Educación y política monetaria, principales retos del nuevo Gobierno
Pese a los avances, el 50% de la población trabaja en la economía sumergida
El 33% de los brasileños que votó ayer en la segunda ronda de las presidenciales no completó siquiera su educación elemental. Casi el 50% forma parte de la economía sumergida y ni ellos ni la empresa a la que pertenecen pagan impuestos. Son dos ejemplos de la formidable tarea a la que tendrá que hacer frente la nueva presidenta de Brasil, uno de los mayores mercados emergentes del mundo y uno de los que, pese a esos datos, ha sufrido una mayor y más positiva transformación en los últimos años.
El presidente que ahora se retira de la primera línea política, Lula da Silva, ha logrado sacar a casi 23 millones de personas de la pobreza más absoluta, ha asegurado un crecimiento sostenido, creando al mismo tiempo confianza en los mercados y en el escenario político internacional, y ha conseguido que el 90% de los niños estén escolarizados. Son avances importantes, pero que no ocultan las enormes carencias que todavía existen. En educación, por ejemplo, el problema sigue siendo descomunal, porque ese 90% de población escolarizada hace frente a una enseñanza elemental deficiente y porque la enseñanza secundaria ni es obligatoria ni tiene calidad como para asegurar el futuro de un país en el que más del 30% de los habitantes tiene menos de 14 años.
La reforma fiscal y una burocracia inflada son también problemas urgentes
Marina Silva, la candidata ecologista que fue la sorpresa de la primera vuelta presidencial, prometía en su programa electoral destinar el 7% del PIB a la educación. Dilma Rousseff, la candidata del PT y heredera de Lula, mantiene que la educación será su prioridad y es posible que confíe ese ministerio a una de las principales personalidades de su partido, Antonio Palocci, artífice de la política económica de estos años. "Mi Gobierno", ha prometido Rousseff, "creará escuelas técnicas con dinero federal". De hecho, uno de los retos más importantes de Brasil, según los expertos, es cómo destinar eficientemente a la mejora de la educación parte de los ingresos que van a proporcionar los nuevos yacimientos de petróleo. Rousseff quiere "sacar" ese dinero del circuito del gasto y colocarlo en un fondo especial, destinado a proyectos preeminentes, como la educación. La preparación y los sueldos de los maestros, actualmente míseros, aseguró, serán verdaderas prioridades.
Una lectura atenta de las cartas "al nuevo presidente" que publicaba ayer el diario O Globo deja claramente de manifiesto que educación y sanidad son las principales preocupaciones de los ciudadanos. Los brasileños son, seguramente, el pueblo más optimista y más confiado en su futuro en el sentido de que cree que se seguirá avanzando y mejorando, pero eso no hace que ignore o no critique sus carencias actuales. Las enormes colas en los dispensarios, los años de espera para operarse de determinadas enfermedades, son una pesadilla cotidiana para millones de brasileños. Desde el punto de vista político, la reforma fiscal (el tope máximo que pagan los más ricos es el 27%) y el control de una burocracia enorme y llena de privilegios son tareas también de primer orden. Pero quizás lo más urgente para el nuevo Gobierno sea asegurar su política monetaria y lograr frenar la revalorización continua del real frente al dólar.
Dilma Rousseff se va a encontrar con una curiosa y beneficiosa paradoja. Por primera vez (ni Lula lo consiguió) su Gobierno podrá tener la mayoría en las dos cámaras, gracias a las alianzas del PT con otros once grupos, incluido el tradicional Partido del Movimiento para la Democracia Brasileña (PMDB). Pero, al mismo tiempo, la nueva presidenta se encontrará con una oposición mucho más fuerte y organizada que la que enfrentó Lula. El Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), de donde salieron Fernando Henrique Cardoso y José Serra, tiene ahora nuevos y ambiciosos dirigentes y fuerza suficiente en los tres Estados más importantes del país: São Paulo, Minas Gerais y Paraná. Todo junto hace que el poder del PSDB suponga casi el 50% del PIB y la mitad de la población. Dilma Rousseff, acostumbrada a negociar en términos económicos, tendrá ahora que aprender a hablar con una oposición política revitalizada. "Seré la presidenta de todos los brasileños", prometió ayer a la salida de las urnas.
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