La transición
Cuando Artur Mas ha abierto su discurso de investidura con "la humildad" de saberse "no salvador, sino simple servidor de un país y de una patria", era inevitable pensar que desde el primer momento quería dejar claro que con él empieza un tiempo nuevo que poco tiene que ver con una restauración del pujolismo. El tono contenido, a veces algo burocrático, con que ha despachado la lectura de su discurso podía entenderse por la responsabilidad del momento, pero también para asentar esta idea de que el nuevo presidente es una persona como las demás, sin voluntad de liderazgo carismático, dispuesta a dialogar, a buscar consensos, "a pedir ayuda y querer ser ayudado".
El hilo conductor del discurso de Artur Mas era una idea de continuidad con la historia del país, pero de cambio respecto a la historia inmediata, no solo la del tripartito, sino la de los propios Gobiernos de CiU de los que formó parte. Para ello recurrió a una imagen reiterada en la política española: la transición. Recordarán que Aznar nos prometió una segunda transición y con Zapatero se ha hablado a menudo de una nueva transición. Al proponerse abrir la transición catalana, "igual que España hizo su transición democrática después de la dictadura franquista", Artur Mas estaba dando una doble señal: Cataluña entra en una fase constituyente, para forjar "su propio camino de futuro", por tanto, el pacto constitucional está agotado y, con él, la cultura de la transición española y sus protagonistas; al mismo tiempo, dejaba claro que la estrategia posibilista del pujolismo ya no corresponde a los tiempos que corren y que, a partir de ahora, las negociaciones con Madrid deben situarse en la perspectiva del derecho a decidir, que para Artur Mas es el camino marcado por las elecciones y por la manifestación de julio.
Mas ha querido dejar claro que la estrategia posibilista del pujolismo ya no corresponde a los tiempos que corren
La cuestión, pues, es de ritmos y de tiempos. Tiempos para construir amplias mayorías cualificadas, ritmos que no conduzcan a nuevas frustraciones. Por encima de todo, evitar fracturas internas en la sociedad catalana. Para ello, el calendario de Artur Mas tiene marcada una primera etapa: el pacto fiscal, a plantear al próximo Gobierno de España, "en el momento de su constitución". Aviso para forjadores de futuras mayorías en el Parlamento español. Hay que constatar, en cualquier caso, que en campaña se llamaba pacto fiscal sobre la base del sistema de concierto y ahora ya se llama pacto fiscal a secas: ¿qué ha quedado por el camino?
Si la idea de transición catalana representa un cambio cualitativo sobre la relación entre Cataluña y España, respecto de los Gobiernos de Pujol, la otra novedad es la introducción de elementos de la tradición liberal que contrastan con la tradición social cristiana del pujolismo. Probablemente lo más llamativo esté en el terreno de la sanidad, donde el presidente pretende establecer un nuevo "catálogo de los servicios" que puede "garantizar", pero la consagración de la empresa como cúspide del prestigio social, la declaración de que su Gobierno será "business friendly" (amigo de los negocios) y la insistencia en desdibujar la diferencia entre escuelas y hospitales públicos o privados forman parte de un lenguaje muy presente en la cultura política actual, pero alejado de la vieja música del nacionalismo conservador catalán. También en esta línea, la reiterada insistencia de Artur Mas en contar con la colaboración de la sociedad civil -concretada incluso en dos comisiones asesoras, sobre economía y sobre sanidad- y la voluntad de apertura hacia personalidades de fuera del estricto perímetro del partido. Todo ello muy lejos de los tiempos de Pujol, en que todo el país estaba en la cabeza del presidente y sus colaboradores no eran mucho más que secretarios a su servicio.
Apelando a la transición catalana, Artur Mas ha descrito el inicio de unos tiempos nuevos. Casi todos cuando llegan tienen esta fantasía. Y no creo que sea mala, porque generalmente el que no llega con esta ilusión es que tiene poco que proponer. Después el principio de realidad ya se ocupa de poner las cosas en su sitio. Solo que el tono plano con que el presidente ha desgranado su discurso no ha ayudado a transmitir esta idea fundacional. Quizás porque, por encima de todo, lo que quería que quedara claro es que llega un hombre competente y normal, que es lo que parece que funciona en la sociedad de la indiferencia.
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