Los combates se recrudecen en el este
Las tropas leales a Gadafi frenan el avance rebelde hacia Sirte - En el frente del oeste, la ciudad de Zauiya permanece cercada por las fuerzas del dictador
Sin apenas mandos militares, discutiendo, incapaces de comunicarse bien con unos móviles que rara vez conectan, los rebeldes observan las camionetas que marchan hacia Bin Yauad -600 kilómetros al este de Trípoli-, que ayer vivió los combates más encarnizados. Las tropas de Gadafi lanzaron duros ataques contra esta ciudad situada en el camino hacia Sirte, su feudo natal.
Otros vehículos retrocedían porque los rebeldes fueron expulsados dos veces de esa localidad que habían capturado el sábado y sufrieron emboscadas en su marcha hacia el oeste. Se replegaban por la mañana en Ras Lanuf, a 40 kilómetros de distancia, para reagruparse y volver a la carga mientras miraban el sobrevuelo de los aviones y oían el estruendo de los cañones enemigos. La diana de los insurgentes es Sirte, la capital que vio nacer al dictador, a medio millar de kilómetros de Trípoli. Será un hueso durísimo de roer, si alcanzan sus puertas. Los soldados leales a Gadafi y sus milicias, apoyados por helicópteros y tanques, atacaron con saña esas dos poblaciones, y también Misrata. Los muertos se cuentan por decenas. La guerra, ya abierta, se recrudece cada jornada que pasa.
Los jefes rebeldes saben que no tienen capacidad para alcanzar Trípoli
En la capital hubo manifestaciones de los partidarios del régimen
Los dictadores árabes de países con un arraigado componente tribal acostumbran a otorgar prebendas, altos cargos y contratos a los miembros de sus extensas familias, en el sentido árabe de la palabra. Y construyen hospitales, carreteras, viviendas e infraestructuras en sus regiones de origen, mientras otras -donde están implantadas tribus rivales o distintos grupos étnicos o religiosos- padecen un abandono sangrante. Sadam Husein fue un benefactor para Tikrit, su feudo en el norte de Irak. El megalómano Muamar el Gadafi trasladó a Sirte varios ministerios, construyó en mármol el Palacio de Congresos más grande del norte de África. E incluso, qué sarcasmo, logró para su cuna la sede del Fondo de Naciones Unidas para la Democracia. Por eso Sirte está en el punto de mira. Su caída supondría un revés devastador para Gadafi, un golpe psicológico crucial y dejaría el camino expedito hacia Trípoli. De ahí, que a nadie extrañaría que la guerra que libran los insurrectos se estancara en esta ciudad que acoge una enorme base militar. Su importancia estratégica es indiscutible. Aunque en otros frentes también se suceden las refriegas.
En Zauiya, al oeste de Trípoli, que sufrió una nueva embestida de los uniformados de Gadafi, la escasez de medicinas y alimentos comienza a agravarse, según informaba anoche en Bengasi el Consejo Nacional Libio, la autoridad rebelde. La ciudad permanece cercada por las tropas leales a Gadafi. Misrata -200 kilómetros al este de Trípoli- también fue asaltada por las brigadas que dirige Jamis Gadafi, hijo del sátrapa. Ambos ataques fueron repelidos, según aseguraban vecinos de ambas ciudades y el Consejo Nacional.
Los libios han mostrado suma paciencia durante tres décadas. Porque Gadafi era un auténtico héroe popular cuando perpetró el incruento golpe de Estado que fulminó la monarquía del rey Idriss en 1969, y fue un gobernante bien visto durante los primeros diez años de su tiranía. Supo jugar con los sentimientos anticolonialistas, bien anclados entre los libios, para granjearse el respaldo popular. Y fue en esa época cuando construyó los fundamentos de su poder militar, debilitando al Ejército a la par que formaba los comités revolucionarios y los cuerpos paramilitares que ahora combaten contra los rebeldes.
Ya en 1973, su Ejército ocupó una franja de territorio chadiano, y el conflicto con este país se prolongó hasta 1987. Justo una década antes había lanzado una fugaz guerra contra Egipto después de que Anuar el Sadat anunciara su intención de firmar un acuerdo de paz con Israel. Los fallecidos se contaron por decenas de miles, sin tener en cuenta las víctimas de la bárbara represión política en Libia.
Ahora todo son prisas. Tal vez demasiadas, y tal vez resulten contraproducentes para los rebeldes. Al menos a corto plazo. El Consejo Nacional no era partidario de desatar una avalancha de rebeldes hacia la capital libia. Es consciente de que sus fuerzas no tienen la capacidad para alcanzar Trípoli y asestar el golpe definitivo al régimen con la celeridad con la que consiguieron expulsar de Bengasi a los esbirros y agentes de Gadafi: tardaron cuatro días en liberar la ciudad.
Pero al calor de las revueltas que sacuden el mundo árabe, la emoción desbordada y el desenfreno es patente en los sublevados. Avanzan por tierra sin poder garantizar debidamente la retaguardia porque Gadafi es dueño del aire. Una ventaja decisiva. Como decisivo es que en Libia, a diferencia de Túnez o Egipto, el Ejército no podía jugar papel institucional alguno ni forzar el hundimiento del aparato militar de Gadafi, infinitamente mejor armado que sus enemigos.
Eso no arredra a los insurrectos. Es imposible que se rindan. Entre otras razones porque saben bien que, si son vencidos, las represalias provocarán escalofríos. Conocen el paño al que se enfrentan. Y nadie piensa en esa eventualidad. Están convencidos de que el autócrata tiene los días contados. Aunque sea difícil que eso ocurra si la comunidad internacional, que no parece nada dispuesta a embarcarse en otra aventura militar en un país árabe, no impone una zona de exclusión aérea, o si Trípoli no se alza contra el gobernante.
Fue ayer un día de celebración -no se sabe si fingida- de los leales a Gadafi en Trípoli, que se alegraban por la supuesta toma de Misrata y Zauiya, aparentemente falsa. El ruido de los disparos se escuchó por la mañana, y testigos citados por Reuters aseguraban que solo se trataba de amedrentar a los vecinos. Abdelhafiz Goga, portavoz del Consejo Nacional, afirmó que esas dos ciudades permanecen en manos de los insurgentes y que el régimen lo único que desea es crear confusión. Un portavoz del Gobierno de Gadafi advertía de que sus militares están cerca de aproximarse a Bengasi. En su plaza central se discutía si sumarse al frente o parapetarse en la capital de la revuelta. Las espadas están en alto.
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