Merkel también
La canciller alemana se suma a la ola de populismo que estigmatiza a los musulmanes
La tentación del populismo ha alcanzado a Alemania, y no en forma de debate general sino de tensión en el seno de la coalición de Gobierno liderada por Angela Merkel. Para evitar una crisis política, la canciller ha optado por inclinar su discurso hacia las posiciones más proclives a asumir algunas de las banderas del populismo para, supuestamente, mejor combatirlo. Tras señalar a un futbolista alemán de origen turco como prueba de que el islam forma parte de Alemania, Merkel ha proclamado poco después el fracaso absoluto del multiculturalismo. La afirmación es lo suficientemente ambigua como para amparar cualquier política que la coalición de Gobierno adopte a partir de ahora. Entre otras razones, porque la fórmula de integración de los trabajadores extranjeros defendida por las democracias europeas no era el multiculturalismo, sino la ciudadanía. Es decir, no era el reconocimiento por parte del Estado de diversos códigos legales y de comportamiento, sino el establecimiento de un catálogo de derechos y deberes iguales para todos.
Como en otros países de la Unión, también en Alemania se ha presentado como debate acerca de la inmigración un asunto que, en realidad, se focaliza en la presencia de trabajadores extranjeros de origen o credo musulmán, convertidos en chivos expiatorios por las fuerzas populistas que amenazan electoralmente a los partidos tradicionales. Lo que está en juego no es la identidad alemana, sino la libertad religiosa y la igualdad de los ciudadanos ante la ley, sea cual sea su credo. El mayor triunfo del fanatismo yihadista sería que sus crímenes auspiciaran leyes discriminatorias contra los musulmanes, vulnerando los principios del Estado de derecho y legitimando las políticas del populismo, que daría así un paso de gigante para entrar por la puerta grande en las instituciones democráticas.
Dependiendo de las políticas que adopte el Gobierno federal, la intención de cerrar una fisura en la coalición que lo sostiene podría saldarse con la apertura de una inquietante grieta en el sistema democrático, capaz de prolongarse en el conjunto de la Unión Europea. Si Sarkozy cometió el error de avalar la deriva populista de Berlusconi por simples razones electoralistas, en estos momentos Merkel corre el riesgo de hacer otro tanto con la de Sarkozy, y por las mismas razones.
La pregunta que suscita las declaraciones de la canciller es cuándo se encenderán las señales de alarma por el peligroso rumbo que está adoptando la política europea, paralela, por lo demás, al que se está imponiendo en Estados Unidos con la radicalización del campo republicano arrastrado por el fenómeno del Tea Party. El populismo no se combate legitimando sus execrables iniciativas bajo pretexto de no rehuir el debate. Principios como la libertad religiosa o la igualdad ante la ley no deberían estar en discusión, ni siquiera disfrazados como sedicentes reflexiones sobre la inmigración. Menos aún en momentos en los que los flujos se han desacelerado a consecuencia de la crisis económica.
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