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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Del amor y del tiempo

Entre mis numerosos defectos se encuentra una notable insensibilidad hacia el estilismo, la decoración y el traperío fino, en cualquiera de sus manifestaciones. Soy muy perceptiva, en cambio, a los horrores. Puedo pasar horas, fascinada, ante el escaparate de una tienda de muebles para nuevos ricos, o calculando, en una telenovela egipcia, la infinita gama de lámparas de mesa que los decoradores son capaces de concebir. Sin embargo, me sé negada para la modistería de altos vuelos, a pesar de que cuando veo un traje de Balenciaga de los años cincuenta me arrodillo instintivamente y de que Audrey Hepburn vestida por Givenchy me pone en el cielo: pero esto debe de ocurrir más bien por mi mitomanía. Sé que carezco del tipo de sutileza que se necesita para apreciar el vuelo de una falda.

"Todas las épocas son infames. Sólo el amor las hace soportables"

Por eso permanecí indiferente al pase en Canal + de Valentino, el último emperador el último mes de diciembre -y me parece que siguen pasándolo; no se lo pierdan-, hasta que una amiga de mucha confianza y de excelente gusto, tanto ético como estético, me comentó que no iba sólo de moda: "Hay también una gran historia de amor". Lo busqué, lo grabé -me he abonado a iPlus, es lo más para ver en la tele sólo aquello que quieres- y me lo puse. Me encantó.

Me pirran las historias de amor, sobre todo si son de verdad. Y, en efecto, eso es el documental sobre Valentino que conmemora sus 50 años en la profesión -se proyectó en el Festival de Venecia de 2008 con mucho éxito-, así como el fiestón de autoestima que se dio para celebrarlo; y también su despedida, su adiós forzoso a todo eso. Por debajo de la organización de la fiesta y de las imágenes con que se nos va ilustrando, discurre el relato sobre una pareja. Uno de los dos hombres, Valentino, es el genio caprichoso, el ególatra creativo. El otro, Giancarlo Giammenti, es un amante infinitamente paciente, un compañero de trabajo y de vida que conoce mejor que nadie las inseguridades del maestro, su fragilidad pareja a su arrogancia, y que siembra su camino de comprensión y facilidades para que todo sea más sencillo para él, para acompañarle con señorío en la dolorosa retirada, y en la no menos difícil vejez. Décadas de relación, amor y bulldogs franceses. No son palabras menores.

Desde que vi el documental, ese hombre, Giammenti, forma parte de los tipos que me hacen creer en la humanidad.

Por otra parte, les decía, está el paso del tiempo. Con lo que ello nos trae o, mejor dicho, nos quita. "Ahora no podría diseñar modelos como estos, esa pedrería vale un dineral", viene a decir Valentino en un momento dado, señalando los trajes preparados para la exhibición. Olvídense de los trajes: piensen en programas de televisión, en películas, en obras de arte que ya no pueden ni siquiera imaginarse, porque el mercado ha decidido que no son rentables. Piensen también en actitudes, en nobleza, en gallardía, en generosidad. ¿Quién puede permitírselas?

Esta era tiene algo específicamente perverso, quizá porque sus avances tecnológicos nos permiten apreciar el carácter masivo de nuestra indiferencia. No obstante, lo que entre líneas denuncia la producción Valentino ya estaba en El Gatopardo, de Lampedusa, y en la versión cinematográfica de Visconti: el avance decidido e imparable de los arribistas. En la obra del siciliano era la burguesía que llegaba para arrumbar a la aristocracia. Hoy día son los compradores.

En este documental que les recomiendo salen un par de tipos jóvenes que parecen secundarios. No lo son. Los que adquirieron el imperio Valentino para despiezarlo, para aprovecharse del nombre, para hacer dinero con la marca y los productos segregados. Tienen un aspecto decidido y carecen de piedad.

Va a ser verdad lo que decía el personaje de H. G. Wells en Los pasajeros del tiempo (versión de su novela La máquina del tiempo, dirigida en 1979 por Nicholas Meyer), una frase que repito cada vez más a menudo: "Todas las épocas son infames. Sólo el amor las hace soportables".

Sólo el amor. Que no tiene por qué ser de pareja. Cualquier clase de amor puede servirnos, pero más el que da.

www.marujatorres.com

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