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Reportaje:SAN VALENTÍN / REPORTAJE

Así conocí a mi pareja

Guillermo Abril

Dicen que cuando uno encuentra al hombre o a la mujer de sus sueños mira su vida en perspectiva y todo parece encajar, como un puzle resuelto por una mano omnisciente: cada paso, cada peldaño, cada pequeña o gran decisión lo estaban guiando hasta ese instante en que todo cobra sentido. Se ve la vida como una sucesión de puntos en una hoja de ruta: simplemente, tenía que ocurrir. Por supuesto, no todos lo sienten o no lo sienten de la misma manera.

Eneko Etxebarrieta salió de Vitoria en febrero de 1999 a lomos de una bicicleta con unas pesadísimas alforjas, un compañero de viaje que lo abandonó a los pocos días y la intención de llegar pedaleando hasta Estambul. Con 29 años había terminado la carrera de magisterio y pensó que tenía poco que contar a los alumnos. Quería conocer mundo. Seis meses después, una vez conquistada la capital turca, decidió llegar hasta Irán. Y luego siguió un poco más, y luego otro poco, "como Forrest Gump", dice: cruzó Asia, saltó a Oceanía y, de allí, a América del Sur. Recorrió Chile y Argentina antes de entrar en Brasil. Habían transcurrido tres años y medio de viaje y, para entonces, su odisea, que iba relatando a través de Internet, comenzaba a ser conocida. Un español afincado en la ciudad brasileña de Curitiba le propuso dar una charla en el centro de estudios españoles. Aceptó. Empezaba a tener muchas cosas que contar, así que narró su periplo por el mundo ante unos 40 estudiantes. Entre el público se encontraba Miyuki Okabe, una ingeniera de telecomunicaciones brasileña de 30 años y origen japonés. Después de la charla, el director del centro los presentó. Dice Eneko que en ese instante "sonaron los violines".

Eneko no llegó nunca a Canadá, pero como suele decirse, lo importante no es la meta, sino el camino
"Leyendo tu postal, me dices que quieres estar conmigo. Te quiero, ven, ven, te necesito tanto"

Se conocieron un viernes. Quedaron para recorrer Curitiba en bicicleta el domingo (con otros dos amigos). El lunes quedaron los dos solos, y así durante el resto de la semana. El sábado siguiente tomaron un tren hasta la playa. En el trayecto de ida, sentados uno al lado del otro, él comentó sus planes: quería seguir su viaje, coser América hacia el norte, llegar hasta Canadá. "Me tengo que ir. No puedo quedarme. ¿Por qué no vienes conmigo?", dijo Eneko. Durante el trayecto de vuelta, ella respondió: "Quizá sea el momento de probar". Solo había que salvar un escollo: comunicar el proyecto a los padres de Miyuki, japoneses, con un sentimiento más bien tradicional de la familia; había que explicarles cómo, una semana después de conocer a un extranjero, su hija se había enamorado y tomado la decisión de irse con él, en bicicleta, abandonando su ciudad, su familia y una prometedora carrera en Siemens. No encontraban el día ni la hora ni la forma de hacerlo. Lo fueron retrasando, pasaban los días y los meses, hasta que se les ocurrió la solución. Contarían que se habían conocido, que se habían enamorado. Pero Eneko tendría que renunciar a su viaje para comenzar otro. Marcharían a España, ella diría a sus padres que aprovecharía para aprender el idioma (esto se vio con mejores ojos), manteniendo el plan de retomar el camino un año después. Y esta vez rodarían en tándem. Se casaron en Vitoria en 2003 y se pusieron de nuevo en marcha en 2005. Durante tres años y pico recorrieron a cuatro pedales el Cono Sur, dando charlas y conferencias, deteniéndose en escuelas recónditas. Comenzaron en Ushuaia y se pararon definitivamente en Venezuela, en 2008, cuando Miyuki se quedó embarazada. Y aquí concluye su historia de amor, bicicletas y aventura. La misma que hoy siguen contando en España y el extranjero (hace un par de semanas dieron una conferencia en París) y que relatan en su luminoso apartamento de Vitoria, donde se han establecido, mientras Miyuki, que habla español de corrido, da de mamar a Akira y Eneko sostiene al más pequeño, Kenta, que nació hace unos meses. "Contar nuestra experiencia es como cerrar el círculo", dicen. "A eso nos dedicamos ahora. Les hablamos a los chavales de muchas cosas, transmitimos muchos valores positivos. Les decimos que con una simple bicicleta, usando la fuerza de tus piernas, puedes dar la vuelta al mundo". Y cambiar tu vida para siempre con un simple encuentro en el que "suenan los violines". Eneko no llegó nunca a Canadá. Pero, como suele decirse, lo importante no es la meta, sino el camino.

Leoncio y Elvira, dos burgaleses que rondan los 60 años, llevan casi 40 paseando juntos. Quizá su historia no sea distinta de otras muchas de aquella época en que el fútbol se jugaba con alpargatas, pero merece la pena contarla por la forma en que se mantuvo el chispazo. Durante un partido de fútbol, Leoncio sufrió una entrada, cayó al suelo y se desencajó el hombro. Tenía 21 años y dice que aún recuerda cómo, mientras se retorcía de dolor, la vio acercarse a ella y, agachada, le alargó el pañuelo que llevaba al cuello. "¡Coño, una chica!", recuerda que pensó. Le sujetaron el brazo en cabestrillo y le acercaron al médico. A la semana, Leoncio decidió encontrarla para devolvérselo. Tomaron algo, fueron al cine (él le colocó "sin querer" la mano sobre la rodilla; ella la tomó entre la suya y las tapó cuidadosamente bajo el abrigo). Era 1972, y al poco, Elvira aceptó un trabajo en Calella (Barcelona), como interna en una casa, y entonces comenzó un ir y venir de cartas y postales que Elvira va extrayendo de una lata de Cola Cao de la época. Un centenar de ellas. "Enviaba una o dos todos los días", dice. Y así durante año y medio. "Elvi, leyendo tu postal del otro día, me dices que cuando vengas quieres estar conmigo y solo conmigo", dice una. "Te quiero, ven, ven, por favor, te necesito tanto". Las imágenes de las postales muestran parejas con pantalones de campana, en actitud amorosa en el bosque. El recuerdo más curioso es una carta escrita sobre un rollo de papel higiénico áspero y contundente, el llamado papel del Elefante. "Es que no teníamos dinero", sonríe Leoncio. La carta, desplegada, no entra en el salón de casa. Debe de medir unos 10 metros. El encabezamiento dice: "Dos semanas y una sola postal. Estarás contenta". Fue una de esas misivas determinantes. En un punto dice: "Quizá sea que nos estamos cansando de tanta carta y que nos estamos distanciando cada día un poco, ya veremos lo que dura y hasta qué punto es fuerte eso que llamamos amor". Se casaron un año después.

Su hija, Natalia Rubio, una prominente sexóloga de 34 años, mira con orgullo a sus padres y explica que ese primer destello no suele durar para siempre: "El enamoramiento tiene fecha de caducidad, la alta carga emocional lo hace necesario: nada con tanta intensidad se puede mantener indefinidamente". Pero sin él no existe lo que viene después: "El apego, la necesidad de vincularse, el miedo a la pérdida, el gusto por compartir… Todo eso puede permanecer y durar en el tiempo. Quizá ya no hablemos de enamoramiento, pero puede que ahora empecemos a hablar de amor". Algunas veces surge de forma fortuita, otras se busca y luego se justifica delante de los hijos de forma interminable, como sucede en la serie de televisión Cómo conocí a vuestra madre (Fox), en la que los guionistas, según han reconocido, cuentan su propia historia de amor y juventud en Nueva York. Toda pareja tiene algo que decir sobre el momento en que se conocieron. Hay historias de bares. De teletexto. De trenes. De ascensores. Y muchas de Internet, en estos tiempos en que es posible bucear en Google en busca de aquella persona que lo marcó a uno durante la adolescencia. Un mensaje puede cambiar una (o dos) vidas.

A Marjo Ikonen, una finlandesa que llevaba tres meses en España, le llegó uno al móvil en noviembre de 2003. Decía: "En la puerta de la escuela a las cuatro. Trae los zapatos de flamenco". Se presentaba a una prueba para representar a Mariana Pineda en una obra de un alumno de la Real Escuela Superior de Arte Dramático, en la que habría de bailar y taconear. Marjo es rubia, alta y esbelta, de ojos claros. Estaba de Erasmus en Madrid, tenía nociones de flamenco y más bien poco que ver con la heroína española. Pero le puso muchas ganas. Tantas, que al director de la obra, José Herrero, le dio apuro decirle en frío que no le iba a dar el papel. La invitó al teatro para amortiguar el golpe. Desde entonces no se han separado y, mientras desgranan su encuentro, ella le recrimina con dulzura que en lugar de una Mariana Pineda nórdica eligiera a un coro de españolas "bajitas y morenas". Pero sin un "no" hoy no estarían juntos. Para equilibrar, ahora se dedican a representar obras finlandesas en España con su compañía Ilmatar. Ella dice que lo confundió la primera vez con un gitano. Él se sirve una copa de vino, se recoge el pelo y se coloca un zapato flamenco sobre la cabeza para inmortalizar su historia. 

Elvira y Leoncio posan con una carta escrita por él a ella en un rollo de papel higiénico El Elefante.
Elvira y Leoncio posan con una carta escrita por él a ella en un rollo de papel higiénico El Elefante.JAVIER MORÁN
Eneko Etxebarrieta y Miyuki Okabe se enamoraron cuando él daba la vuelta al mundo en bicicleta.
Eneko Etxebarrieta y Miyuki Okabe se enamoraron cuando él daba la vuelta al mundo en bicicleta.JAVIER MORÁN
La finlandesa Marjo Ikonen se presentó a una prueba para una obra de teatro. El director, José Herrero, no le dio el papel…, pero sí la invitó a salir.
La finlandesa Marjo Ikonen se presentó a una prueba para una obra de teatro. El director, José Herrero, no le dio el papel…, pero sí la invitó a salir.JAVIER MORÁN

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.

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