujeres que acosaban a su amante y presa de la angustia y la depresión. Él, sin embargo, la mantenía a distancia. En mayo de 1935, Eva escribía en su diario: "El tiempo es delicioso, y yo, la amante del hombre más grande de Alemania y del mundo, tengo que quedarme sentada en casa, mirando por la ventana. ¡Dios mío, si al menos él me respondiera! ¡Una sola palabra, en tres meses de ausencia! No hay esperanzas... ¡Si alguien viniera a ayudarme!".

Solo después de que protagonizara dos intentos de suicidio en 1935, Hitler le compró una casa en un suburbio de Múnich, cerca de la de sus padres, y le puso un coche con chófer. Pero siguió manteniéndola alejada, escondida, lejos de Berlín. En 1936 permitió que se instalara en el famoso refugio de los Alpes bávaros, el Berghof, en Berchtesgaden, y que se convirtiera en la anfitriona de la casa, el llamado nido de águilas. Y no fue hasta principios de 1939 cuando aceptó que Eva Braun se mudara al edificio de la cancillería en Berlín, al que había sido el dormitorio de Hindenburg, decorado con un enorme retrato de Bismarck, pero nunca le permitió ejercer de primera dama. Solo tenía esta condición en la residencia de Berchtesgaden, donde sí que era "la señora del Berghof". Allí, los invitados, el círculo más íntimo, la respetaban y no hacían comentarios sobre ella, a excepción, por supuesto, de las grandes damas del régimen, las esposas de los principales jerarcas nazis: Ribbentrop, Goering y Goebbels, que, pese a la insistencia de Hitler para que la trataran con respeto, bien la ignoraban, como era el caso de Annelies von Ribbentrop, o la desairaban siempre que podían, como hacían Emmy Göring y Magda Goebbels.

Los enfrentamientos con Emmy Göring eran sonados. Esta actriz, nacida Emmy Sonnemann en Hamburgo, se convirtió en una de las anfitrionas favoritas de Hitler en los años precedentes al estallido de la guerra, hasta el punto de que se la conocía como la "primera dama" del Tercer Reich, algo que alimentaba la animosidad entre las dos mujeres, una relación que la propia Emmy se encargaba de atizar con constantes desprecios y ninguneos, pese a las airadas protestas de Hitler a su mariscal para que la tratara con más respeto. No hubo manera, y finalmente Emmy dejó de ser invitada al Berghof. En su diario, Eva no esconde lo mal que se sentía en su condición de amante menospreciada e ignorada.

Para consolarse organizaba fiestas en Berchtesgaden en las que se rodeaba de jóvenes nazis que la adoraban. Pero, por lo general, se aburría soberanamente. Mataba el tiempo frente al espejo. Se cambiaba de ropa hasta siete veces en un día, según contó su prima Gertraud Weisker, que pasó con ella los últimos meses de 1944. Se bañaba desnuda en el Koenigssee, por lo que es bastante natural que hubiera fotos de ella sin ropa, o que ella misma se las hiciera a su hermana; era algo que formaba parte de los principios nazis de culto al cuerpo, aunque parece que a Hitler no le gustaba mucho esta práctica, ni tampoco que fumara o se maquillara, lo que la obligaba a hacerlo a escondidas, como una colegiala. Le gustaba la buena mesa, que tenía siempre a su disposición, por más que Hitler fuera vegetariano y se alimentara de las papillas que le preparaba el doctor Werner Zabel en su clínica de Berchtesgaden o de gachas rociadas con aceite de lino. Las imágenes que ella misma tomaba en el Berghof muestran un ambiente irreal, como de una vida en una burbuja, intermitente, caprichosa y aburrida al mismo tiempo.

A Eva le era indiferente la política y siempre se mantuvo alejada de los círculos de poder. En muy raras ocasiones apareció en público con Hitler, que prefería evitar cualquier gesto o detalle que sugiriera que entre ellos existía alguna intimidad, y que más bien demostraba una ostensible incomodidad si se encontraba con ella cuando estaba en compañía de ciertas personas. Cuando llegaban invitados oficiales, Eva Braun era enviada a sus aposentos. Salía por escaleras traseras, pasillos ocultos, puertas camufladas y se perdía por corredores hasta llegar a su cuarto, frente a cuya puerta había un retrato del Führer. Sus habitaciones se comunicaban a través de un enorme cuarto de baño.

Lo explicaba el chófer del dictador, Erich Kempka: Eva Braun era "la mujer más infeliz de Alemania". Pasaba todo el tiempo esperando a su amado, aseguraba, y cuando al fin lo tenía junto a ella, tan pronto como aparecían invitados era enviada a su habitación. De hecho, en Alemania, muy poca gente sabía de la existencia de Eva Braun. Para los alemanes, el Führer estaba dedicado en cuerpo y alma a la patria. Ellos mismos escenificaban su relación como si fuera estrictamente de amistad. Por la mañana, en el desayuno, ella le llamaba "Mein Führer".

¿Qué sentía Hitler por aquella chica tímida, sumisa e insegura? Algo de ternura, ciertamente, como lo prueba el hecho de que al final se casara con ella y compartiera su fin. Heinz Linge, el mayordomo de Hitler, asegura que este le dijo cierta ocasión: "Fraulein Braun es una chica muy joven, demasiado joven para ser la esposa de un hombre de mi posición, pero es mi chica y por eso vivimos de esta manera. Pero un día, cuando deje de dirigir el Reich y me retire a Linz a una casa con el servicio justo, entonces me casaré con fraulein Braun". En su primer testamento, Hitler la designaba principal beneficiaria de sus bienes y establecía que en caso de muerte recibiera una importante pensión anual durante el resto de su vida.

¿Cuál fue la relación sexual de Eva Braun con Hitler? Se ha llegado a decir que tuvieron un hijo secreto o que ella estaba embarazada cuando se suicidó en el búnker, en Berlín. De la sexualidad del Führer se ha escrito mucho y en todos los sentidos, pero de su fogosidad da testimonio otra de sus amantes, Mimi Reiter, una dependienta de una tienda de Obersalzberg, junto al Berghof, que también intentó suicidarse como todas sus amantes, pero que vivió hasta 1992, el tiempo suficiente como para explicar cómo Hitler la había abordado "de forma soez y apasionada" cuando ella solo tenía 16 años. En un documental dedicado a Eva Braun, del escritor y periodista Guido Knopp, especialista en el nazismo, figura el testimonio de una criada de Berchtesgaden que asegura que, unos días antes de que Hitler llegara al Berghof, Eva le pedía ayuda a su médico particular, probablemente el siniestro doctor Morell, para aplazar su menstruación, a fin de estar sexualmente disponible para el Führer.

Ha sido una constante de historiadores y biógrafos intentar explicar la personalidad de Hitler en términos psicoanalíticos y, más concretamente, a través de su relación con las mujeres y del apasionado amor que sentía por su madre, cuya muerte le marcó profundamente. En casi todos los casos son meras especulaciones curiosas, cuando no rozan lo grotesco, porque la verdad es que nada se sabe a ciencia cierta. Algunos, como Ronald Hayman, llegan a culpar a Braun de no haber sabido frenar al Führer por no haber sido capaz de proporcionarle la sublimación de su "sed de destrucción". Parece más probable que Hitler buscara en ella la placidez de una vida mediocre en una sociedad idealmente organizada. Algo debió entender Eva Braun a finales de marzo de 1945, cuando ya todo estaba perdido y en lugar de quedarse en Múnich, como él le pedía, decidió unirse a su amante en Berlín y compartir su suerte.

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