Ave, César
Dentro de la serie de Homenajes Desconcertantes a Grandes Hombres Incomprendidos que me propongo ejecutar, si los dioses me dan salud y etcétera, y de la que mi loa a Álvarez-Cascos constituyó un triunfante inicio, heme hoy aquí dedicada a destacar las partes buenas de un prócer mundial falsamente vilipendiado.
Silvio Berlusconi.
Yo le tengo aprecio. Como periodista, por razones obvias. Siempre es noticia. Moralmente, no me inspira ese puritano escalofrío que hacia él exhiben los biempensantes y las clases medias. Dicen, pero dicen mal, que Il Cavaliere todo lo que toca lo convierte en mierda. Non è vero. Ya era mierda antes de que él lo rozara. Simplemente, gracias a él, la mierda se manifiesta en toda su crudeza. Yo a eso lo llamo tener un don.
"Cuando miro a Berlusconi, me veo cómo podría ser yo si tuviera su dinero"
¿Empresas, medios de confusión de masas, política? Minucias. En donde Silvio Berlusconi -le adoro- ha puesto el listón realmente a tono con los tiempos es en dos apartados que a las gentes pueden parecerles género menor, pero que en mi opinión constituyen los dos pilares fundamentales sobre los que asentamos nuestra razón de existir hoy día, que es el voyeurismo.
El primer pilar do nuestra sociedad de mirones se recuesta no es otro que el arte de ser rico, seguir siendo rico, ser aún más rico, poseerlo todo, seguir comprando más, y envejecer garbosamente con ello. El señor Berlusconi, mi ídolo, es un maestro en la sibarita rebeldía, chequera en mano, contra las embestidas del Tiempo. Lo hace dentro de los cánones estéticos más ortodoxos -y, sin embargo, siempre a un paso del abismo- que marcan nuestra época. Cuando le miro, me veo a mí misma. Me veo cómo podría ser yo si tuviera su dinero, sus ganas de vivir, su nivel de ambiciones. Me veo y me temo. Con eso, con mostrarse en el escaparate, el gran entrepreneur nos rinde un valioso servicio. En realidad, S. B. se ofrece a nosotros -se inmola, podríamos decir- como salvador de nuestras almas. Ejerce el oficio de llevar la corona de laurel sobre nuestras cabezas y murmurar en letanía aquello de: "Recuerda que eres mortal". Sólo que él nos susurra: "Recuerda que tú también eres mierda". Y lo que sostiene encima de nosotros es un cheque en blanco. O menos que eso, si cabe: un chiste verde, una broma machista, un comentario fascista. No es un payaso. Es un gran hombre. Nos representa, nos refleja.
El segundo pilar en el que se asienta es el del arte del espectáculo por sí mismo. Aparte de la ingente labor desarrollada por sus magníficas emisoras de televisión, sobre la que no me pienso extender porque sus bondades hablan por sí mismas, ha conseguido -con la ayuda de unos pocos fieles- revalorizar un género que había pasado a peor vida desde que fallecieron Nerón, Cecil B. de Mille y Stanley Kubrick: la orgía.
Si el reality show es a la vida lo que un reloj de cuco a un orgasmo -por poner un ejemplo fácilmente comprensible-, la orgía es a la fiesta lo que un postre de banquete de boda de última categoría a un sorbete firmado por Ferran Adrià. Sin embargo, la orgía posee unos valores estéticos, a mi modo de ver, incomparables -en serio, carecen de parangón-, con su mezcla de carnes sudorosas al aire, máscaras ocultadoras, bailarinas a pelo y bebidas con sombrilla. Antes de Berlusconi había que remontarse al siglo I después de Cristo para encontrar tanta ninfa entre nenúfares satisfactorios, tanta velina desvelada, tanto desvelo en pecho. Y tiene mérito. Cualquiera es capaz de organizar satisfactoriamente una fiesta. Incluso alguien de talento tan opuesto al de Il Cavaliere, Blake Edwards, supo organizar dos saraos inolvidables en El guateque y Desayuno con diamantes. Pero eso era en el cine. Y así, cualquiera.
S. B. monta orgías en la vida misma. De ahí su mérito, de aquí mi entusiasmo. Hay que tener valor. Hay que poseer, sobre todo, una conciencia de la fugacidad del momento, de la corruptibilidad de la carne, de la inadmisible longevidad y resistencia -más allá de los milagros del Viagra y de los achaques en la próstata- de los tangas de piel de leopardo sintética.
¿Qué poeta estará a la altura de cantar tus gestas, oh, césar? Francamente, yo no lo veo.
www.marujatorres.com
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