Causa justa, resultado impredecible
Tan necesaria como era la intervención aliada en Libia es la incertidumbre de la operación iniciada el pasado sábado, dada su improvisación y precipitación tanto política como militar. En menos de 48 horas y casi se puede decir que contra pronóstico, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 1.973 que autoriza "todos los medios necesarios para la protección de civiles", permite la imposición de una zona de exclusión aérea sobre Libia y descarta la ocupación del país magrebí.
Los objetivos tácticos -destruir los medios militares de Gadafi para impedir que masacre al pueblo libio- parecen claros, pero no lo son tanto los propósitos estratégicos: ¿derrocar al dictador?, ¿cómo impedir la fractura del país?, ¿qué Libia quiere la comunidad internacional?, ¿cuándo hay que retirarse?
Las zonas de exclusión aérea tienen la virtud de permitir actuar con celeridad y facilitar un amplio consenso diplomático ya que se trata de un compromiso limitado, pero expresan también que la voluntad de imponerse, de victoria, también es limitada. Además, como ilustran los ejemplos de Bosnia e Irak, las zonas de exclusión aérea acaban obligando tarde o temprano a poner pie a tierra -no hay victoria en el aire- y dando lugar a una implicación internacional militar y civil en esos países que se cuenta más en décadas que en años.
La intervención aliada acaba de empezar y su primer resultado será la prolongación de la guerra civil libia, pero ¿serán capaces los rebeldes por sí solos de expulsar a Gadafi del poder?, ¿permite la resolución 1.973 armarlos e instruirlos militarmente?, ¿es ocupación el desembarco de fuerzas especiales para derrotar a las tropas mercenarias del dictador?
No se puede descartar el riesgo de una escalada ni el que haya que doblar la apuesta con una nueva resolución de Naciones Unidas que defina los objetivos de la misión.
Y, por último, una vez que Gadafi sea historia ¿qué hacer?, ¿quiénes son exactamente los rebeldes? Las últimas apuestas de la comunidad internacional por alternativas políticas en los países en transición tras un conflicto armado no han sido muy afortunadas. El matemático y millonario Ahmed Chalabi embaucó a la Administración de Bush en Irak prometiéndole una victoria fácil y una transición democrática dulce que acabó siendo una carnicería cruel de todos contra todos y destruyó el prestigio de Estados Unidos en el mundo. El antiguo ejecutivo del petróleo convertido en presidente afgano, Hamid Karzai, ha demostrado con creces que es más parte del problema que de la solución, y el antiguo líder del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), apodado entonces El Serpiente, y hoy primer ministro en Pristina, está siendo investigado por el Consejo de Europa por su presunta implicación en el tráfico de órganos de prisioneros serbios.
La intervención aliada en Libia es una causa justa, tiene un mandato de Naciones Unidas y goza de un amplio consenso internacional, pero tiene también su talón de Aquiles: la definición de quién la manda y el alcance de la misión. Es un conato de guerra y como tal impredecible.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.