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Columna
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Los otros controladores

¿En qué se parece un alcalde al director de unos grandes almacenes? En que los dos tienen que incluir los robos en el presupuesto, con la única diferencia de que el comerciante calcula lo que van a robarle y el político lo que piensa sisar él. No hay más que ver las cuentas que hace el Ayuntamiento con los controladores del tráfico, que el año que viene serán trescientos veintisiete menos pero pondrán las mismas multas, alrededor de dos millones setecientas cincuenta mil de enero a diciembre del año 2011, unas cien mil menos que en este año de crisis para todos y riqueza para el resto. Es decir, que de alguna forma a estos controladores también los han militarizado, porque van a tener que ir a paso ligero para cumplir los objetivos que les marcan. Igual tendrían que hablar con su sindicato y pedir que les pongan lo que alguna vez tuvieron y no sé si aún conservan los carteros, y que a Juan Urbano y a mí siempre nos ha parecido una profesión digna de un cuento de Kafka, que es un Inspector de Pasos, un empleado cuya presencia pueden reclamar si consideran que están andando más de lo que deben, tal vez porque en las zonas que les corresponden se han construido muchas casas, urbanizaciones, calles nuevas, y eso vuelve imposible repartir todo el correo a lo largo de un día de trabajo. El funcionario sale de la oficina de correos con el cartero y va contando, efectivamente, cada uno de los pasos que dé, para verificar que no recorra más kilómetros de los que marca su contrato. Yo que ellos, ya estaba reclamando un Inspector de Parabrisas, que suena a verso del Rafael Alberti medio gongorino y medio surrealista de Cal y canto.

Les vemos como si las multas nos las pusieran ellos y el dinero fuese a acabar en sus carteras

El Ayuntamiento, por su parte, les va a exigir, como resulta obvio, que se hagan cargo de la recaudación que van a dejar sin hacer los despedidos o no renovados, y deja muy clara cuál es la estrategia con la que piensan afrontar el durísimo 2011 que se nos viene encima a los que estamos debajo: hay que destruir empleo para abaratar costes pero sin renunciar a los ingresos, de modo que los que se salven tendrán que cargar el doble si quieren ganar un veinte por ciento menos. Las matemáticas son la ciencia más inexacta que ha inventado el ser humano: dos más dos, igual a depende de quien haga la suma. No hay más que ver cómo se enfrenta a la crisis económica esta gente que siempre va por el mundo con la mano derecha en una bandera y la otra en nuestro bolsillo: hay que restar derechos para mantener los privilegios. El Ayuntamiento y las empresas concesionarias del ramo, como estamos en Navidad y hay que adornar todos los árboles, incluido el del ahorcado, aseguran que no habrá despidos y señalan que la peatonalización de algunas calles, en ensanchamiento de las aceras o la reducción de plazas azules y verdes en zonas como la de Serrano contribuirán a que haya menos tráfico y sea necesaria menos mano de obra. ¿Y esos coches adónde van? ¿Desaparecen? ¿Por qué nos dicen todo el rato cosas así? ¿Es que les han fabricado la cara en una hormigonera?

Los presupuestos del Ayuntamiento de Madrid son blancos y en botella: se reducen gastos en todos los servicios, con frecuencia justo después de haber aumentado las tasas que se cobraban por ellos o de haber creado unas nuevas, como ocurre en el caso del servicio de recogida de basuras, que te saca de la cartera más de cien euros y te deja los desperdicios en la puerta dos días por semana. Y como dicen en Estados Unidos, cuando baja el agua, bajan todos los barcos, así que cómo no les iba a llegar el turno a estos controladores que solo comparten con los otros el nombre y en todo lo demás son tan diferentes como Botín y el resto de los Emilios del país. Ellos tienen sueldos bajos, contratos miserables, condiciones de seguridad inexistentes y, no nos engañemos, un papel muy ingrato ante los ciudadanos, que los vemos como si las multas nos la pusieran ellos y el dinero fuese a acabar en sus carteras, lo cual es de una injusticia monumental. La cosa se está poniendo color hormiga, como dicen en Chile.

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