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Columna
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En el Eixample inquietante

Mercè Ibarz

Nada cambia tanto y tan a menudo como una escalera del Eixample. Me refiero a los edificios sin ascensor, frecuentes en esta parte noble de la ciudad, muy historiada, con sus fachadas repintadas y guapas. El Eixample no lo forman sólo fincas señoriales (regias, en terminología inmobiliaria), no sería el mismo sin sus edificios estrechos, menestrales, en régimen de alquiler a gentes sencillas que a lo largo de los años han visto llegar profesionales de distinto signo, estudiantes y luego inmigrantes, tras un leve estadio en los noventa de talleres de economía sumergida. Fueron los cambios del siglo pasado en unos edificios cuyos dueños rentistas suelen habitar en la parte alta de la ciudad. Siguen viviendo en ellos ancianas que trampean las escaleras como pueden. Y ahora asisten a otros cambios que conllevan otros inquilinos, inquietantes. Sucede incluso en edificios más vistosos de la misma Diagonal.

Las noches más solicitadas son las del Barça, que como golea tanto se está convirtiendo en un gran reclamo sexual

Entre las Punxes y el paseo de Sant Joan por ejemplo las conversaciones de los vecinos antiguos giran, cuando coinciden en la panadería, el bar o el taller mecánico, a propósito de los nuevos inquilinos. No es que el Eixample se haya vuelto chismoso y haya perdido la urbana virtud de la discreción. Más bien se trata de que está pasando algo que aturde y desconcierta. Tantas escaleras del Eixample están alojando burdeles.

Hace unas semanas, en Consell de Cent, uno de los supermercados cercanos a la calle de Bailèn fue atracado a mano armada con rehenes y todo. Caramba, parece el Far West, me digo mientras escucho detalles del asunto. Fue en el Mercadona cercano a la muy conocida dirección de Bailèn 22, una casa de citas habitual de los juzgados. A lo largo de la misma calle y aledaños están referenciadas en Internet diversas direcciones de citas sexuales. Mujeres orientales muy jóvenes, que no hablan más que su idioma y, según alguien asegura haber oído o tal vez leído, cobran una miseria. Una de las vecinas, a quien llamaremos X. P., cuenta que un día, tras abrir la puerta, un hombre joven, balbuciente, le preguntó si era allí donde se hacían "terapias naturales". "Pues no", respondió ella. A lo que él, nervioso, sin poder evitarlo, como si fuera lo normal, repuso: "¿Y no sabría usted decirme dónde es?". Se lo quedó mirando con ojos como limones pero el chico siguió esperando que ella le dijera dónde estaba lo que buscaba. Al parecer es de mala educación no indicar el burdel a un hombre necesitado.

Otro de los vecinos, X. Z., está de los nervios porque tiene el burdel debajo. A nadie le extrañará saber que las noches más solicitadas son las de viernes, sábados y, muy en particular, las noches del Barça, que como golea tanto últimamente se está convirtiendo en un reclamo sexual de mucho cuidado. Pero aquí no hace gracia a todo el mundo. Digamos que tantos vecinos del Eixample preferirían que el Barça perdiera más, lo que desde luego es mucho decir en Barcelona. Las llamadas de madrugada al propietario del piso burdel y al 092 se repiten cada fin de semana.

Y el distrito, ¿qué? Pues nada, recoge las quejas y las somete a un proceso que en el mejor de los casos se traduce en la visita de dos mossos de paisano que recaban datos y prometen montar vigilancia para verificar denuncias. De momento, en el barrio, no consta que ningún burdel haya sido cancelado. Eso sí, añade X. P., siempre da seguridad abrir la puerta y, como en las series de la tele, encontrarse en el rellano ante una chapa y un policía que te pregunta si todo va bien en la escalera. Confiada, le contó su estupefacción al mosso. Así sigue, confiando.

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Todo esto sucede al lado de la Sagrada Familia, entre vecinos que se cansan de orientar a turistas y viajeros hacia la basílica, cada vez más frecuentada. ¡Qué cirio se montó en el Ayuntamiento cuando se había de colocar en aquella misma plaza un monumento a gays y lesbianas decidido antes de la visita papal! Vaya usted a saber adónde irá a parar, pero seguro que no será en el barrio. Lo que no impide al Consistorio tolerar burdeles en sus calles

.Mercè Ibarz es escritora.

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