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Columna
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Gobiernos, mayorías, hegemonías

Josep Ramoneda

La incorporación de Ferran Mascarell al nuevo Gobierno de CiU ha dado lugar a un debate tan previsible como poco interesante. Se han repetido todos los tópicos que acompañan siempre este tipo de trasvases políticos. Con la sensación añadida de que los que ahora han criticado al consejero de Cultura le habrían defendido si el cambio se hubiese dado en la dirección contraria y viceversa.

El PSC lleva demasiado tiempo equivocándose sobre las cuestiones que requieren atención prioritaria. Por eso llega tarde casi siempre. Y ahora va por el mismo camino: centra la atención en un militante que cambia de filas, en vez de fijarse en lo realmente alarmante: los 120.000 ciudadanos que todavía les votaron en 2006 y que ahora han decidido votar a CiU. Este es su verdadero problema. Y viene de lejos, porque desde que con Pasqual Maragall alcanzaron su mejor resultado, los electores autonómicos les están abandonando en todas direcciones. Dicho de otra manera, el problema no es que Mascarell se vaya a otra parte para intentar llevar a cabo la política cultural que no ha podido hacer en el PSC. A lo sumo es un síntoma. El problema es que el PSC lleve años -por lo menos desde que Maragall entró en el silencio- sin ser capaz de pensar y explicar cuál es su proyecto: como partido de izquierdas y como partido catalán. Y si no recupera el hilo de la palabra propia y genuina, quedará irremisiblemente condenado a las inercias del PSOE, que no están precisamente al alza. Toda organización -los partidos políticos, también- tiene pulsiones suicidas que convierten las derrotas en desastres. El PSC parece entregado a ellas, con una actitud pasiva, indolente, que solo puede servir para que crezca la magnitud de la catástrofe.

Es más fértil la vía del acuerdo de investidura entre CiU y el PSC que la entelequia del gobierno de los mejores

El énfasis de Artur Mas en el gobierno de los mejores -el típico eslogan afortunado que, cuando pasa el estado de gracia, da para todo tipo de chistes y sarcasmos- nos lleva al debate sobre los partidos políticos. Las dos principales funciones de los partidos son la representación política y la preparación de cuadros para el gobierno de las instituciones. Al creer necesario que una parte del Gobierno venga del exterior de CiU, ¿está el presidente dando a entender que los partidos ya no sirven para la selección del personal adecuado para gobernar? ¿Hay que emprender una renovación a fondo de la forma partido? En Cataluña, ha sido Maragall quien ha puesto mayor énfasis en esta cuestión, con la mirada puesta en el partido demócrata americano. De su crítica surgió Ciutadans pel Canvi. No ha sido una gran aportación al debate.

Al hablar del gobierno de los mejores, Mas capta el malestar de amplios sectores de la ciudadanía que no entienden que los partidos gasten más energías en el teatro parlamentario y mediático de sus desavenencias y críticas que en la acción política para resolver los problemas importantes. Y por aquí se llega a otro debate de calado: ¿hay realmente diferencias entre los partidos centrales o la comedia política es una representación que camufla la realidad de que no hay margen para políticas realmente diferentes?

La ideología económica dominante exige que los poderes políticos se plieguen a las exigencias del poder financiero (los llamados mercados). Y en este sentido, Mas ha dispuesto un equipo económico en perfecta sintonía con la ortodoxia del momento. Va cuajando en la ciudadanía la idea de que la política no es resolutiva y que sería mejor formar gobiernos de expertos, consejos de administración que gestionaran el país como una empresa.

La respuesta a esta idea de tecnocratización y subordinación de la política al poder económico, que va siempre acompañada del falso discurso del fin de las ideologías (pocas veces ha habido un marco ideológico tan claramente dominante en el mundo), solo puede ser una: que la izquierda ponga sobre la mesa proyectos sólidos y claramente diferenciados que realmente sean capaces de atraer y activar a una mayoría. Pero el intento de construir un proyecto de izquierda catalana plural ha fracasado por completo. Y Mas tiene el campo libre para extender su hegemonía.

Cataluña, sin embargo, por su precariedad institucional necesita ineludiblemente acuerdos suprapartidarios. Solo sumando a los principales actores se pueden conseguir las mayorías necesarias para las reformas básicas que el país necesita. Para ello me parece más interesante y más fértil la vía del acuerdo de investidura entre CiU y PSC (que curiosamente ambos partidos han defendido con la boca pequeña) que la entelequia del gobierno de los mejores, que inevitablemente se deshace con el tiempo.

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