El estilo infalible
El pasado abril, el Cuarteto de Tokio dedicó uno de sus conciertos a su paso por Madrid íntegramente a la Segunda Escuela de Viena, con obras de Schönberg, Berg y Webern. En esta ocasión comparecen con el estilo clásico, como diría Charles Rosen, como bandera, con Haydn, Mozart y Beethoven de acompañantes. La versatilidad se pone de manifiesto. Entonces y ahora los resultados artísticos se sitúan en idénticas cotas de transparencia, equilibrio, exigencia, armonía y destreza. No hay sobresaltos. La gran música se impone con una extraña calma y la sensación de felicidad en el espectador se antoja más cercana, más accesible.
Sensación de felicidad, decíamos. O de lujo para los sentidos y la sensibilidad. Especialmente con Mozart. Para el fabuloso quinteto en la mayor se incorpora la clarinetista Sabine Meyer, con su sonido carnoso, su sentido musical fuera de toda clasificación y su técnica estratosférica. No se puede pedir más. La música fluye con serenidad, sin recurrir en ningún momento a forzados artificios expresivos. Todo está en su sitio. En la dimensión de mayor autenticidad.
LICEO DE CÁMARA
Sabine Meyer, clarinete, y Cuarteto de Tokio. Cuartetos Opus 77, número 2, de Haydn y Opus 74
de Beethoven; Quinteto en la mayor de Mozart. Sala de cámara, Auditorio Nacional, 15 de diciembre
Parecía Madrid anteayer Salzburgo, Londres o Lucerna. El público percibe la atmósfera de acontecimiento. La sala está, de hecho, a rebosar. Los silencios se mascan. La concentración es vital. No suceden a menudo estas demostraciones de plenitud artística. La música es una idea, la música es una estética, la música es simplemente lo que es. Clive Greensmith mantiene sin altibajos el control rítmico desde el violoncello, se adorna con contención Martin Beaver desde el primer violín, no pierden nunca la compostura de tocar en cuarteto Kikuei Ikeda y Kazuhide Isomura. Me viene a la mente una novela de Yasunari Kawabata, El rumor de la montaña. La calidad de la interpretación se asemeja a esos rumores que vienen de lo más alto. Hay, en la novela como en el concierto, una búsqueda obsesiva de la belleza. Sabine Meyer se integra en esta ceremonia con una naturalidad a la altura de su fantasía.
Fue un gran concierto, una de las cimas del año musical. La música de cámara tal vez sea el género más difícil. Cuando suena de esta manera su poder de fascinación es sencillamente irresistible.
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