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ESCALERA INTERIOR
Columna
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Medina del Campo, agosto, 1967

Almudena Grandes

Y esta foto?

Un hombre sonriente, de unos treinta años, con la cara tostada por el sol, una camisa de cuadros y un pantalón de trabajo sujetado con un cinturón desobediente, por encima de las trabillas.

-Esta es mamá, ¿no?

Una mujer algo más joven, con la cara tostada por el sol, una blusa blanca, una falda tableada azul marino y una sonrisa aún más radiante.

-Sí, es mamá. ¿Y él?

A ver... el hermano mayor coge la fotografía, se ajusta bien las gafas, la estudia con atención-. Yo creo que éste es el tío Alfredo.

Cuando posaron ante aquel fotógrafo ambulante, en la feria de ganado, todavía no había pasado nada. De lo contrario, ella nunca habría accedido a tomarse aquella fotografía hermosa y culpable, que escondió durante toda su vida en el último cajón.

"Nunca pudo resistirse a la tentación, pero tampoco quiso fugarse con él"

¿El tío Alfredo?

Sí, el hermano mayor de papá.

¿Pero ese no se fue a Alemania?

-Sí, pero... -el primogénito, el único que puede recordarle entre todos los hermanos que han acudido a vaciar la casa que acaban de vender, mira el reverso de la cartulina-. Aquí pone "Medina del Campo, agosto, 1967". Habría vuelto a casa de vacaciones.

La noche anterior, Ernesto se había levantado varias veces a vomitar. Creyeron que no era nada, algo que le habría sentado mal, pero todos habían cenado lo mismo, y por la mañana se levantó con fiebre. Bueno, dijo ella, vendemos los terneros el mes que viene. No, el mes que viene no, su marido rechazó enseguida esa posibilidad, necesitamos el dinero ahora, para pagar a los braceros de la vendimia. Ve tú, y que te acompañe mi hermano.

Pues sería la única vez, porque yo nunca le he visto por aquí.

Porque luego se casó con una alemana y se quedó allí, pero al principio sí que venía, yo me acuerdo de él.

Ella era una mujer decente, y estaba bien casada. Ernesto no había sido su primer novio, y por eso, porque había dejado a aquél por él, ella estaba segura de haber acertado. Su cuñado no pudo venir a la boda. Llevaba menos de un año trabajando en aquella fábrica, y cuando logró reunir el dinero y las ganas suficientes para volver a casa, a ella sólo le faltaba un hijo para ser feliz. Entonces comenzó aquel fenómeno inexplicable, las chispas que saltaban cuando los dos estaban en la misma habitación, los choques que surgían misteriosamente de su mutua voluntad de esquivarse, y unas palpitaciones sin explicación, que le ponían el corazón en la boca si se quedaba sola con él en algún momento.

¿Y no volvió nunca? Es raro, ¿no?

Vete a saber. En aquella época, Alemania estaba muy lejos.

Por eso intentó desanimar a Ernesto, quedarse en casa, que vaya tu hermano, que yo no entiendo nada... No, vas tú, que eres la dueña de los terneros, no es tan difícil, María, y además con suerte estáis aquí de vuelta a la hora de cenar... Tuvieron mucha suerte, porque apalabraron los terneros antes de comer y los vendieron a media tarde, pero no volvieron a casa aquella noche. Alfredo llamó a la tasca de la plaza, le pidió al tabernero que avisara en su casa de que el tratante más interesado en el ganado no se había decidido aún, de que habían quedado con él a la mañana siguiente, de que iban a dormir en una fonda. Ni siquiera eso fue verdad, porque tomaron dos cuartos en una fonda, pero apenas durmieron.

Pues debían de llevarse bien, porque no hay más que verlos. Mamá está guapísima.

A ver... Sí que está guapa.

Dos días más tarde, Alfredo se volvió a Alemania y María empezó a levantarse de la silla para irse corriendo a la cocina cada vez que alguien pronunciaba su nombre. No entendía lo que le había pasado. No sabía ponerle nombre. No estaba contenta, ni orgullosa, y sin embargo, cuando podía aislarse consigo misma, en la cama antes de dormir, o en el cine, mientras aparentaba mirar la película, pensaba en su cuñado y sentía una confusa mezcolanza de sensaciones frías y calientes. Lo peor era que por fin se había quedado embarazada y no estaba muy segura de quién había sido el responsable. La criatura nació en mayo de 1968 y fue un niño clavado, pero clavado, a su familia paterna.

Bueno... y fue él quien recapituló más de cuarenta años después-. ¿Alguien la quiere o no? nadie contestó. Pues entonces, de momento, la meto en la caja.

Durante seis años, Alfredo volvió cada verano para romper la férrea determinación de María y hacerle la misma proposición. Ella nunca pudo resistirse a la tentación, pero tampoco quiso nunca fugarse con él, y no sólo por los niños, que ya eran cuatro cuando su cuñado le dijo que, si no le quería, iba a casarse con su novia de Stuttgart para no volver, sino porque se había empeñado en que estaba enamorada de Ernesto.

Oye, y si este Alfredo se casó en Alemania, igual tenemos unos primos por allí. Deberíamos hablar con ellos, ¿no? Esta casa también es de sus abuelos.

Y nunca volvió a verle, ni a quedarse embarazada.

No, porque Alfredo no tuvo hijos. Papá me lo contó una vez. Hace muchos años...

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Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

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