_
_
_
_
_
PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Gracias, Álvarez

Ignoro si se debe a que asistí a su segunda boda o a mi proverbial y mundialmente conocido gran corazón, pero estoy por completo a favor de Francisco Álvarez-Cascos, y me parece una cochinada lo que le ha hecho su partido, con ese resbaladizo Mariano Rajoy -un señor que no merece ser gallego- a la cabeza. Eso, en el caso de que en el periodo transcurrido entre que escribo esto y ustedes lo leen no hayan llegado las partes a algún tipo de acuerdo. Si ello ocurriera, imaginen que me zampo mis palabras en barbacoa.

Mas continúo como si ello no ocurriera. ¿Es digno el señor Álvarez-Cascos de ser asturiano? Ahí son los naturales de Asturias misma quienes deben opinar, pero a mí me gusta esa faceta suya de alubia densa, de alubia-alubia que no se disfraza con pintas ni se desvanece en fragancias de nueva cocina. Don Francisco es rotundo y sincero como un buen pedo. Y el actual Partido Popular, perdónenme la expresión, está repleto de lo que en catalán llamamos llufes. Es decir, de flatulencias insidiosas que no hacen ruido pero atufan el ambiente hasta convertirlo en irrespirable. Produce auténtica basca escuchar a Esteban González Pons deshacerse en elogios, por ejemplo, acerca de "los pensionistas que han dado sus vidas por nosotros". Aparte de lo poco riguroso de tal afirmación y de su sesgo militaroide, qué cursi es, por todos los demonios. Qué malolientemente cursi resulta.

"Hay que ver con qué placer le han arreado mandobles sus ex correligionarios"

Dirán ustedes que es fácil ponerse al lado del árbol caído. Pues no: generalmente, a dicho árbol todos le dan leña, como bien evidencian el refrán y la realidad misma. Hay que ver con qué placer le han arreado mandobles al señor Álvarez sus ex correligionarios, incluso aquellos y aquellas que no levantaban medio palmo del suelo cuando ya él reconquistaba España para José y Madame Boteille, y que ni siquiera fueron correligionarios suyos contemporáneamente.

Lo realmente sencillo es sentirse solidario con cualquiera que nos recuerde lo que es, lo que fue, una derecha en el mando. Una derecha con el cinturón del pantalón bien atado por encima del ombligo -con un sentido homenaje a los tirantes de Fraga Iribarne implícito en ello-, la corbata de Hermès enhiesta como una mala cosa, y los zapatones pisando fuerte con un par de suelas, de un confín de una autonomía a otra y cerrando España siempre que hiciera falta.

Ah, cómo añoro aquellos no ladinos tiempos. Don Álvaro de la Casquería, como le llamó alguien -posiblemente yo-, siempre tuvo el don de poner en evidencia a su partido. Ocurrió ya en ocasión de esa boda con Gema Ruiz -a quien más adelante, ya divorciada, miraríamos bailar en la tele-, su segundo enlace, al que tuve el honor de ser enviada especialmente y sin casco. Fue en Córdoba, en el esplendoroso inicio de otoño de 1996, y a la ceremonia, que se celebró por lo civil, no asistieron los más beatos compañeros de Gabinete del entonces vicepresidente primero. Los Reales Alcázares, en donde les casó el alcalde, fueron prohibidos a la prensa para que no se viera en la foto que no había cura; y Madame Boteille entró disimulando y con peineta. El empedrado cordobés recordará siempre aquel retumbar de tacones, aquellos chaqués incluso en modelo miniatura -los playboys Aznar de hoy eran meros proyectos- y aquella ranciedad que presagiaba futuros Escoriales.

Pero él, un príncipe azul Cabrales, defendió su amor y su honra como si tal cosa; lo mismo hizo después, cuando abandonó a la futura telebailarina por una galerista de renombre, y casi simultáneamente recibió la Medalla de las Bellas Artes -por entonces se dedicaba a fomentar Fomento; esa y no otra debió de ser la razón-, lo cual le convertía, estarán ustedes de acuerdo conmigo -yo también poseo la mencionada medalla-, en un ser potencialmente peligroso. El doberman por antonomasia.

De bien nacidos es agradecer los ladridos recibidos, y por eso estoy ahora, recia como el peto de don Pelayo, firme como el amor que Indíbil sentía por Mandonio y más salerosa que el tamborilero del Bruc, dispuesta a rendirle honores como corresponde. Ah, quién tuviera un don Francisco por comunidad autónoma, restándole votos al Melifluo.

www.marujatorres.com

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_