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Tribuna:Pugna por las alcaldías
Tribuna
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'Pongos' urbanísticos

José Marcos

Me invitan a cenar unos amigos del Casal Lambda, una entidad que lleva décadas, desde el amanecer de la libertad, luchando por los derechos de los homosexuales. No había estado nunca: está al lado del Palau de la Música y la vecindad subraya su confortable austeridad, que viene de tener más empecinamiento que dinero. Durante la cena, me cuentan que los gais tenían un espacio de encuentros anónimos justo donde el Poble Sec se hace montaña: iban allí los hombres, se hacían un gesto y se adentraban en la maleza de dos en dos. Este tipo de contacto tiene un nombre, ahora no me hagan decir cuál. Bien: hace poco, nada, dos días, el Ayuntamiento entró a saco en el rincón y lo dejó pelado como un campo de fútbol e igual de iluminado. Ni árboles, ni penumbra. Adiós jolgorio. Los echaron sin decir una palabra. Me aseguran que la actividad, de puro discreta, no había ocasionado queja alguna, entre otras cosas porque no hay vecinos cerca.

Podemos reírnos con las pifias, pero el paisaje urbano no es un asunto banal, no lo es nunca el paisaje a secas

Tiene gracia la cosa porque coincidió con la propuesta de plantar un monumento gay delante de la Sagrada Familia. El Ayuntamiento suele tener estas contradicciones, provoca y reprime al mismo tiempo. Yo apostaría por poner el recordatorio en el Gay Eixample, ya que el municipio está tan contento con el turismo de alta calidad que recoge, pero a lo mejor caigo en el mismo error: con los tiempos que corren, la proximidad del seminario podría dar lugar a malas interpretaciones. En cualquier caso, me parece una equivocación traer a Barcelona una franquicia de monumento, ya que representa el triángulo rosa con que se señalaba a los homosexuales en los campos de concentración. Los gais de Cataluña sufrieron otra tradición: la que empieza con la Inquisición -¡vigente hasta el 1800 y pico!- y acaba con las prisiones de Franco, pasando por la vulgaridad del insulto y otras intolerancias populares. La represión española es particular y valdría la pena que el monumento lo reflejara: esto no es, precisamente, la Europa del Norte.

Parece, pues, que el monumento gay es un pongo: no hay sitio que le venga bien. Pensando en esto, me voy a Montjuïc a ver un pongo institucional, las cuatro columnas de Puig i Cadafalch, que nadie sabía dónde ubicar una vez que se acordó la restitución, porque Primo de Rivera lo tuvo claro y las quitó sin más. Realmente, hay símbolos que ofenden a quien tiene la tolerancia corta. Yendo a pie desde la plaza de Espanya al MNAC se advierte que el célebre arquitecto estudió muy bien dónde emplazar la columnata, porque el conjunto no molesta en absoluto. El peatón avanza con la fachada del Palau Nacional plenamente a la vista: desde la acera, las columnas quedan escondidas. Tampoco estorban a la fuente mágica, porque están justo detrás de las escaleras donde, en las noches propicias, se sientan los guiris a contemplar el espectáculo mientras los avispados les roban el bolso. Y es solo cuando te acercas lo suficiente cuando aparecen los cuatro palos clásicos, sólidos como patas de elefante. El emplazamiento es un prodigio de sensibilidad: la obra bien hecha de aquellos tiempos.

Barcelona está llena de pongos mal situados. Todas las ciudades tienen perspectivas raras, quebradas por obstáculos imprevistos, pero en Barcelona hay demasiadas, a veces fruto del despiste, a veces de la prepotencia del arquitecto. Cito algunas. El hotel Vela aparece al fondo de la calle de Balmes. El horroroso edificio negro de Gas Natural se cuela dentro del Arc del Triomf. El World Trade Center tapona la desembocadura de la Rambla. Y esta es genial: ¡el cubo transparente de un mero ascensor de metro se sitúa delante del monumento al Doctor Robert en la plaza de Tetuan! Reconozco, en cambio, que dos torres barcelonesas tienen una aparición ubicua y encantadora: el pirulí de Norman Foster allá en el Tibidabo y la fálica Agbar. Podemos reírnos con las pifias, pero el paisaje urbano no es un asunto banal, no lo es nunca el paisaje a secas, porque los ciudadanos tienen derecho a vivir en un entorno armónico. Ya sé que es un derecho menor, si lo comparamos con el derecho a la opción sexual o directamente con la libertad, individual y colectiva, pero las pequeñas cosas, en la vida y en la ciudad, cuentan lo suyo.

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Patricia Gabancho es periodis

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Sobre la firma

José Marcos
Redactor de Nacional desde 2015, especializado en PSOE y Gobierno. Previamente informó del Gobierno regional y casos de corrupción en Madrid, tras ocho años en Deportes. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Trabajó en Starmedia, Onda Imefe y el semanario La Clave.

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