El tormento haitiano
El país caribeño es atacado por el cólera meses después de sufrir un terremoto y un huracán
Menos de 500 euros de renta per cápita, desigualdades sociales e inseguridad rampantes, tasas de analfabetismo como no se conocen ya en América Latina, pero también una democracia que pugna por consolidarse en medio de graves inestabilidades. Eso es Haití. Y solo este año la medio isla caribeña ha sufrido un terremoto que ha destruido lo que de infraestructuras hubiera con la pérdida de 250.000 vidas humanas, el enésimo huracán que devastó lo que había sobrevivido al temblor, y ahora una epidemia de cólera que ya ha causado más de 1.000 muertes. Ese es el tormento de ser haitiano.
Los cascos azules de Naciones Unidas -de la Operación Minustah, en la que hay fuerzas españolas- fueron recibidos con júbilo por la población en 2004 porque venían a pacificar y facilitar el proceso democrático haitiano. Pero hoy se les ve como portadores de lo que siempre temen los ciudadanos que sea penúltima desgracia. El contingente nepalí es masivamente acusado por la opinión de haber traído el cólera, una cepa llamada vibrio cholerae, originaria de las estribaciones del Himalaya. Y de lo que no cabe duda es de que Cabo Haitiano, segunda ciudad del país, donde están acuartelados los nepalíes, registró el primer brote epidémico mortal. Naciones Unidas asegura que todas las pruebas médicas realizadas excluyen esa causa, pero bandas de incontrolados -en Haití hay muy pocas cosas controladas- han atacado hasta con armas de fuego a los soldados y ha habido al menos dos muertos entre la población civil, y una semisublevación popular, con cortes de carreteras y escaramuzas en la zona afectada, enrarece el combate contra la plaga. El Gobierno del presidente Préval acusa de los desmanes a agitadores que quieren hacer abortar las elecciones previstas para el próximo día 28.
Con ocasión del terremoto, la comunidad internacional hizo grandes promesas de ayuda económica, que cubrían buena parte de los 8.000 millones de euros necesarios para reconstruir una nación que nunca había sido debidamente construida. Era la oportunidad casi de empezar de nuevo, pero las promesas viajan mejor que los recursos y los trabajos no dejan de demorarse por los obstáculos que la naturaleza y la incuria humana -propia y ajena- apilan sobre Haití. Por eso es tan importante que haya elecciones y que la democracia no ceda ni ante la mayor desgracia. Haití se lo merece.
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