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Columna
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Manos en los bolsillos

Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón desvelan el retrato nuevo del alcalde en su palacio de Cibeles toreando al alimón, tirando a cuatro manos del capote anaranjado que cubría la composición pictórica que le representa ufano con las manos en los bolsillos del pantalón, a punto de sacar los forros para mostrarnos que están vacíos y probablemente agujereados por el peso de la deuda. La presidenta y el edil sonríen ante la cámara con cara de no haber roto un plato, encantados de habernos conocido y desgobernado durante estos años. El titular de la información que enmarca la instantánea helaría el rictus impenetrable de la Esperanza nuestra si su sonrisa no estuviera ya congelada y blindada tras años de práctica: "Cargos de Aguirre destaparon contratos ilegales de la red Gürtel sin hacer nada". Cuando nada se hace, nada se hace mal, el viejo lema del liberalismo sigue en boga: dejar hacer y dejar pasar, pero que nadie se olvide de pasar por caja para abonar las comisiones imprescindibles que engrasan los ejes de la maquinaria comunitaria y partidaria. El PP fue un buen partido para Correa y los suyos, el cajero se llamaba López Viejo y asumió a regañadientes su papel de chivo expiatorio, el pastor del rebaño se llamaba Ignacio González, mano derecha de Esperanza Aguirre que aplicaba religiosamente el precepto evangélico: que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda por si algún día te citan en el juzgado.

Amplificar el mensaje del Papa hizo que Correa se embolsara un millón de euros en comisiones

Esperanza no sabe nada pero contesta siempre, echa balones fuera, reparte pelotazos y se lava las manos antes de hacer Pilates. Su dedo de designar también sirve para expulsar a los réprobos del paraíso y desprenderse del lastre. Esperanza y González son uña y carne, carne de su carne y sangre de su sangre, hipóstasis perfecta, tándem irremplazable, Esperanza pone la mano en el fuego por Ignacio, su brazo incorrupto, canalizador de las privatizaciones y muñidor de sus estrategias. En las doradas cloacas donde reinaba Correa, López Viejo se encargaba del trabajo sucio y bien remunerado, pero cuando la trama de fáciles conceptos y eventos especiales desembocó en los periódicos y en los tribunales, la presidenta se desprendió del incómodo apéndice al grito de "Ahí me las den todas".

Pero volvamos a la foto en la que Esperanza Aguirre apadrina el retrato oficial de Alberto Ruiz-Gallardón capote en mano. El chico de las manos en los bolsillos esboza una sonrisa de circunstancias y mantiene los ojos bajos, la vista en los zapatos retratados como si quisiera cerciorarse de su lustre impecable, ni una mancha de lodo, ni una mota de suciedad, limpios de polvo y paja, relucientes pies de barro bien asentados en el suelo. El alcalde está "preocupado, enfadado, harto" -explican sus colaboradores- porque el Zapatero de La Moncloa le ha cerrado el grifo del endeudamiento y sus acreedores (todos los madrileños lo somos de alguna manera) lo acosan. Dentro de poco nadie que pise el asfalto de Madrid conservará limpios sus zapatos mucho tiempo. Gallardón puede cobrar las tasas, pero no puede pagar a sus proveedores si el Gobierno central no le facilita más financiación. El retratado aprieta los puños dentro de los bolsillos, no habrá más créditos ICO para pagar las deudas de los proveedores y el Ministerio de Hacienda prohíbe refinanciar las deudas que vencen este año. Zapatero, clama Gallardón ante los tribunales, le tiene envidia, le tiene manía, no acaba de aceptar que las encuestas que a él le resultan tan adversas favorezcan a tan desastroso gestor de la economía, por mucho menos a él le dan más y por todas partes.

El día de la publicación de la foto, la portada de EL PAÍS ofrece nuevas revelaciones sobre el caso Gürtel, noticias sobre un fraude multimillonario urdido en torno de la visita del Papa que bendijo, urbi et orbi, el fraudulento tinglado. Amplificar su ecuménico mensaje hizo que Correa se embolsara un millón de euros en comisiones por la sonorización; a juzgar por el porcentaje recaudado, el presupuesto sonoro debió alcanzar cifras prodigiosas, la multiplicación de sus voces y de sus imágenes por el piadoso Canal 9 fue un milagro económico y reforzó la fe de los creyentes de la capilla de Camps. Las encuestas sobre intención de voto en Madrid y en Valencia no reflejan el peso de las tramas corruptas. Tenía razón aquel político andaluz que en vísperas de unas de las primeras elecciones democráticas proclamara: "Está por demostrar que ser un sinvergüenza le reste a uno votos". Suma y sigue.

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