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OPINIÓN
Columna
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La sociedad civil

Joaquín Estefanía

La Fundación Transición Española convoca un seminario sobre los Pactos de la Moncloa y una buena parte de las intervenciones tiene en cuenta las analogías y diferencias entre la difícil situación económica de entonces (1977) y la de ahora. En ambos casos, además del contexto recesivo internacional, hay una crisis diferencial propia que agudiza los problemas. Se subraya que ante la intensidad de estos, ninguna ideología o fuerza política tiene por sí sola la fuerza ni las fórmulas para sacar a los ciudadanos de los mismos. Más que una política económica de partido, se precisa de una política económica de Estado.

El último Informe sobre la democracia en España (IDE), de la Fundación Alternativas, reclama un compromiso histórico, un gran acuerdo entre fuerzas políticas diversas contra la desafección ciudadana (la democracia ha de tener legitimidad de origen y de ejercicio) y frente a la erosión de la confianza y el bienestar. Con un lenguaje más mercadotécnico, la Fundación Everis presenta al Rey Juan Carlos la iniciativa Transforma España, firmada por 50 grandes empresarios y otros 50 expertos. En ella se afirma que el modelo productivo español está agotado y requiere de "un cambio sistémico de gran urgencia"; que nuestro país es globalmente poco atractivo; que el reto no es de evolución, sino de transformación ("se trata de repensar y refundar todos los pilares del sistema-país"); y también demanda un consenso sólido entre el máximo de fuerzas políticas del país y la sociedad civil.

Ante la crisis diferencial española se precisan políticas de Estado, no de partido. La polarización las impide

La confluencia de estas fundaciones entre otras muchas instituciones (por ejemplo, el Círculo de Economía de Barcelona), en la necesidad de un acuerdo de lealtad entre los partidos como condición para salir de un periodo tan largo de excepcionalidad económica, no ha sido atendida. Esta no es una característica exclusivamente española: la fuerte polarización en lugares negativamente protagonistas de la crisis -Irlanda, Portugal, Italia, por no hablar de EE UU- dinamita las posibilidades de pactos. Los Gobiernos son derrotados por la ferocidad de los asuntos, y las antaño oposiciones, cuando toman el poder, se encuentran con situaciones insoportables que ellas no ayudaron a solucionar, sino todo lo contrario.

En la convocatoria de Transición Española (la política educativa estaba ya entre las reformas de los Pactos de 1977) y en los documentos de Alternativas y Everis se da una importancia estratégica a la educación como elemento del cambio de modelo productivo. Conectan así con la tradición institucionalista (de la Institución Libre de Enseñanza) que basaba el final de lo que se consideraba una anomalía española en una lenta pero persistente acción educativa (con continuidad, sin sistemáticas alteraciones legislativas) de la que salieran ciudadanos libres, formados en el espíritu público. Nadie exige un "cirujano de hierro", como lo hacían Joaquín Costa y los regeneracionistas, lo que es un gran avance en relación con otros tiempos.

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