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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Promesas incumplidas

Existe un consenso generalizado: los políticos no suelen cumplir las promesas que realizaron durante la campaña electoral que les llevó al poder. La ciudadanía acepta esta premisa con mayor o menor cinismo, pero me parece que los que nos consideramos de izquierdas somos mucho más rigurosos, a la hora de ajustar cuentas con los políticos de nuestra cuerda que nos defraudaron, de lo que se muestran aquellos que, en pleno ejercicio de sus derechos, votaron a la derecha para que defienda sus intereses.

Claro que partimos de una situación claramente desfavorable para cualquier Gobierno progresista. Éste debe prometer mucho más, pues son muchas las cosas que necesitamos para equilibrar un poco la balanza de las carencias de los menos favorecidos o los menos privilegiados o los más azuzados por las intrigas e insidias del nacionalcatolicismo, las tradiciones reinantes, los privilegios de los poderosos, etcétera. La derecha debe conservar, que es lo suyo. La izquierda tiene que arañar -ni siquiera recuperar: instaurar- derechos y débitos. Por eso nos desanima tanto cuando no cumple. Los conservadores sólo tienen que exhibir un propósito ante los suyos: que harán exactamente lo contrario de lo que han adelantado sus rivales. Existen muy pocas probabilidades de que sus electores se sientan defraudados, porque sólo tomando medidas progresistas podrían hacerlo. Y eso no está en su naturaleza ni en las líneas de su mano.

"Esto de ser de izquierdas hasta para los reproches es un sinvivir"

Escribo esto al amparo -mejor dicho, al desamparo- de la última promesa no cumplida por el Gobierno socialista, la decisión de no aprobar una Ley de Transparencia. Última promesa a añadir al saco: el 71% de su programa electoral de 2008, si hemos de atender -que no deberíamos- a una fuente especialmente pérfida, Intereconomía.

Pero más que lo que la derecha ultramontana reproche a estos gobernantes, me preocupa lo que les reprochamos nosotros, con razón. Lo que hemos visto ocurrir ante nuestros ojos, los retrocesos en los pocos avances que se habían logrado. Uno cree, cuando sale el partido al que ha votado y que considera que puede mejorar las cosas, que se lanzará en plancha sobre las injusticias, enderezará entuertos y pondrá todos los obstáculos posibles para que, de darse una vuelta de tortilla, el Gobierno entrante no tenga fácil hacer el cangrejo. Ahora que lo pienso, hacía años que no me oía pensar esta frase: "Vuelta de tortilla". A nadie se la he escuchado pronunciar tampoco. Y, sin embargo, hubo un tiempo en que muchos soñábamos con dar la vuelta a la tortilla. Debe de ser por el colesterol, o porque ya sabemos que lo más que nos salen son unos huevos revueltos.

Pero a lo que iba. Mis últimas informaciones sobre el borrador de la Ley de Transparencia es que dicen que siguen dándole vueltas, porque tienen verdaderos reparos a dictaminar algo que les impida "salvaguardar" la "confidencialidad" y la "seguridad". Confidencialidad y seguridad: cuántas aberraciones se han cometido en vuestro nombre. Eso dicen, pues, pero lo único seguro de lo que uno se entera confidencialmente es de que la espesura de las cuentas quedará salvaguardada. Ea.

Es una buena medida -y además funciona en el resto de la Unión Europea- que los servidores públicos rindan cuentas. Pero no. Aquí es más fácil enterarse de lo que tiene Belén Esteban que de asuntos turbios relacionados con Gürtel y sus lazos políticos.

Entonces los votantes, los ciudadanos que esperábamos un mundo mejor, nos quedamos atrapados por una mezcla viscosa. De un lado, la necesidad de sacudir a nuestros gobernantes hasta que caiga de sus ramas un modus operandi que no corresponde a su ideología; de otro, preguntarnos si no debemos tragar con todo porque el drama, nuestro drama, consiste en saber de antemano que, cuando la tortilla cambie de lado, nos van a servir la parte chamuscada.

Esto de ser de izquierdas hasta para los reproches es un sinvivir añadido a los muchos otros que conlleva el no pertenecer al conservadurismo cañí de la sociedad ni a ese tercio de tibios que al final deciden por nosotros. De hecho, me parece que tenemos más que motivos para aplicar -pero al revés- a las promesas incumplidas aquello que escribió Teresa de Jesús y que tanto mejoró Truman Capote sobre las plegarias cumplidas. Se derraman muchas lágrimas, en efecto, por todo lo que no se cumple.

www.marujatorres.com

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