El viaje inane de Obama
Tanto le importaba hacer ese viaje a Latinoamérica que el presidente Barack Obama decidió no cambiar sus planes, a pesar de que en esos momentos se gestaba la intervención militar en Libia, en la que Estados Unidos jugaba un importante papel. Los cinco días de la gira, con etapas en Brasil, Chile y El Salvador, pretendían reimpulsar las relaciones con una zona vecina en la que Washington ha pasado de gobernar los acontecimientos a, prácticamente, olvidarse de ellos. Pese al afán por mantener su agenda, del periplo presidencial no ha salido nada, ni política ni económicamente.
Que Obama tiene la cabeza en otros ámbitos, incluidos los domésticos -cruciales para su eventual reelección en 2012-, ha resultado evidente. También Latinoamérica esperaba en 2009 que su indudable avance económico y social sirviera para acercar al nuevo y carismático líder de EE UU. Esa sensación se ha evaporado. La audacia ha desaparecido de los planteamientos de un Obama que ganó la Casa Blanca con su podemos, y que, después de ignorar al sur del continente durante la primera mitad de su mandato, tenía ahora la oportunidad de dibujar un horizonte renovado y de hacer algún gesto de contrición por los gruesos errores pasados de la superpotencia. Ni lo uno ni lo otro.
Ni siquiera en el Palacio de la Moneda, donde iba a alumbrar un relevante discurso sobre las Américas, encontró la manera de asumir la responsabilidad de Washington en los más negros años de Chile. El presidente solo fue capaz de hilvanar un discurso hueco, aunque bienintencionado.
Latinoamérica está cambiando, y muchos de sus países se mueven aceleradamente para tener un lugar propio al margen del formidable vecino del norte. En Brasil, Obama elogiaba ante la presidenta Rousseff la evolución de un país cuyo Gobierno se acababa de abstener en la votación del Consejo de Seguridad que cerró el espacio aéreo libio. Este desencuentro no ha sido el único con una nación que se considera maltratada por quien le niega su aval a un asiento fijo en el Consejo de Seguridad. Fue tan inane el viaje de Obama, que regresó sin haber logrado siquiera que Brasilia se gaste 6.000 millones de dólares en aviones de combate estadounidenses.
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