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Crítica:LA LIDIA / FERIA DE OTOÑO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una siesta reparadora

Antonio Lorca

Estaba la plaza entera con los ojos medio cerrados, entre bostezos, en ese duermevela del murmullo, con la digestión a medio hacer (el festejo comenzó a las cinco y media), cada cual a lo suyo, y algunos, como cada tarde, buscando desesperadamente al amigo que está en la otra punta. Mientras tanto, Talavante, en el centro del anillo, citaba por estatuarios al tercero de la corrida, que iba y venía sin muchas ganas; casi con las mismas con las que, aparentemente, el torero citaba con ese semblante que Dios le ha dado entre la abulia y el despiste. Y sigue ese bisbiseo tan propio de esta plaza cuando es presa del aburrimiento.

De pronto, Talavante ve venir al toro (iba ya por el tercero o cuarto estatuario) y, ante la sorpresa de los pocos que estaban despiertos, le cambia el viaje y se lo pasa por la espalda con los pitones rozándole la taleguilla. Fue tal el brinco que pegaron los que ya tenían hecha la digestión que se despertó la plaza entera y se acalló el cuchicheo.

CUVILLO / EL CID, TALAVANTE, OLIVA

Toros de Núñez del Cuvillo, correctos, mansos, distraídos y sosos.

El Cid: dos pinchazos y casi entera baja (silencio); dos pinchazos y estocada -aviso- (silencio).

Alejandro Talavante: pinchazo, estocada ladeada, un descabello -aviso- y descabello (ovación); estocada -aviso- (silencio).

Oliva Soto, que confirmó la alternativa: dos pinchazos y estocada (algunas palmas); pinchazo, bajonazo -aviso- y dos descabellos (silencio).

Plaza de Las Ventas. Primera corrida de la Feria de Otoño. 1 de octubre. Casi lleno. Asistió la Infanta Elena desde una barrera.

Pasó sencillamente que un torero se dejó de monsergas y se jugó el tipo

Pasó sencillamente que un torero se dejó de monsergas y se jugó el tipo. Y eso es un chispazo, difícil de explicar, pero fácil de sentir. De tal modo fue aquel calambre, que hasta el torero se puso a torear; y después de algún destello con la mano derecha, se pasó la muleta a la zurda, citó de largo mientras el toro se resistía escarbando en la arena y dibujó un natural excelente, de trazo largo, templadísimo, de alta tensión, y una trincherilla primorosa y un pase de pecho de los de verdad. Y la plaza vibró, y se acabó la siesta y surgió la emoción.

Pero, amigo, qué poco dura la alegría en la casa del pobre... El animal se vino a menos, y, en otro chispazo, desapareció el hechizo. Talavante citó entonces por unas ajustadas pedresinas; tan ajustadas que un pitón le hirió en un dedo de la mano izquierda, y lo que parecía que iba a iluminar la plaza entera se fue apagando sin remedio.

Y volvió el duermevela. La verdad es que hubo motivos para dejarse arrastrar por el aburrimiento. Y eso que estaba El Cid, otrora triunfador rotundo, y un chaval sevillano de Camas, nuevo en esta tierra, Oliva Soto, que sustituía a Manzanares, ante una oportunidad de oro.

Pues El Cid terminó su labor con cara tristona. Quizá piense que se le exige demasiado; quizá, que a sus toros les faltó la codicia y la fijeza necesarias; quizá es que el triunfo también cansa y cada vez tira más la familia. Hizo el esfuerzo, pero no le salió nada. O, quizá, es que no arriesgó lo necesario. Soso y frío ante su vulgar primero, y cansino ante el cuarto, que iba y venía, pases y más pases, y no dijo nada. Y al final, se llevó una tremenda voltereta de las que deben doler durante muchos días; y la tristeza y la congoja que se debe sentir cuando el triunfo se niega a volver.

El de Salteras le confirmó la alternativa al camero, que presentó unas credenciales de corte exquisito. Apuntó maneras en unas aceleradas verónicas iniciales, que confirmó en un quite por delantales; citó, muleta en mano, desde el centro y aguantó el galope del toro primero con una tanda de derechazos emotivos. En la siguiente, un cambio de manos lleno de empaque, y la sensación de que todo sucedía demasiado rápido. Y no acabó de despertar a nadie, porque no se dejó la piel, como se esperaba. Y algo parecido le ocurrió en el otro. Tampoco Talavante en su segundo pudo impedir que la siesta se apoderara del respetable. Al menos, fue reparadora, con la digestión a medio hacer.

Talavante, con la muleta.
Talavante, con la muleta.EFE
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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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